27 de mayo de 2008

Cuenta saldada (parte II)


-¿Estás libre? – Preguntó la elegancia andando, en forma de mujer. Sus botas tenían unos enormes tacones, pero no se escuchaba su chocar contra el concreto.

Eugenia asintió con la cabeza. La dama le indicó con una seña que la siguiera, y la condujo entre callejones, tianguis de discos piratas y tiendas de artículos deportivos y “recreativos” a una calle limpia, sin basura, sin graffiti, sin policías y sin olor a maquillaje añejo.

Abrió la dama la puerta izquierda de un M-Benz coupé, para dos personas. Ideal, considerando que en ningún momento preguntó la tarifa. Aunque tampoco sabía Eugenia que clase de tarifa debía aplicar, porque dependía del trabajo o, en su caso, la mano de obra.

Cuando Eugenia esperaba abrir la puerta de la derecha, se percató que el volante estaba del lado contrario. Estaba nerviosa. Su perfume la alteraba. Entonces alzó su mirada y se dio cuenta que la dama había abierto la puerta izquierda como un gesto “caballeroso”. Eugenia le dio la vuelta al auto y despidió de su boca un tímido gracias.

La dama no usó mucha fuerza para cerrar la puerta, y no tardó mucho tiempo en darle la vuelta al coche, y menos aún en oprimir un extraño botón rojo en el tablero que arrancaría la marcha del obviamente enorme pero discreto motor. Sin prisa, engranó primera velocidad y arrancó despacio.

- Mi nombre es Susana. ¿El tuyo?

- Eugenia – Contestó la comerciante, sin temer a ocultar su verdadera identidad.

- Es raro encontrar gente decente por estos lugares. – Eugenia soltó una carcajada, que apagó rápidamente, porque a decir verdad no había entendido si era un chiste o una gran verdad.

Susana hizo caso omiso del casi insulto. De hecho, la veía como una joven ingenua, cuya vida pasada tuvo que haber sido terriblemente mala para llegar hasta donde estaba en ese momento, y veía su risa como un vago intento de no llorar por su realidad.

Lo cierto es que Eugenia había decidido laborar así por gusto. Se conocía bien a sí misma, sabía que era tan encantadora que difícilmente un enfermo de SIDA o un misógino podría lastimarla. Era un pensamiento ególatra, pero muy cierto.

Susana notó que la mano de Eugenia pasaba mucho tiempo sobando el cuero de su asiento. Pero no era por lo exótico, o lo caro. Era quizá una muletilla corporal, como rascarse la cabeza cuando se está pensando. Eugenia notaba que Susana dedicaba más tiempo a mirarla que a mirar el camino, aún cuando había mucho que mirar por la avenida principal, llena de colores, formas. Susana volvió su mirada a los ojos de la chica, y se limitó a sonreir. Se notaba que a la dama le resultaba gratificante la presencia de la prostituta.

Eugenia sacó de su bolso su celular, para ver la hora. Susana echó un fugaz vistazo al bolso, y se percató de la presencia de un libro de Nietzsche.

- ¿te gusta leer? – Preguntó con un interés nunca visto en un cliente. La joven se sorprendió. Dedujo que a la dama, cuya edad era indeterminable debido a la oscuridad de su largo cabello y sus finas expresiones faciales, también gustaba de leer.

- Un poco, si.

- Es bueno. No eres una persona vacía. Lo sabía desde que te vi la primera vez.

- ¿Entonces yo ya le interesaba desde antes de hoy?

Susana se sobresaltó. No solía prepararse para preguntas tan directas. Bajó en demasía la guardia. Pero pudo contenerse.

- No. Pasaba buscando alguna emoción que valiera la pena, y te encontré, me pareciste interesante. – Después de una pausa de treinta segundos y dos giros al volante, retomó la palabra. – ¿Crees en el superhombre de Nietzsche?

Eugenia se emocionó, porque nunca había comentado a Nietzsche con nadie que no fuera su espejo. Y ni con el espejo le gustaba lidiar.

- No del todo. Es una idea interesante, pero Nietzsche habla de una “objetividad subjetiva”, que corresponde a cada quien. Soy de los que creen que debe haber una objetividad universal. Por lo tanto, existen las reglas de verdad, las que no se pueden violar.

- Interesante modo de interpretarlo – Dijo Susana, a modo de réplica. – Pero eso significaría que también existen un cielo y un infierno unitarios, una responsabilidad en cada quien por obedecer a las reglas. Y lo cierto es que, en los muchos años que carga mi espalda, he visto que el cielo y el infierno al cual se somete el mundo es una concepción individual, exteriorizable solamente a través de un medio como el arte.

Ambas quedaron calladas. No se trataba de ganar una discusión. Se sentían a gusto compartiendo ideas, por muy dispares o asemejantes que fueran. Muestra de ello eran las dos enormes sonrisas que habitaban ese Mercedes color plata que entraba a la cochera de una grande pero nada ostentosa casa.




J. S. Sargent - Madame X

1 comentario:

  1. Diálogo interesante, lleno de contenido de la vida real, que se produce cada día, cada segundo...mundos dispares que se encuentran unidos por diferentes intereses....muy interesante...gracias por tu premio que acepto por tu bella intención...un abrazo de azpeitia

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