31 de agosto de 2010

Tormenta dama


Te encuentro apagada, 
lascivia,
una tremenda tormenta 
incomoda al silencio,
huye desquiciado,
te abandona.
Pero tiene miedo,
y regresa a tí,
a tus pensamentos.
No digas nada. 
No tomes el barandal 
si no es necesario.
El fin está cerca,
tan sólo rondando
tu erótica sombra.
No quiere que sufras.
Tomará tu corazón,
beberá de él, 
sacrificio noble,
y lo devolverá
para que vuelvas a latir,
y aspires fuerte...
saboreando el clímax.

29 de agosto de 2010

En la luneta



Te veo actuando con soberbia, artista del demonio. Aún recuerdo tu ímpetu, tu energía sin origen ni final para danzar allí abajo. Apuesto a que tú también: Me contabas cómo disfrutabas calzar las medias de algodón y sentir el frío piso de madera apuntalando sobre las yemas de los dedos de tus pies. Pero no te importaba. Bailar y divertir era lo único que te importaba, aún si no fueras la protagonista, pues sabías que alguien, quizá yo, siempre estaría ahí para admirar tu arte único y sonreírte más de lo habitual cuando el enorme telar cubriera el escenario. Sé lo maravillosa que es esa sensación: Yo alguna vez estuve ahí, recitando versos tan sólo para mí. Nunca tuve un público numeroso, tan sólo algunos visitantes que iban de pasada por la ciudad. Me encantaba ver sus caras desde la contraesquina de la entrada del teatro. Si sonreían, iba por buen camino. Y si no, simplemente era cuestión de mejorar. Sólo eso, y nada más.

Pronto te diste cuenta que la manera en que te observa la gente aquí arriba, en la luneta, es lo que más importa. Sólo los verdaderos admiradores se sientan adelante, o en las gradas, lo más cerca posible del escenario. Pero no te diste cuenta de la realidad: los verdaderos jueces estamos arriba. Aquí se sientan, junto a mí, los que no son aduladores, los que sólo pretenden ver un buen espectáculo y no a un intento de artista cantando falsetes como si fuera mezzosoprano. Es típico de los artistas jóvenes, creen que el mundo entero no abarca más de diez metros de distancia. Entonces sienten que pueden tomar lo que quieran.

Alguna vez experimenté lo mismo que tú. Me dejé llevar por la soberbia, y no conforme con eso, quise apoderarme del mundo. Porque no sabía lo que quería, hasta que conocí la belleza de tu ser. Oh, preciosa alma manchada de gris, cual sería mi sorpresa al darme cuenta que tú no eras el fin, sino el medio. Y eso, por si no te habías dado cuenta, te quita por completo el papel protagónico. Bailaba junto a las olas de tu vestido, percibiendo el aroma del suave sudor de tu piel, jactándome de no haber conocido sonrisa más bella. Oh, como me jactaba.

Pero en camerinos, la alegría se iba. La belleza se disipaba a la luz de las velas, peores jueces que una optimista luz de halógeno montada en un soporte de varillas. Las sombras producto de la luz natural reflejaban las arrugas en tu frente: arrugas de desesperación.

Ahora que estoy aquí, en la luneta, me siento más fuerte, más vigoroso. El simple hecho de aplaudir y juzgar me da una ventaja sobre el actor mismo: tengo el don de la multiplicidad. Desde aquí yo decido cuantos finales de la historia hay, cuantos errores tuvo el cantante en su dicción, cuánta sangre brotó de las heridas de la escena de batalla. Puedo volver a comenzar con el simple hecho de cambiar de butaca. Y sobre todo: el espectador, que soy yo, puede decidir quién es el protagonista de la historia.

Y cuando bajes del escenario, delicia de artista, cansada de recibir aplausos de la nada, y las puertas del teatro se cierren, yo volveré a subir. Vestiré mis mejores galas, y actuaré para nadie en particular. No volveré a buscar un protagónico, pues semejante cosa es un insulto a la verdadera vocación. Pues no hay protagonista si no hay auditorio a quien agradecerle los aplausos.

22 de agosto de 2010

WhyVersusWhat



Hay voces. Hay llantos. Hay mujeres clamando muerte en el aire. Hay hombres orando porque sus espadas se manchen de la sangre del enemigo. Hay una hermosa fiesta de sangre en Valaquia. Hay cuerpos empalados en toda el ala norte del palacio Real, pero hoy ha sido noche de caza, asì que los cadáveres son frescos. Ahì estoy yo, sentado al costado izquierdo de la gran mesa del banquete de victoria. Mucho vino, mucha carne, enormes pescados y demás delicias importadas de las antiguas costas griegas y demás países del sur. Procuro tener mi copa siempre llena, degustando de las personas a mi lado después de haber dado muerte a tantos enemigos. Francamente, no entiendo cómo es que los otomanos se empeñan en expandirse de manera tan... imperial. Considero esta época deleznable en materia de política y relaciones exteriores. Pero al menos me permite dar de comer a mi familia y a mis súbditos, a quienes aprecio mucho, muy a pesar de lo que puedan decir mis colaboradores.
He ahí. A seis bancas de mí está el príncipe Vlad Tepes. Esa expresión dura. Un héroe para la mayoría de los que están sentados en esta mesa, incluído yo. Ingenuos. Inspirar terror en los pueblos de manera tan alardeante es tan... infantil. No puedo mirarlo a los ojos sonriendo, o me mandará empalar por adulador. No puedo mirarlo a los ojos con el odio que le profiero, o me mandará empalar por obviedad. No puedo mirarlo con ojos vacíos, o me mandará empalar. Me burlo para mis adentros de su torpeza política.
A mi lado, un comenzal ha empezado a taparse la boca. Parece que uno de los soldados empalados ha empezado a defecar. Es cierto, el aroma es bastante llamativo y desagradable. El pobre sujeto empezó a toser, y se ha levantado de la mesa, quizá a vomitar en una esquina. Vlad también se ha levantado. ¡Si no le gusta estar en esta mesa, quizá prefiera estar acompañándolos en su asco! Profirió mientras sus guardias personales van por una nueva estaca de madera, y agujeran el piso para ensartar al pobre hombre. El asco, sin duda se le quitó. La punta del palo no está lo suficientemente afilada, por lo que tardará un buen rato en morir.
El mandatario se ha reincorporado a la mesa, y continúa su comida. Me parece bastante triste el no poder contemplar cómo el brillo de los ojos de la víctima no podrá llegar a mis pupilas. Poesía pura. Aunque ya ha sido bastante poesía mortuoria por hoy. Aún recuerdo a esa mujer, llorando por la vida de su pequeña. Ambas mujeres eran de una belleza extraordinaria. Recuerdo haberle partido el cuello rápidamente a la pequeña, para que no sufriera, y así complacer a su madre, a la cual le degollé el cuello, mientras la sujetaba entre mis brazos y le dí un beso, mientras yo me deleitaba de su aroma otoñal y ella me entregaba su último aliento, y manchaba mi armadura de un precioso rojo sangre. Sé que estuvo mal, pero no me arrepiento. Yo cumplí órdenes, y lo hice a mi antojo. Sé que moriré en batalla, quizá en tres dias, cuando las fuerzas turcas intenten llegar a mis dominios.
Sé que algún día alguien dirá algo como esto: "Al final, el porqué nunca importa, tan sólo tus acciones". Ver a todos esos aduladores me provoca más asco que la mierda y la orina de las mujeres detrás mío, parecieran estar en esa etapa roja de su ciclo lunar. Clamando piedad por seguir existiendo, aunque dicha existencia tarde o temprano carezca de significado. No pueden ni siquiera llamar a un tema de conversación por temor de insultar al príncipe con comentarios idiotas, los cuales suelen proferir. Por miedo, por ventaja, por placer, ¿que mas da? Al final son todos aduladores.

Incluyéndome.

14 de agosto de 2010

Sujeto Crucificado

No suelo postear cosas ajenas a la literatura y los movimientos sociales en este blog. De hecho, esta es la primera vez que lo hago.

Hace poco que empecé a jugar Hitman 2, y en el último nivel conseguí lo que a continuación verán: Un tipo pegado a un ventanal de una iglesia, en posición anticristo. Me pareció fantástico, hice capturas y a continuación lo muestro.

Advertencia: Si creen que voy a dejar de ser banal de ves en cuando, SE EQUIVOCAN. Soy un ser ocioso y decadente al igual que la (inmensa) mayoría de ustedes.



10 de agosto de 2010

Der todesengel

Yo creía en fantasmas. Creía en espíritus.
Creía en monstruos descomunales, viajando a pie
entre las enormes coníferas nevadas,
creía en los vampiros, las brujas, íncubos y súcubos,
creía hablar con tan encantadores seres,
creía que su poder inmortal se impregnaba a la piel.
Creía en las hadas, en los gnomos, en trolls y pitufos,
en la magia de los cuentos que cuando niño leía.
Creía en los demonios, y en los ángeles también.
Creía en uno en particular, cuyo poder era abismal.
No tenía ni forma humanoide, pues humano era un insulto.
Portaba, con orgullo, la bandera de la incertidumbre,
del oscurantismo de las almas, de la belleza inmortal,
sin embargo, yo veía un haz de tenue luz,
el toque necesario para andar mi camino,
para olvidarme de un pasado que jamás me atrevería a contar.
El toque necesario para alegrar mi alma,
pues mi profunda tristeza jamás una sonrisa podría camuflar.
Sentía las plumas de sus alas tejiendo sueños en mis mejillas,
caramelos en mis manos, néctar suave entre mis labios.
Me pedía cerrar los ojos, y yo, fiel a su canto
me limité  a obedecer.
Y soñé.


Y soñé.

Y soñé.


Y soñé.

Y soñé.


Y soñé.

Y soñé.


Y soñé.


Y abrí los ojos.
Colmillos amarillos.
Uno en mi ojo izquierdo, otro en mi parietal.
Mis huesos crujían. Mi mente no entendía.
El monstruo succionaba. Jadeaba, mordía.
Mi fuerza se acababa. Mi presión... subía.
Tomé del cuello a la bestia, de piel escamada.
La arrojé en contra mía, y cayó asustada.
Se reincorporaba, al ataque dispuesta.
Y ví el cadáver de un bello angel, sangre dispersa,
bello cuerpo sin vida... y sin carne, y sin belleza.
¿Como puede una criatura - pensé - tan excelsa
perder su quintaescencia con tan sólo morir?
¿Es que la bestia la extrajo para sí? ¿Que beneficio así obtendría?
¿O es que acaso era...
acaso era una piel de muda?
El frío engendro contempló el crimen conmigo,
y salió huyendo, como si en mi viera
un inquisidor que lo cazaría,
y al no tener belleza, lo asesinaría.
Hoy creo en los ángeles hermosos.
Creo también en la muerte que los contiene.
Nunca lo sabré, si es una piel inerte
de una bestia de pezuñas verdes,
o alimento codiciado de tales bestias,
que buscan cazar a la expectativa.
Aún guardo una pluma del angel caído,
para recordarme que si sigo vivo
es porque la desgracia y la Muerte,
mi preciosa amada, traza mi camino.