14 de noviembre de 2016

Extrañar el mal


Las venas eléctricas que recorren este portal, son tan cálidas, tienen tanta vida.
La hiperrealidad les ha dado razón y propósito.
O quizá nunca han sido realmente faltas de vida, de voluntad.
Después de todo, son creadas. Tienen vida de quien les dio vida.
Y tienen más vida cuando contienen la palabra vida. Cuando la pronuncian
en trazos de luz, de recuerdos y de decretos.
Me he atrevido a cruzar, tan sólo a echar un vistazo,
a aquello que dejé morir hace mucho.
Queriendo pensar que los jirones de los recuerdos ya habrán desaparecido.
Creyendo que las arañas tenebrosas y venenosas ya no punzarían.
Pero la sorpresa inundó mi mente, al darme cuenta de algo aún más doloroso.
Extraño, pues, el veneno acabando mis deseos de vivir.
Le temo al olvido, le temo al encierro, al no necesitar más
un baúl donde guardar todo esto, todo el pasado, las viejas cartas,
los retratos, que antes vibraban y tenían tanto ímpetu
que envenenaban, que laceraban.
Esos cuadros y escenas que encierran
escenas traídas directo del polo norte magnético.
Tan hermosos, tan acariciables, tan frescos en la memoria...
pero tan, tan fríos, tan inertes.
Podría inyectármelos, con una enorme aguja, directo al corazón.
Podría pedir que me abran la cabeza, tomen esos restos de poemas,
y los espolvoreen en mi masa cerebral, para tratar de darles vida,
para tratar de sentir, de nuevo, sentir.
Aquello que tanto quise que dejara de quemar,
y ahora le temo tanto a que desaparezca.
Como si en ese entonces me definiera como ser,
oscuro, trastornado, deseoso de una casita telarañuda donde asustar,
como el fantasma de Canterville,
cuidando que el polvo esté cuidadosamente colocado,
cuidando las trampas y los pasadizos secretos dónde pasar rápidamente
entre la sala y las alcobas,
para hacer la mayor cantidad de ruido posible,
para darle calor de inframundo a esta pocilga familiar.
Pero si fantasma soy, y en Canterville estaba,
hoy soy ascendido a ángel, encargado de velar los sueños de alguien,
probablemente los tuyos, ser de tormenta,
deseoso de aprender sobre la divinidad y la buena acción,
pero añorando terriblemente
ser recordado como maligno, con gritos, y con llantos.