23 de marzo de 2011

Blut gegen Magie



Cuando Julian caminaba entre los bosques nocturnos, esperando encontrar la paz que no podía encontrar en las almas humanas, escuchaba el ruido de las ramas secas de los arboles bajo sus pies descalzos.
Llevaba más de cuatro horas internándose entre las coníferas, sin más compañía que las lechuzas y los grillos que cantaban junto a él, y que guardaban silencio conforme sus poderosos brazos rompían las ramas de los arbustos que impedían su camino.
de pronto, encontró una pequeña cueva, y decidió que era tiempo de descansar, se refugió a la entrada de esa cueva, en silencio, con cuidado de no espantar cualquier animal que viviera dentro, algún zorro, una persona o incluso otro vampiro solitario como el.
Así que como no tenía hambre ni mamíferos que pudieran corromper su ansia de sangre cerca, decidió detenerse a meditar, como lo hacía cuando solía ser humano.
Se dejó caer de lado al pórtico de la cueva, uso sus poderes para hacer crecer su cabello y cubrió con el su pecho y la mitad de su rostro, como si fuera frazada. Aun recordaba como dormir como humano, y como pensar como tal, aunque cada vez más sus instintos naturales le impedían en mayor medida hacerlo, además de su relativa y bulliciosa soledad de bar nocturno.
A la entrada de la cueva, una vez que Julian estaba concentrado en su pseudosiesta, unos enormes, brillantes y hermosos ojos salieron a relucir de entre la oscuridad de la cueva.
Julian lo noto, pero no podía moverse. Ni siquiera sabía si esa falta de capacidad de movimiento e indagación se debía a su propia voluntad o a alguna fuerza externa que se lo impedía.
Ni siquiera pudo abrir los ojos, pero escuchaba el sonido de unas pequeñas manos crujiendo entre la hojarasca desde dentro de la cueva, el suave aroma de piel humana, hembra a juzgar por la galanura del cabello, pequeña debido a la pesadez del sonido de sus movimientos.
Y entonces salió una niña rubia, con apariencia de típica refugiada rusa resignada a perder a sus padres en batalla, ataviada con gruesas ropas de invierno y ojos verdes que combinaban idealmente con su sonrisa y la dureza de sus manos.

...
Salió Astarté de su cueva, con mucho sigilo, al haberse percatado que una sutil sustancia corpórea se había acurrucado a la entrada de su hogar. Pensaba que era, quizá, un oso hambriento cansado de buscar un riachuelo donde cazar truchas, y de corretear animalitos en medio de la nada taciturna.
Pero cuál era su sorpresa cuando una forma humanoide se presentaba ante ella, tan quieta como las almas inocentes, tan reluciente su espalda al igual que su cabellera. Pero su alma no despedía ese color rozo característico de los humanos.
No, su alma era distinta, su aura reflejaba dolor, un dolor que el mismo había pedido y ahora estaba arrepentido, un color marrón con tintes violetas y azules, característico de las almas vagabundas.
Aspiro fuerte para confirmar su sospecha: no era la sangre de una persona la que podía percibir, sino la de varias personas, aisladas, sin vida, todas alimentando el alma de ese ser atormentado por elección.
así que en el acto, sabiéndose segura, y tomando su pendiente de ojo de cuarzo, abandono su forma de halcón y se convirtió en niña, para pisar con mayor cuidado, salir sin molestar al vagabundo y poder observarlo de frente, apunto su cuarzo a Julian para inmovilizarlo, y salió en el acto.
Una vez fuera, se preguntó "¿qué demonios hace un chupasangre semidesnudo enfrente de mi hogar?" tomó una varita que estaba cerca, se pinchó el dedo con ella, y en lugar de salir sangre, salió un extraño liquido azul, pareciera algún gel con brillantina.
Froto la frente del vampiro con ella y finalmente retiro el cuarzo, y en el acto Julian despertó y se reincorporo.
Ambos, de alguna manera, se sentían comprometidos.
Se miraron a los ojos, fijamente, y el odio que se proferían por su encuentro tan furtivo se convirtió en pasión... una pasión que debían consumar de alguna manera, una pasión al que dos seres de distinta naturaleza se ven, de cierta manera, restringidos. Una pasión a la que, de dejarse llevar, podría atribuírsele todas las desgracias del planeta, toda la ira de los dioses caídos...
Todas aquellas ofensas contra la naturaleza.
Y así, se quedaron congelados hasta el ocaso, mirándose el uno al otro, acercándose muy lentamente.
Utilizando todos sus poderes mentales para intentar convencer a su rival de no ser su rival, de perecer en la eternidad juntos, sin otra frontera que aquella que separa la magia de la sangre, a una bruja de un vampiro.
Ella, sin querer, hacia crecer su cuerpo, para convertirse en mujer, para ser más fuerte ante la tempestad de ese deseo esotérico. El sacaba garras de sus piernas y brazos, parecía querer asirse más fuerte del suelo que pisaba.
El amanecer se acercaba, y debían retirarse pronto, pues los dos perecerían a la luz del sol.
Pero la pasión era inmensa.
Así que en un acto brutal de entrega, se acercaron, sin más, con los cuerpos besaron sus almas, y con las almas alimentaron sus espíritus, vagabundos por siempre en la tierra de los hombres.
Julian puso su boca en el cuello de Astarté.
Astarté puso su mano lacerada en la frente de Julian.
Julian bebió hasta acabar con la vitalidad de Astarté, y la bruja extrajo cuanto pudo de energía del vampiro... quedaron casi muertos, aun de pie, y cayeron desmayados uno sobre el otro.

...

Dicen que cada eternidad, antes de salir el sol, se escuchan dos almas perdidas amándose, en una carrera contra el sol, una carrera que nadie gana, pues cuando la fuerza de la noche regresa, dos siluetas, una femenina y una masculina, salen a cazar almas en pena.
Para volver a unirlas en un acto de amor prohibido.
Y liberarlas en el éter, como ellos desearían ser liberados.


Imagen de Zeana Romanovna

14 de marzo de 2011

Ritmo de la sangre (por Norma Manduleon)


Tengo algo que escribir,
tengo algo que decir,
tengo un sentimiento que es tuyo y no estas aquí para escucharlo, pero aun así
tengo fé, creo en tí 
y se que estarás pronto aquí para sentir 
escuchar lo que siento...
 
Y luego mi ojo empieza a brillar,
y mi mano a escribir,
y mis dedos a moverse con el ritmo en mano,
y el oído puesto dentro de las vibraciones,
que penetran dentro de tí,
recorren tu sangre
por el largo camino de todo tu cuerpo,
penetrando todo espacio dentro de tí,
provocando cada sensación distinta...
 
Llevas el ritmo de tus latidos, cuando logras sentir ese corazón
latiendo, llevando tu sangre a todos los rincones
de tí
por todo tu cuerpo fluye la vida
vida llena de ritmo 
por ese son que toca tu corazón 
ese latido tan especial que al juntarlo con otro 
melodía dulce, suave,
y que produce vibraciones hermosas
dificiles de percibir por los ojos 
pero no por
el alma
tan solo quedate un momento en silencio
tan solo respira lentamente
tan solo deja que de ti salga esa lagrima dulce que endulzará tu cara
y llegará a tu pecho, se hidratara en tu corazón
y  una hermosa sonrisa te saldrá
entonces verás el mundo de color azul hermoso 
brillo penetrado en esa mirada
que puede salir desde lo más profundo 
podras observar el universo en tí
pues tu eres vida y la vida nace en tí...


Este texto fue extraído de una conversación MSN y editado por mí, con la autorización de la autora. Un poema distinto a lo que suele aparecer por aquí. 

13 de marzo de 2011

Trescientas estacas



A veces quisiera morder firmemente tu cuello

A veces quisiera decir que es menos que deseo

Quisiera juntar tus lágrimas y hacerles sepelio

Tragarme tu orgullo y morir bajo tus venenos

Dejar de aspirar cada aroma que contiene tu encanto

Dejar de tocar tu locura con dedos lascivos

Dejar de clavarme en las manos momentos tan tiernos

Conjurar palabras de amor, sin creer en su magia

Dejar de sentir trescientas estacas hechas de tu mirada

Asesinarte a la luz de la luna, y dejarte humillada

Beber tu sangre y tu éxtasis, dejarte desamparada

Sentir el dolor, pero ya no el mío... sino el de tu alma

Dejar de versar en tu causa, fijar mi atención en la nada

Merecer tu corazón, y perderme en él en un instante

Arruinar el poema presente, navegando entre tu cabello

Deseando descubrir tu espíritu a través del susurro de tu voz

Cubrir cada gramo de tu piel con mi solemne perdición

Sentirte tan cerca, tan cerca como una muerte atroz

Ver partir tu cuerpo lejos, mientras tu corazón

me odia sólo un poco a la vez, como lo hago yo.


Succubus

Caminaba como suelen hacer los personajes de sketches de terror. Una noche fría, con niebla muy húmeda,  donde no cabe la música de fondo de thriller, ni los sonidos de cantina de media noche. Quizá solo el susurro del helado viento que se colaba entre sus cabellos rojizos, tan gruesos al tacto, pero tan finos a la vista. Un cabello saludable que denotaba un cuerpo saludable. Era, pues, una soñadora nocturna, paseando entre las calles buscando emociones, como si fuera prostituta recién iniciada, pero sin serlo.
Acababa de salir de una discoteca, ataviada con un abrigo de cuero negro que brillaba deliciosamente bajo la luz de las luminarias y las mamparas de las calles, repletas de publicidad que anunciaba servicios publicitarios. Además, esa era una noche dedicada a sí misma, la noche, a cultivarse, a divertirse entre sus galas, apenas decoradas de estrellas y jirones de reflejos de arquitecturas coloniales, que poblaban la ciudad. La redundancia cobrava vida junto con los pensamientos de nuestra protagonista, que pensaba en ganar dinero para divertirse para ganar dinero para divertirse para ganar dinero... y así consecutivamente.
Detrás de la discoteca había un pequeño corredor, donde se encontraban las salidas alternativas del lugar. Un lugar oscuro, ideal para hacer el amor en tres minutos, empezar a romperse con ácido o hacer negocios turbios. Más al fondo, sin embargo, se encontraba un tipo que se notaba que no frecuentaba la vida nocturna. Vestía de viernes ejecutivo, y aunque muy arreglado y decente, en su rostro sudoroso había evidencia de exceso de escoceses y humo de cigarro. Tenía toda la finta de que estaba esperando alguien o algo, o que lo habían dejado plantado. Al final, es la misma angustia, igual de presente.
Nuestra pelirroja se acercó hacia él, cruzando un guardia orinando una botella de ron, una chica hasta arriba de coca, sentada sobre el suelo, temblando, cerrando sus ojos como niña regañada a punto de explotar, un trío gay que no aguantaba las ganas o la cartera para entrar el menage, un sujeto con traje, gorra, gafas oscuras y un portafolios de marca, y finalmente, el ejecutivo.
- Te hacía dentro, bailando con mis amigas - decía la pelirroja, convencida ella misma de que no mentía.
- ¿Te conozco? - Preguntó el sujeto de cabello negro y lacio, mientras una marcada y venosa mano se restregaba la cara para quitarse una ligera capa de sudor de la frente y de la nariz. Estaba tenso, y era necesario hacerle relajar para que se levantara
- Que modales... si no me recuerdas esta bien, solo queria pasar el rato con alguien no tan desconocido. - Dio media vuelta y se disponía a irse.
- ¡Espera! - dijo, parándose tan inesperadamente - No te vayas, es que en verdad no te recuerdo de ningun lado.
- ¿De verdad? Volteó de nuevo la pelirroja, esta vez más seductoramente, tanto en su voz como en sus movimientos. Continuó - ¿Sabes lo que es la petite-morte? - Leyó, al fin, en su mente, mientras el trataba de buscar en su memoria a esa chica, que jamás iba a encontrar. Su nombre era Carlos. - La petite morte, chicuelo, es la muerte más divertida de todas. - Se le acercó, mientras recreaba en sus sueños una brutal y deliciosa escena de sexo casual que ella misma había tenido hacía un par de días. La idea era, pues, hacerle a él imaginar esa escena, para que opusiera la menor resistencia.
El sujeto inmediatamente tuvo la erección de su vida. Ella se le acercó, y mientras sus labios atendían al cuello del extraño, sus manos atendían la entrepierna, con caricias, bajando el zipper del pantalón, y haciendo lo propio con su minifalda de cuero negra, apenas disimulada por sus botas.
Cuando Carlos cerró los ojos, la chica supo que era el momento ideal. Se puso de puntillas para poder ser penetrada, y empezó el ligero ejercicio callejero. No había sobreexcitación, tan solo el debido frotamiento, como si la escena debiera ser aprovechada al máximo en cinco minutos antes de que dos enormes doverman llegaran a desalojar el pasillo.
Gemían. Jadeaban. Graznaban en susurros y en silencio mental. Metían sus manos donde cupieran, entre las axilas, entre sus espaldas, sus nalgas, sus senos, sus cuellos, todo lo que pudiera ser tocado bajo los límites de la ropa y sin llamar la atención. Entonces ella buscó la mirada de Carlos. El se negaba a dársela. Era sexo casual, no un encuentro pasional. Estaba relajado y ella tensa. Quería disfrutarlo. Pero finalmente no pudo. Cayó, y sucumbió ante los enormes y bellos ojos color miel de la chica.
Dicen que el enamoramiento de los frívolos entra por los ojos. Ese encuentro, tan casual, era muy frívolo. Por lo tanto, podría decirse que Carlos se enamoró al instante de nuestra chica. Si, como en las películas, una canción pasional estilo María Barracuda featuring Yanni o reencuentro de U2 despues de dos años sabáticos, si es que eso llega a existir. Una canción visceral de amor, pero tambien de mucho deseo. Así se podría decir que se enamoró Carlos. Desesperado, sin ver al pasado ni al futuro. Sin importarle la reputación, el que dirán, los pleitos familiares. Sí, casi mirando de frente al destino, con disposición a enfrentarlo, a "llevar una vida juntos". Ella reclamaba su rostro. Lo miraba. Dejaba de manosearlo con la mano derecha para tocar su rostro suavemente. Y a él tan solo... su mente... se desvanecía.
Hasta llegar al orgasmo.

A la mañana siguiente los guardias de la discoteca encontraron a Carlos, tendido en el suelo. Respiraba, estaba consciente. Seguía con la mirada a las personas que lo atendían. Lo ayudaban a reincorporarse. Puso una mano en el suelo, y le cortó un pedazo de vidrio de alguna botella rota. Se cubrió la mano, pero no sentía dolor. Miró su cortada, sin mostrársela a los guardias. No sangraba. No sentia ni frío, ni calor. Trataba de sentir odio por aquella chica pelirroja, por haberlo dejado en ese estado.
Pero ni siquiera supo en que estado se encontraba. Por el resto de su vida.
No tenía cartera, y no recordaba quien era. No recordaba como había llegado ahí. No recordaba que esa chica le hubiera drenado la sangre. No recordaba cómo es que sus boxers estaban pegados a su miembro. Solo recordaba los ojos miel de la chica. Una sonrisa diabólica, un aliento de deseo ansioso de ser saciado, un sexy cuerpo brincoteando sobre él, mientras ella manoseaba su trasero, mitad en busca de sustancia carnosa, mitad en busca de un buen fajo de billetes y tarjetas de crédito.

Dicen que él está en un albergue del Estado, esperando recordar su nombre, y esperando sentir al menos ira por sentirse tan vacío.

Una chica rubia pasó a la oficina al lado de la mía, la oficina de Carlos Rivera, el sujeto con el que solía salir de noches de alcohol, a recoger unos papeles importantes. Quizá acciones de bolsa, o quizá estados financieros muy importantes. Las esposas entre su muñeca y su portafolios lo denotaban.

Pero pude ver debajo de su peluca. Una chica pelirroja, tan jovial, como si en ella el tiempo retrocediera al revés, pero eternamente.