14 de septiembre de 2014

Dos mil doscientos por centimetro cuadrado


Nacen. Crecen. No se reproducen, y aún mueren.
Y vuelven a nacer, y crecen muy profundo, muy lejos.
Nacen de las raíces más fértiles que jamás conoceré.
Nacen como si Oneiros los hubiera encarnado,
exclusivos para mí, exclusivos para mis dedos.

Y los veo, sobre tí, existiendo tiernamente,
desenlazando naturalmente las correas de mi deseo.
Son catarsis de mi aire, los respiro con dulzura.
Te respiro con dulzura.
Te cuelas en mis adentros.

Son dorados, son pardos, amarillos y oscurísimos.
Son una risueña estrella, estrellada en tu conciencia.
Me deslizo entre tus sueños, los rayos de una estrella
que parece haber cesado para darte toda su vida,
y su vida, ahora tuya, engalana tu esencia.

Cada uno tiene un nombre, un origen y un propósito.
Cada uno es per se un ser vivo orgullosisimo.
Quiero doscientos mil días de vida para darle uno a cada uno,
mirar sus reflejos solares, escuchar sus pensamientos,
contarles que son extensiones de la mujer de mis sueños.

Quiero que me quieras, quiero que quieras
acorralarme, tomarme fuerte del cuello,
quiero que aprietes, que marques mi piel, mientras me dices "te quiero",
quiero que uses de velo la complicidad de tus cabellos,
mientras bebes de mi vida y yo aumento tu deseo,
quiero que me acaricies todo, con tu piel y con tu velo,
saborear sin cesar ni un poco el feroz fuego de tus ojos,
tomar fuerte, casi arrancando, cada centímetro de piel,
que no quede ni un centímetro tuyo que mis manos no hayan pasado por él.
Mi alimento de travesuras místicas, las que en cuerpo reflejan
el intento de las almas por fusionarse en una sola,
que no pueden, y no deben jamás lograr su cometido.
Pero lo intentan, y lo intentan, porque están desesperadas,
por temor a que el mundo se pare, y se encuentren distanciadas.
Quiero que me quieras, quiero que quieras
cubrirme en tus preciosos cabellos,
que yo te cubriré entera de mi ser y de mis versos.