3 de octubre de 2015

Invotos



Y el tiempo se escabulló, en suspiros, en transpiraciones.
Y, como todo, tan solo... transcurrió.
Evocando esa alegre noche
donde el júbilo se equiparó al éxtasis,
donde el placer pasó a ser divino,
y la gracia permanente de tus ojos
aún perfumaba mis pensamientos.
Fue un acto sublime, diría que onírico,
pero aún puedo perfectamente palparlo.
Tus palabras entretejieron los votos
del deseo auténtico de dos almas.
El velo terso de noche de agosto
nos protegía de las banalidades,
de las mentiras y las preocupaciones,
de la ignorancia de nuestros seres.
Tu lengua perfecta trazaba el hechizo
que rasgaba, a pasos firmes, precisos,
el turbante lúgubre de mi cabeza.
Y mi cabeza vio un poco de luz.
Y, en mi calidad de ser nocturno,
testigo de tanta clarividencia, por vez primera,
me rehusé a penetrar la piel, la carne,
que el jugo de tu vida me permitiera.
¿Cómo iba a imaginar que la luz más blanca
de mentiras también se constituyera?
¿Cómo no me pasaría por la mente
que por eso mismo pudiera soportarla?
Cómo me arrepiento de no haber bebido
hasta la última gota de tus plausibles venas,
pues tus montes y cuencas eran todas tangibles,
pero tus historias eran tanto inciertas.