14 de junio de 2013

Pero cuantos peros


Dicen que no debes refugiarte en la desesperación,
Patrañas de autoayuda cuando el desespero tiene forma,
tiene aroma y tiene calor de mujer.
Eres desespero fortuito, aliciente del encanto,
mi desespero pues tu bello cuerpo no será capaz de saciarme.
Tus labios no me bastan, no son bastante carnosos.
Tu figura no es lo suficientemente seductora
para mis manos maquiavélicas,
para mi pecho refugiándote.
No, tu cuerpo nunca ha sido suficiente.
Cada vez que te veo, es tu ímpetu pulsante
el que anhela mi intelecto,
tus ideas descarnadas son mi objeto de deseo.
Tus ojos, predicando el fin de los universos,
mis ojos desean besar tus ojos de daga,
mis ojos son carne, tus ojos son hojas,
fundirnos los ojos en un asesinato amoroso.
Escucha, que el silencio al fin ha adquirido ritmo.
Haces música vibrante en mi músculo cardíaco.
Haré las percusiones, tú esmera las notas dulces,
pues se te da excelente ser intérprete casual.
No, tu cuerpo no me basta, es demasiado sensual.
La carne siempre responde al estímulo adecuado,
pero enamorarse no es la causa nunca del estímulo adecuado,
sino el ergo, la consecuencia de querer compenetrarme,
empaparme de tus sueños, ser parte de ellos,
ser leche descremada, café y un poco de hielo,
degustar de tu saliva luego de sentir tu música,
de saber que tu sonrisa es el espasmo del veneno...