28 de junio de 2008

Sobre el cielo

¿Que es el cielo?

¿Es un partido político milenario, con el mayor numero de simpatizantes en el mundo?
¿Es la raíz del gobierno de la tierra prometida?
¿Es soma barato para las masas?
¿Es la droga perfecta para el suicida, el tranquilizante para el hipertenso, o el vino diseñado específicamente para el ebrio?
¿Es el modelo económico idóneo, un supercomunismo, donde no hay propiedades, ni siquiera espirituales, y por tanto nadie es nada?

¿Es que acaso hay tanta luz en el cielo, que sus habitantes quedan tan cegados que no puede percibir los defectos o, mejor dicho, la humanidad ajena?
¿Es que acaso hay tanta dicha en el cielo que el idiota pierde su idiotez al cruzar las sacras puertas, a costa de reducir o atrofiar su propia personalidad?
¿Es que acaso hay tanta pulcritud ahí que la mugre, el sudor, o lo que sea que nos de nuestra escencia se pierde, para dar paso a un lugar tan neutral, que el líbido se pierde y el pensamiento no tiene lugar?
¿Es acaso un lugar donde el amor y el odio no pueden herir ni forjar el consciente ni el inconsciente, puesto que no hay nada que amar ni odiar?

¿Será acaso un centro de reclusión la única manera de no tener que aniquilar todas las almas que existen y han existido durante millones de años?

¿No es la luz un producto de consumo masivo, el cual necesita de materia prima para seguir vendiendo?

¿Y qué es la materia prima? ¿El alma del arrepentido?

¿Y qué es ese producto tan costeable y consumido? ¿La fé?

¿No será acaso que es el cielo el némesis de la humanidad? ¿Acaso no deja de ser humano el que va al cielo?

¿Qué no es el pecado el que constituye al hombre? ¿Qué no es el pecado su ingrediente principal?

¿Y cuantas clases de cielo hay? ¿Cuántas delegaciones, cuantas contradicciones, cuantas sucursales?


Manifiesto mi desprecio a las religiones, que tanto han costado a la humanidad. La peor inversión que he visto y sufragado.



Imagen tomada de SatanSpace

27 de junio de 2008

Personal Jesus (Depeche Mode)


Your own, personal, Jesus
someone to hear your prayers,
someone who cares

Your own, personal, Jesus
someone to hear your prayers,
someone who's there

Feeling unknown
and you're all alone,
flesh and bone,
by the telephone,
lift up the receiver,
i'll make you a believer

Take second best,
put me to the test,
things on your chest,
you need to confess,
i will deliver,
you know i'm a forgiver

Reach out and touch faith
Reach out and touch faith

Your own, personal, Jesus
someone to hear your prayers,
someone who cares

Your own, personal, Jesus
someone to hear your prayers,
someone to care

Feeling unknown
and you're all alone,
flesh and bone,
by the telephone,
lift up the receiver,
i'll make you a believer
i will deliver,
you know i'm a forgiver

Reach out and touch faith


M. Gore

Folsom Prison Blues



I hear the train a comin'; it's rollin' 'round the bend,
And I ain't seen the sunshine since I don't know when.
I'm stuck at Folsom Prison and time keeps draggin' on.
But that train keeps rollin' on down to San Antone.

When I was just a baby, my mama told me, "Son,
Always be a good boy; don't ever play with guns."
But I shot a man in Reno, just to watch him die.
When I hear that whistle blowin' I hang my head and cry.

I bet there's rich folk eatin' in a fancy dining car.
They're prob'ly drinkin' coffee and smokin' big cigars,
But I know I had it comin', I know I can't be free,
But those people keep a movin', and that's what tortures me.

Well, if they freed me from this prison, if that railroad train was mine,
I bet I'd move on over a little farther down the line,
Far from Folsom Prison, that's where I want to stay,
And I'd let that lonesome whistle blow my blues away...


No pregunten el porqué el sr. Johnny Cash figura en este espacio.

Black Wedding (Blutengel)



There was a black wedding
In this strange cold night
All the people laughed
But she she wished to die

She offers him her secrets
Gave all the love she had
And she sees herself dying
Lay naked on his bed

She'll be his victim in this special night
She'll lose her beauty she doesn't want to fight
She want's to be loved only for this moment
She could never win this lovely game of life

He kissed her silver body
And smell her warm red blood
But he can't listen to her
Can't hear her trembling heart

Her smile vanishes when she looks into his eyes
All his sweet promises crumble into dust
She doesn't want to see this greed in his eyes
But her weak protest dries up in his lies


25 de junio de 2008

Caída


El vino.
Seguido de la copa.

Tu recuerdo.
El aroma de tu cabello.
Tu rostro, tan definido.
Tu voz tan cadenciosa.
Tu desdén por lo que importa.
Tu atención a los detalles.
Tus labios de carne amante.
Tu peinado definido.
Los olanes de tu vestido.
El acento de tu nombre
cuando lo identifico.
Tu sonrisa extraviada,
hecha mi ingenuo vicio.
Tu figura non-perfecta,
sólo fraguada con estilo.

El irregular silogismo
de tu esencia irreverente.
Tus pupilas desteñidas
por el negro fuego ardiente,
por desear inutilmente
mezclar amor con cinismo.

*Tu perversidad oscura
reflejada en el firmamento.

La glucosa de mi sangre.
Mi mirada hacia el infierno.
Mi deseo de pertenecerte
mucho más allá de lo eterno.

Los cristales...
Las lágrimas...
Mi ser completo...

Todo cae, belleza hiriente,
todo en mi mundo consciente.
Nada podrá llenar mi copa,
sea de la vid o la sangre caliente.
Pero mientras tú me hieras
no me tocará la Muerte.

Sólo mientras tú me hieras.



Dedicado a la causa de mi hambre, quien quizá nunca lea esto.

19 de junio de 2008

The end (The Doors)

El vampiro y el fantasma (parte VII)



This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend
The end of our elaborate plans
The end of everything that stands
The end

No safety or surprise
The end
I'll never look into your eyes again

Can you picture what will be
So limitless and free
Desperately in need of some stranger's hand
In a desperate land

Lost in a Roman wilderness of pain
And all the children are insane
All the children are insane
Waiting for the summer rain
There's danger on the edge of town
Ride the King's highway
Weird scenes inside the gold mine
Ride the highway West, baby

Ride the snake
Ride the snake
To the lake
To the lake

The ancient lake, baby
The snake is long
Seven miles
Ride the snake

He's old
And his skin is cold
The West is the best
The West is the best
Get here and we'll do the rest

The blue bus is calling us
The blue bus is calling us
Driver, where are you taking us?

The killer awoke before dawn
He put his boots on
He took a face from the ancient gallery
And he walked on down the hall

He went into the room where his sister lived
And then he paid a visit to his brother
And then he walked on down the hall
And he came to a door
And he looked inside
Father
Yes son?
I want to kill you
Mother, I want to. . .

C'mon baby, take a chance with us
C'mon baby, take a chance with us
C'mon baby, take a chance with us
And meet me at the back of the blue bus

This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend
The end

It hurts to set you free
But you'll never follow me

The end of laughter and soft lies
The end of nights we tried to die

This is the end...

J. Morrison

El vampiro y el fantasma (parte VI)

La luna menguante de Agosto cubría el desnutrido rostro del hombre sin nombre. El hambre había vuelto. Pero esta vez no había que energías que conmutar. La corbata, que era de Hércules y que antes era de Federico II, el guibelino, había perdido su penetrante reflejo.

Si bien las ropas decían que se trataba de un hombre, su complexión, ahora tan débil, degradable por un pedazo de pan, no definía ni un sexo, ni una personalidad. Se trataba de un ser humano inmaduro, nacido del reciclado de la nada.

Hércules y Ariadna estaban atrapados en una masa gris de ochocientos años de antiguedad.

De lo que no se percataron, tontamente cegados por la pasión del momento, era que un humano no puede poseer dos personalidades a la vez, dentro de sí. No sin colapsar, no sin pelear, no sin sufrir de más.

El humano metió su mano en el bolsillo izquierdo del saco, y sacó unas monedas. Estimó que sería suficiente para salir a buscar un sandwich de cualquier clase, una bebida caliente para compensar el calor excesivo desprendido del acto de unión y algún artilugio que le pudiera servir para volver a refugiarse en la iglesia de San Pedro, tan fría como el desierto nocturno.

Una vez alimentado, se dirigió a sus aposentos, a descansar de la fatiga de la deambulancia casi eterna. Esta vez corriendo, a traves de las butacas de la iglesia. Escondiendose tras los tripiés de los adornos florales y los candiles. Activando, con la desacostumbrada fuerza necesaria, el muro corredizo que daba con su habitación. Buscando con el tacto, en vez de con la vieja y poderosa vista, los cerillos para prender las velas. Romántica e irónica actividad, puesto que había electricidad en el lugar, de la cual sólo se alimentaba la computadora.

Pero el humano recordó que había apagado la computadora. No la encontró así a su llegada. El olor a humedad se vio cortado por un delicioso perfume que le hizo dar vuelta. Se trataba de la dama de la casa de Bergerac, envuelta en una bata blanca, quizá de laboratorio.

- Ya sabes porqué estoy aquí. Escuche y ví todo en mi casa. No te cansaste con matar al legendario Ugolino di Conti, mi directo ancestro, para salvaguardar el destino de uno de tus ahijados. También osaste liberar a Ariadna Torso, una bestia que debe permanecer encerrada, lejos del libertinaje de la parapsicología.

El humano, mientras escuchaba, veía una silueta de mujer blanca en frente suyo, con los brazos a las espalda.

Cuando terminó de hablar, veía uno de los brazos de la dama di Conti alzarse en dirección hacia él, con un arpón sin cuerda. Vio el arpon clavarse sobre su esternón, mientras dos golpes martillaban sus oídos. Uno del golpe del arpón contra su cuerpo y otro del golpe de su cuerpo contra el muro, clavándose a éste.

Vio como la dama di Conti conectaba un amplificador a la salida de audio de la computadora. La salida, en lugar de ser bocinas, era un cable con caimanes, los que la dama se dispuso a conectar a sus genitales luego de haberle bajado el pantalón.

Escuchó cómo la dama di Conti le preguntaba "¿Cual será la última canción que escuches, tu favorita o mi favorita?", mientras la veía borrar la lista de reproducción completa, todas las piezas menos dos. Special cases, de Massive Attack, y The End, de The Doors. Levantó la vista de la pantalla hacia la mirada de la dama, inexpresiva. Bajó su vista a la sonrisa, francamente divertida, de un ser perverso que se relamía los labios mientras paseaba sus dedos sobre una mesa llena de cuchillos, navajas, sierras, fresadoras, brocas, un taladro y otros artilugios eléctricos.

Vió el humano como su sangre se escurría por el piso mientras la música, a pesar de no escucharse, retumbaba en sus nervios bajos. Sintió cómo ella introducía un cautín a su garganta, imposibilitándolo de quejarse del dolor. Sintió como abría ella sus uñas para conectarle terminales eléctricas. Sintió cómo sus vísceras intentaban salir del vientre a través de la pequeña hendidura que le se le había hecho. Sintió cómo unas finas agujas perforaban sus ojos, manchando de rojo su percepción visual. Sintió cómo el taladro perforaba, siempre con brocas de distintos grosores, los huesos de su pierna izquierda, y cómo las fresadoras actuaban del lado derecho. Sintió el asqueroso dolor de su propia sangre podrida, mezclada con la humedad del ambiente y el sudor de su cuerpo, añejos por las horas. Sintió cómo la dama di Conti, con la bata hecha un asco pero el rostro inmaculado, le daba vuelta al cuerpo aún con vida, girando sobre el arpón, para colocarlo de cabeza, y permitir que el flujo de sangre no abandonara el cerebro y así impedir que muriera antes de lo debido.

Sintió cómo su melodía favorita le causaba más daño que la favorita de la dama.

Entonces lo entendió.

El humano había cedido al amor, sin tomar en cuenta todas y cada una de las consecuencias del dolor. En lugar de ceder, aunque sea por unos instantes, detenerse a contemplar y razonar su propia condición, decidió ir a comer un sandwich en una cafetería muy bonita.

No se detuvo a pensar que el amor, en realidad, nunca le perteneció. Y sin embargo se dejó seducir por él, al precio más alto.

La tortura de la dama di Conti no tenía que ver en lo más mínimo con su verdadero sufrimiento. Se abandonó a sí mismo, por ir a correr a los brazos de algo que ni siquiera él sabía que es.
La dama di Conti no lo lastimó. Sólo le hizo ahorrarse la molestia de vivir, haciéndole sentir una mísera fracción de lo que la humanidad vale, haciéndole cumplir, en treinta y seis horas que duró la tortura, el destino que cada humano tiene que seguir a lo largo del estadístico promedio de sesenta y cinco años. Le hizo pagar un milenio completo de supervivencia a costa de la de otros, a costa de sus raíces.

El vampiro y el fantasma se negaron a su destino. Pagaron las consecuencias y cumplieron su objetivo. Pero ahora ya no quedaba nada de ellos, no había nada que el hipercubo pudiera salvaguardar de ellos. Al morir, el humano se hizo cenizas, que se esparcieron en el éter y desaparecieron tras un lamento.


La dama di Conti desconectó el amplificador. La computadora decía a través de las bocinas:

The blue bus is calling us
The blue bus is calling us
Driver, where are you taking us?

Se sonrió por última vez, Limpió su bata del inexistente polvo, con el ademán más exagerado.
Salió sin el menor resguardo posible, para atravesar la fachada principal de San Pedro y respirar un poco de aire, relativamente, cálido.

A la salida, se encontró con el sacristán. Después de una hipócrita reverencia, se dirigieron a la cocina del asilo, a contraesquina de la catedral. Él le sirvió un modesto pero confortante vino de mesa, al tiempo que ella le entregaba un fajo de novísimos billetes, recién salidos del Banco Nacional, y le preguntaba:

- Oye, sacristán, ¿Tú crees en el amor?

El sacristán, sin malentender la pregunta, respondió sin pensar:

- Uuuy, señora, ¿porqué cree que soy sacristán?

Ella miró por una de las puertas y distinguió la habitación del tipo, que constaba de una cama rodeada de mesitas con libros y una lámpara.

Se sonrió, por enésima vez en el día, y sacó un cuchillo de la cocina.


Carolyn Jones como Morticia Adams

18 de junio de 2008

El vampiro y el fantasma (parte V)

Sobre el amor y la eternidad

Ariadna se presentó ante Hércules por medio de su habilidad táctil, de la misma manera que le pidió que le liberara del hipercubo. Dejó de tocarle y el humano volvió a ser vampiro, aunque ahora sin todo el poder que le caracterizaba. Sus energías estaba, pues, equilibradas.

El hambre había desaparecido y de igual manera habían desaparecido el desasosiego de Hércules y la ansiedad de Ariadna. Ninguno de los dos se preocupaba ahora del futuro. A ambos les gustaba el presente. Por primera vez en la existencia de ambos, no necesitaron de exterminar una vida para saciar su hambre. Ariadna, que se manifestaba a través de Hércules ahora, inició el diálogo que ambos buscaban.

- Por primera vez en muchos años siento el calor humano, aunque no sea puramente humano. Debo darte las gracias.

- Y yo, por primera vez, siento el calor legítimo, el calor eterno. No deberías ser tú quien da las gracias.

- Disculpame, pero yo no poseo el calor legítimo. Lo cierto es que dejé de ser humana desde hace más de doscientos años. El calor que sentiste es tuyo propio.

- Yo tampoco tengo calor. Lo permuté hace seiscientos años por dolor eterno. Sólo eso me mantiene vivo hoy día. No tengo nada, ni siquiera amor, que pudiera acogerme con siquiera un poco de aquello que me has dado recién.

- Pero cómo puede alimentarte el dolor, caballero, si me has dicho que no eres humano? Sólo el humano puede alimentarse del dolor. Quizá me equivoque porque he perecido en este mundo menos tiempo que tú, pero eso es lo que he visto a lo largo de mi travesía cognoscitiva en vida y en la no vida.

- Y tu idea no es errónea, brisa del viento. Sólo el humano puede alimentarse del dolor. Por eso perece, por eso muere. En el ser eterno, como tú o como yo, se trata de una necesidad distinta. Nosotros no perecemos porque no nos alimentamos del dolor. Lo usamos de motor, vivimos de él. Al igual que el artista, guía nuestros pasos. Pero nunca nos alimenta. No hay modo entonces de que nuestro corazón, si es que tenemos tal, se desgaste hasta morir.

- Entonces, según lo que has dicho, tampoco podemos amar. ¿Cierto? Porque sólo el que es capaz de amar, es capaz también de sentir dolor. Y al contrario. Entonces me encuentro en desacuerdo contigo, caballero, porque yo estoy enamorada del arte. Sólo para el arte he permanecido en este ambiente tan bizarro, tan diferente y tan encontrado consigo mismo. Por tanto, ninguno de los dos ha cedido calor al otro. Simplemente, lo conjugamos en uno solo, y se hizo presente ante nuestros sentidos. Debo decirte, caballero, que me sienta bien esa conjugación.

- A mí también me sienta bien ese juego, ese coctel energético. ¡Brisa del viento, debo defender mi postura frente a tus ideas, pero me siento tan encontrado con lo que me haces sentir! Te diré, en calidad de suposición, que lo que tú sientes por el arte no es amor, sino simbiosis. Una situación mental que no depende sino del dolor. Tú, bellìsima alma hecha pensamiento, no eres sino una viajera en los anales del sufrimiento. Corrígeme si erra mi lengua, pero tu nunca te alimentas del dolor. Lo ves pasar ante tus intàctiles ojos. Lo transformas, según su andar, en una nueva forma del mismo dolor, más asequible y mas hermosa, pero es dolor al final de las cuentas.

Ariadna, extasiada, no hizo mas que ceder. Las ideas, a través de las neuronas muertas de Hércules, circulaban y se chocaban contra el aire. La música en el cráneo hizo pensar a ambos. Ambos estaban en desacuerdo. Pero ninguno de los dos quería ceder. Tampoco querían ganar, o perder. Lo único que querían era descubrir la verdad. Y les agradaba infinitamente la idea de que eso era algo que deberían hacer juntos.

Las palabras habían dejado de resonar en la habitación. Habían pasado horas desde entonces, tiempo que Ariadna disfrutó sobre la piel de Hércules, cada vez más cálida. El silencio prolongado, al cual ya estaban ambos acostumbrados, les sentaba bien, mucho mejor que el calor mismo, mucho mejor que esas compañías amargadas de sus mismas especies. Así, el vampiro y el fantasma habían descubierto que ninguno de los dos se había equivocado. Cuando estaban juntos, el calor fluía entre ellos por la simple y sencilla razón de que ambos eran cuerpo y alma, amor y dolor, soledad y pasión. Los ingredientes principales de un humano completo.

Ariana manifestó sus ojos en el aire, de nuevo, frente al rostro de Hércules. Había una idea fluyendo en sus mentes. Sin mencionar una sola palabra, asintieron. Entonces, en un acto de salvajismo y locura, salieron de la habitación oculta, y asomándose a la ventana, se unieron en un acto dolorosísimo, propio de los "humanos". Tras un acto simbólico de amor, pasión e incluso salvajismo puro, el vampiro y el fantasma se transformaron en un ser que no necesitaba alimentarse de vida para sobrevivir. En un ser que, lo mismo que podía alimentarse del dolor, podía dejar que le transportara a universos distantes. Un híbrido natural que, aunque su corazón se desgastara y sus carnes se secaran, su esencia le permitía seguir en pie.

El vampiro y el fantasma se hicieron humano.



En la foto: The Dresden Dolls

16 de junio de 2008

A noise severe (The Gathering)




I feel it slip
Slip away
From my hands
All the way

My heart pounds like [...]
I feel it slip
Slip away

Why am I?
Why am I here?
So distant from
My old life


My heart feels so sad
What am I doing here?

Doing here

You see
I'm riding endlessly
What will become of me
This higher power knows

You see
I'm waiting patiently
And what this means to me
Nobody ever knows

You see
In all the warmth I feel
Is this the end of me?
Only I should know

a.v. giersbergen

El vampiro y el fantasma (parte IV)

Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio.

Ariadna afirma, para sí misma, que fue el primer gran pensamiento que su mente asimiló al adentrarse en su vida no-tangible. Su cuerpo murió joven, de menos de treinta, y quizá por eso se quedó con la idea que hizo mal uso de su estancia en la vida. Empero, su vida “de muerta” la dedicaba a cultivarse, a absorber y crear arte, que es lo único que le queda a un fantasma para pasar su tiempo.

Ella había visto, a lo largo de dos siglos, cómo es que el concepto de fantasma se había ridiculizado a tal grado que ninguna persona viva del mundo moderno tiene el más mínimo respeto por los seres de su clase. En lugar de acogerlos en las moradas que solían habitar cuando vivos, se acercan con morbo, con condones en las carteras y videocámaras en las manos, para pasar un rato “espeluznante”. Ariadna había visto y, si se puede decir, vivido todo esto. Lo veía en la televisión. Lo leía en revistas, para su sorpresa, especializadas. Lo escuchaba en el radio de los vecinos, sobre todo a media noche, mientras salía a mezclarse con el aire fresco del jardín de su preciosa mansión de Bergerac. Le parecía increíble cómo es que los humanos, al no entender la naturaleza sobrenatural, inventa ideas para tratar de dar alguna explicación, lo expone a la gente, se distribuye por los medios y finalmente acaba en cajitas de cereal, máscaras de hule y libros carísimos que el resto de la gente, al no querer pensar alternativamente, compra sin pujar siquiera.

Ella prefiere llamarse a sí misma, en función de su condición, como brisa de viento, ya que es la única manifestación que había podido crear en el mundo real a lo largo de su, relativamente, corta existencia. Con el tiempo, aprendió cómo soplar para mover sus libros, como hojearlos sin dañarlos, tomar alguna pluma y escribir sus memorias, sus ideas, sus viajes que no solían ser más distantes que la mancha urbana. Visitaba otros seres similares a ella distribuidos por la ciudad, pero sus visitas no duraban mucho tiempo. El resto de los fantasmas no se resignan a no estar vivos. Ella se sentía afortunada, ya que como ser racional, podía leer más libros que ningún humano, escuchar más música, saber más de todo. Tenía todo el tiempo que quisiera para dedicarse a ser historiadora, musicóloga, crítica de arte, o lo que más le gustaba, ser cronista. Era, pues, un ser solitario, y se sentía a gusto con ello. Quizá era una reivindicación del comportamiento hedónico al que tanto se había dedicado a alimentar en vida. Viajes, orgías de todo tipo, derroche excesivo, amantes, sadomasoquismo, ritos paganos, al no creer en la religión, sostenía firmemente que la vida no es ni puede ser eterna, y que había que aprovecharse de ella al máximo. Sin embargo, esto le costó una muerte dolorosa por disentería, pobreza extrema y soledad indigerible. Todo lo que el siglo dieciocho le podía proporcionar.

Se sentía honrada con su condición. Pero había que pagar un precio muy alto. Como todo ser que se manifiesta en el mundo real, gasta energía, y por supuesto, necesita obtenerla de algún lado.

La primera vez que lo descubrió estaba en su misma casa. Apenas llevaba tres o cuatro años de muerta. Habitaba en la casa una familia compuesta de un matrimonio, una anciana y una niña de ocho o nueve años. Mientras observaba a la familia en turno cenando, se sentía débil. El hambre la invadió terriblemente, la cabeza le palpitaba, como si un corazón material bombeara sangre a su cerebro con brutal fuerza. El dolor, después de estar desacostumbrado a él, era tan fuerte que le hizo gritar. La familia escuchó, se aterrorizó y cada quien corrió a sus habitaciones. La peor elección ante un ataque de algún asaltante o asesino. La mejor elección para esconder sus vistas del ataque que Ariadna estaría a punto de ejecutar.

Voló, lo más rápido que pudo, a su vieja habitación. Nadie se acercaba a ella, por toda la basura y cacharros que a los antiguos habitantes primero les inspiraban respeto por la difunta, luego flojera para limpiar. Al encontrarse ahí, un gran arrebato de ira, mezclada con el hambre, le hizo crear un atroz huracán que arrancó la vieja cama del piso y las cómodas. Perdió el fantasma el conocimiento por unos instantes y, cuando reaccionó, se encontraba con en rostro sobre el pecho de la niña, succionando como si hubiera un popote en su boca. Se retiró con una sonrisa de satisfacción del cuerpo de la infante, y la sonrisa se le desdibujó al ver su cara rasguñada, sus ropas hechas jirones y sus extremidades todas fracturadas. No tuvo tiempo ni para gritar auxilio.

Abandonó el recién cadáver en el quebrado suelo y arrancó a llorar mientras salía por la ventana al jardín. Ahí entendió que, después de todo, su condición no le permitía la verdadera inmortalidad. Después aprendería a absorber sólo una parte de la energía de sus ahora Híadas víctimas. Pero lo aprendió del modo más cruel. Un cruel asesinato, clavado a su mural de conciencia, estaría ahí por el resto de su existencia.

Casi doscientos años después, se encontraba en una prisión, en su propia casa. El hipercubo que le dijo a Hércules, a través del tacto, que rompiera, la había custodiado ahí por unos pocos años. No tenía la más mínima idea de los detalles de su captura. Pero no estaba dispuesta a “morir” en esas circunstancias. Así que tomó la no-vida de Hércules, esperando aniquilarlo.

Al ver que no moría, supo que se encontraba ante un ser especial. Un ser que, al haber hecho caso de sus súplicas y abrir la puerta de su prisión, no la aniquilaría, y mejor aún, ella no podía aniquilarlo al tocarlo con sus manos, pues ambos estaban embriagados de la vida eterna. Un ser que, si estaba dispuesto, le ayudaría a encontrar la forma de volver a ser lo que ella tanto quería, aunque fuera por unos instantes: ser humana de nuevo.



En la foto: Gabriela de la Garza

15 de junio de 2008

El vampiro y el fantasma (parte III)

La habitación mostraba que alguien, o algo, había estado agitando el polvo que predominaba en la superficie de los muebles que había dentro y en el suelo. Lo que hubiera sido, había agitado tan fuertemente el polvo que se había homogeneizado con el aire, creando esa atmósfera impenetrable para la vista, a la que Hércules le empezaba a perder miedo.

Entró, dirigiéndose hacia el centro, al tiempo que el polvo se asentaba de nuevo sobre los muebles y el piso. Se empezaba a distinguir la forma de un juego de sala, absurdamente minimalista, comparado con los rústicos y adornados estantes y sillas que había visto en la biblioteca. Cada centímetro cuadrado se cubrió de una fina película, excepto por una extraña figura de cristal que se encontraba sobre una diminuta mesa de centro.

Pronto distinguió el vampiro que se trataba de un cubo del tamaño de una palma de mano, en una disposición muy extraña. Se trataba de un bastidor metálico, cubierto de seis placas de cristal, y de cuyas aristas pendían ocho hilos, al parecer elásticos, que a su vez sostenían otro cubo dentro. Este cubo, también de cristal y de la mitad de tamaño que su custodio, estaba relleno de un líquido negro.

Hércules guardó su distancia de la extraña figura. Pero sus ojos no se dirigían hacia ninguna otra cosa. Sus manos, hipnotizadas, se abrían camino entre el aire para llegar a esa extraña caja. Su frente despedía calor, como si la vida le volviera conforme se acercaba. Sus ojos, negros como el vacío puro, tomaban un color grisáceo, esto lo notó por el débil reflejo de luz exterior en una de las paredes de la caja. Su corazón se aceleraba. Era obvio que volvía a la vida. Seis siglos de larga espera, culminados en esa extraña casa de la Bergerac, parecían haber valido la pena para encontrar la vida legítima, la vida digna del que alguna vez fue hombre, y por consiguiente, la muerte digna de un hombre.

Su dedo medio tocó una de las aristas de la caja, y el tono grisáceo, el color "necroso temprano" que predominaba en su piel, se volvió color piel "de joven de 20", según apreció en ese momento. Sin embargo, se paralizó en el momento de establecer contacto firme con la caja, y en un lapso de dos segundos, ideas que no había evocado, y que no se le podían haber ocurrido en la situación en la que se encontraba, se habían expandido en su imaginación. Se le ocurrió que la forma de la caja era una representación tridimensional de un hipercubo. Le surgió la idea de que un cubo, al ser una figura cerrada, podría ser la prisión de algo que pertenecía a una dimensión no tangible a un ser humano, ni siquiera a alguien de su condición vampírica. Algo, lo que estuviera encerrado en la caja, sólo podría liberar ciertas manifestaciones al mundo tangible, pero nunca a sí mismo. Y también sintió un desgarrador impulso, una necesidad por romper ese hipercubo, fueran cuales fueran las consecuencias.

Tomó con ambas manos el artefacto, para descubrir cuán pesado era, lo elevó a la altura de su mentón y, dudando, lo quebró contra el borde de la mesa de centro. El cristal se abrió, el dispositivo se despedazó por completo y la extraña sustancia negra, vertida en el suelo, soltó un hedor a cadáver, insoportable para el mismo Hércules. Aún así, el olor desapareció al tiempo que los cristales dejaban de rebotar en el suelo.

Hércules ya estaba asustado. Y su acción lo había alterado hasta el límite. Ahora era francamente poderosa su inmovilidad. No sabía porqué había hecho eso. Le daba pavor no saber qué consecuencias había traído el quebrar ese hipercubo.

Pasó un espacio de medio minuto, que el vampiro sintió eterno. Llegó a la resolución de que, después de una buena copa de sangre, virgen si podía encontrar, podría desenmarañar ese misterio que, de no ser por su agitada respiración, habría tomado como un impulso propio de una bestia, sin razonar en lo mas mínimo. Lo cierto es que todo estaba razonado. Sin un porqué, pero razonado.

Sus fuerzas le habían abandonado. Desde que dejó de ser humano, nunca había sentido escalofríos, hasta ese instante. Eso podría ser porque un extraño calor se generaba dentro de su cuerpo, después de tanto tiempo de no haberlo sentido mas que en orgías sexuales.

Dio media vuelta, y se dispuso a abandonar la habitación oculta cuando notó que un hormigueo se deslizaba en su mejilla. Era una especie de líquido. El líquido se abrió paso hasta la boca. Hércules sacó la lengua para degustar, y comprobar que era sangre.

Entonces, venidas de la nada, dos corrientes de alguna otra sustancia fría empezaban a deslizarse por su rostro. Las corrientes tomaron forma de manos, al tacto. Hércules quedó, de nuevo paralizado. Pero esta vez, una sensación de sosiego, de liberación, invadía su sistema nervioso. El miedo se había ido. Las ansias seguían en el estómago, pero eran contenibles ahora.

Un aroma a violetas se introducía a su nariz. Una de las manos invisibles arrancaba ahora un pedazo de cristal de la mejilla de Hércules, y dejaba que la sangre que brotaba de la herida, ahora humana, le diera forma visual a sus dedos.

Mientras la otra mano permanecía en el rostro del hombre, los dedos entintados en sangre dibujaban lo que parecía ser una boca. La boca sonrió, y el extraño ser, una vez que se percató de que también Hércules sonreía por impulso, lo besó en la frente.

Una nueva idea surgió en la mente del ahora ex-vampiro. Se trataba de lo que antes solía ser una mujer.


14 de junio de 2008

El vampiro y el fantasma (parte II)

Hércules nunca estuvo agusto con su nombre. Su padre creador, Lope, y sus amigos siempre estuvieron empeñados en nombrarrle así. Nunca supo ni se detuvo a comprobar el porqué de su apelativo de inmortal. Esta idea zurcó sus pensamientos durante un breve instante, al tiempo que de un salto cortaba los aires para caer justo a la entrada de la puerta de servicio del edificio. Incluso en su prolongadísima soledad, el vampiro era cauteloso, amable con el entorno, silencioso.

Se encontraba, entonces, frente a una discreta puerta de madera. Sin adornos, sin acabados, si acaso una débil capa de barniz opacado por el brillo de una chapa de seguridad electrónica. ¿Como iba una vulnerable puerta de madera estar acompañado un costoso equipo antiintrusos? Acercándose un poco se daría cuenta que no se trataba de madera, sino el efecto pastoso del barniz. No habría entonces modo de burlar el sistema, no sin activar alguno de esos dispositivos ultrasensibles que ya antes le habían causado molestias al oído.

Ejecutó de nuevo un salto para detenerse del carco de una ventana que vio abierta dos plantas más arriba, y después de una breve inspección en su esfera visual, entró.

Hércules vestía con un traje negro, sin ninguna clase de patrones, una camisa de igual color y una corbata que brillaba casi de la misma manera que sus zapatos. La corbata, curiosamente, estaba confeccionada con los restos de uno de los leones de un blasón de los Hohenstaufen, un amuleto de sifnificado muy importante para él. Sin embargo, en su época, el blasón era tan lustroso que hoy día, y debido a los cuidados que presentaba la corbata, el reflejo de luz asustaba al mismísimo Hércules, y esto le hacía pensar que quizá Federico II, uno de sus viejos protegidos, le acompañaba en su eterno devenir, a través de ese accesorio.

Había entrado el elegante semihombre a la biblioteca. Se sintió invadido por la falta de concordancia con la apariencia externa del lugar, y la inusual ubicación de la habitación. Una biblioteca, tan lujosa como ésa, no debería estar en el tercer piso, lejos de las visitas. Incluso si no había tales visitas. Hércules estimó dos mil piezas distribuídas en roídos pero macizos estantes a lo largo de tres paredes y media del habitáculo (la otra mitad, obviamente, portaba la ventana). En el centro había un extraño decorado, definido básicamente por la forma de un pentagrama.

El vampiro caminó hacia el centro y, gracias a un disimulado movimiento del suelo, comprobó que el dibujo del pentagrama en el suelo era una sola pieza circular separada del resto del piso, con algún mecanismo que le permitía girar. Se colocó en el centro, e invitado por el romántico aroma a alguna clase de perfume natural y la antigua humedad de las hojas de los libros más viejos, se dispuso a imitar el mecanismo, girando en círculos, a la derecha, sobre sus propios pies. De pronto los detalles de la habitación empezaron a poblar su mente: entre los títulos de los libros figuraban el muy gastado Necronomicón y varios tratados de magia, y entre autores filósofos, científicos y algunos literatos fantásticos figuraban nombres tanto antiguos y recientes, como Bloch, Baudrillard, Nietszche, Beckett, Aleister Crowley, LaVey, Lovecraft. Todos de temas muy desfasados, pero todos enfocados, según el juicio a priori, no a la fantasía, ni al aspecto sólido del humano, sino a su trasendencia espiritual y su presencia en el mundo tangible y el mundo "paranormal".

Se decepcionó entonces de aquella bella dama, ya que era evidente que sus estudios eran serios, y en sus más de seiscientos años de vida, jamás había visto ni ningún fantasma, ni ningún ser humano que hubiera podido elevar su alma a un nivel tan alto como para alcanzar la verdadera felicidad. Cada político o activista social que espió, cada cáliz mortal del cual bebió, cada personaje del cual hizo su protegido, todos tenían un mísero detalle, una vanalidad en su alma que les impedía morir felices.

Mientras pensaba todo esto, decreciendo la velocidad de su giro lentamente, empezó a escuchar un leve lamento prooveniente de la habitación contigua. Pasando los segundos, Hércules detuvo por completo su extraño viaje astral, consternado por los ahora fortísimos alaridos que provenían de esa habitación.

Se acercó al muro contiguo, y descubrió con el oído un flujo de aire. Lo que significaba que había un acceso ahí. Lo que a su vez significaba que, probablemente, no había ningún otro modo de poder entrar ahí. En consecuencia, había de ser esa una puerta. Aplicó fuerza a un costado y el estante cedió a un movimiento de torsión, permitiéndole el paso a un cuarto de atmósfera densísima, donde el susurro que escuchaba en un principio ya no era uno fuerte, sino muchísimos débiles que se alzaban al unísono.

Por primera vez en casi seiscientos años, Hércules tenía miedo. Le provocaba pavor el sonido de aquellos seres, porque nunca antes se había encontrado en una situación así. Y tenía miedo porque su elegante andar, su pose de dandy de las tinieblas, se podría ver alterada para siempre por ese fenómeno que no tenía explcación lógica. La frialdad de pensamiento lo había abandonado, dejando su mente en blanco, vulnerable a cualquier clase de ataque, pero sobre todo, vulnerable a un ataque de locura.

El hambre lo invadió en un instante. Pero no podía alimentarse. No sin dejar su diligencia sin concluir. No sin saber porqué un sonido extraño hacía que él, un vampiro, tuviera la sensación de la legítima Muerte a sus espaldas.


12 de junio de 2008

Mis tristes preguntas

Vulgar cuerpo que el vuelo levantas
sobre la servil Tierra desdichada,
que te ha dado milenaria fama
de ser, toda tú, plateada,
¿porque te gozas de enamorar
perdidamente al alma desdichada,
cansada de sentir la piel
por el intenso dolor quemada?

¿Porqué tu hermoso brillo plateado
lujuria y encanto en los ojos desata,
cuando eres menos que una joya,
eres vulgar roca congelada?

¿Porque consumes cuanto verso
el poeta distraído te dedica,
absorto de tu fría galanura,
desentendido de tu hipocresía?

¿Porqué me haces gastar mis intentos
de crear maravillosos versos
(o al menos legibles al lector amante)
en describir los vastos universos
que el reflejo del Sol evoca
sobre tu piel inerte, sin deseos,
y que luego tu blanca piel transpone
sobre mis grises pensamientos?

¿Porqué me haces anhelar
el cáliz prohibido de la vida eterna,
sólo para verte vagar monótona
mientras vigilo tu existencia,
sin recibir nada a cambio
excepto tu hermosa luz muerta,
luz que sin mesura cobra vida
en mis más profundas tinieblas?

¿Porqué me haces preguntarte
cada vez que apareces llena
todas estas cosas tristísimas,
todas ellas sin respuesta?
¿Porqué me haces preocuparme
por cuanto cede la luz de mis velas
ante ese, tu grave aliento mágico
que susurra a mis orejas?


11 de junio de 2008

El vampiro y el fantasma (parte I)

Special Cases era el soundtrack. Una canción seductora para una noche seductora, llena de misterios descubiertos, desvelados para la ya entrada en años mente de Hércules. Misterios que, no por haber sido descubiertos, dejaban de ser intrigantes e hipnotizantes para la eternamente contemplativa vida de un vampiro. Massive Attack siempre le había evocado a la mente emociones que alteraban su agonizante respiración, sobre todo en noches ruidosas como aquel domingo, domingo especial por ser noche de fin de vacaciones y el inicio de nuevas y desgastantes actividades laborales.

El calor empezaba a entrar a la ciudad. La periferia se llenaba de contaminados aromas de vehículos. Los bares llenos de desobligados y los hogares llenos de malpagados empleados. Alguna que otra casona de los suburbios debía estar vacía, salvo por la sirvienta teniendo esa clásica escena con el chofer en el segundo volumen de la camioneta de lujo.

Hércules tenía todo el tiempo del mundo para planear una estrategia. Mejor aún, tenía todo el tiempo del mundo para mejorar sus maniobras improvisadas. Porque, después de todo, un vampiro no es invulnerable a ser descubierto por una persona ajena al objetivo.

Apagó su computadora, y con ello la música, justo cuando acabó la melodía. Salió de su morada, la catedral del San Pedro en el centro. Se alejaba hacia el oeste, desde la zona centro, paseando por las calles, siempre del lado de los arbustos o los macetones descuidados por los vacacionistas. Reconocía su egolatría, al ver que hasta la más sensible cucaracha era incapaz de detectar sus pasos. Observaba hacia dentro de los arbustos, podía captar cómo ellas dirigían su atención mejor al olor del pan de la repostería que había dejado atrás hace tres cuadras, que a sus sigilosos pasos, aún cuando rompía la hojarasca del suelo con sus duros zapatos.

La calle Bergerac era muy atractiva para él. El nombre le traía malos recuerdos, quizá una discusión que tuvo centenares de años atrás con Cyrano y ahora se niega a recordar. Pero los contrastes culturales que él observaba en esa calle invocaban aquella frase de su viejo amigo:

Un honnête homme n'est ni Français, ni Allemand, ni Espagnol, il est Citoyen du monde, et sa patrie est partout.

En una manzana, de un costado, sólo cuatro casas. La primera, la abandonada, donde los habitantes de las otras tres alguna vez habían ido a tirar su basura a consecuencia de no poder alcanzar el servicio de colección de los jueves. El Municipio ya ha tenido, una vez, que mandar limpiar la casona, propiedad de todos, propiedad de nadie. Incluso se había hallado una osamenta en el interior. Pero como el cadáver ya no contenía carne, no hubo más escándalo y todos los restos, excepto el cráneo que nunca se encontró, fueron enterrados en una fosa común.

La segunda casa, la de la familia Vázquez. Una familia modesta, típicamente disfuncional. La señora, con aspiraciones. El señor, desempleado y siempre en harapos. Ambos drogadictos. El hijito consentido, dispuesto a gastar su dinero en cerveza pero no en el hijo abandonado que ni siquiera sabe que existe. La abuela, cansada de la monotonía de su vida indigna, que no puede darse el "lujo" de vivir en un asilo donde la tomen en cuenta, donde pueda escribir sus memorias de su vida galante y liberal, sin que la critiquen o la interrumpan. En esa casa, según había notado Hércules, nunca faltaban el pan de la mañana, el silencio de la tarde y los reclamos existenciales de la noche. La abuela no había ido a las vacaciones, y aunque estaba sola, estaba feliz, escribiendo acerca de cómo se había divertido metiendo la mano en la entrepierna de los políticos de moda de la época. "No por el dinero o el poder, sino por el potencial", decía. Hércules había entrado varias veces antes a leer su obra, realmente le divertía, y se había propuesto mover sus influencias para hacerla famosa y reconocida ante los editores de las grandes casas, aunque sea ya muerta.

Los Echeverría habitan la tercera casa. Es, visualmente, la más costosa de todas, a pesar de ser la más pequeña. Un matrimonio categóricamente hipócrita, a diferencia de sus vecinos que, como se mencionó antes, se gritan sus verdades a media noche. Ella goza del falo seductor del musicólogo de tres calles atrás, en la Baudelaire. Él goza del falo amistoso de su amigo, aquél que conoció en sus monótonas clases de tenis. La hija quinceañera, que alguna vez fue darketa, se convirtió en emo a causa de la bendita moda que ataca a los adinerados de su edad. Al menos su cabello siempre estaba limpio, y eso siempre se lo agradecía Hércules cuando bebía una poca de su sangre, mezclada con dietilamida de ácido lisérgico.

La cuarta casa estaba notablemente descuidada. Estaba a cargo de una mujer excéntrica, de no más de treinta años. Hércules admiraba a esa mujer, y aunque le llamaban mucho la atención sus pupilas, siempre dilatadas, y su vestimenta, sobria sin llegar a ser recatada, nunca hasta esa noche de domingo se le había ocurrido investigar sobre ella. La casa, clásica colonial del siglo diecinueve, estaba siendo remodelada. Quizá la dama pasaba por una mala racha económica, a juzgar por la ausencia de jardineros y por los vitrales sucios. Pero siempre que se paraba ella enfrente del portón, dispuesta a entrar, se le quedaba viendo por unos instantes, sus pupilas se volvían a dilatar y caminaba con muchísimo gusto hacia la puerta de servicio, atravesando la cochera. Curiosamente, Hércules nunca había visto la puerta principal abierta.

Las doce. Era temprano. El vampiro decidió, de una vez por todas, vencer esa flojera e investigar si esa extraña mujer, o quien más viviera en esa casa de Bergerac, poseía recuerdos interesantes en sus sangre, aromas interesantes en su piel.


8 de junio de 2008

Sobre el arte

El arte es un escape de la realidad. Pero no ese escape trillado al que se refieren los críticos, ausente de simbolismo, sometido a un "estándar multifacético".

El arte es la prueba fehaciente de la necesidad humana por el dolor, por el misticismo que encierra ese autosacrificio que nadie requiere llevar a cabo, pero todos los entregados de corazón hacen por auténtico gusto.

El arte es el genuino carroñerismo, el legítimo modo de alimentarse de los residuos de la abstracción de los individuos, aletargar el bienestar para comer y cocinar una gran excreción mental, lista para ser degustada por otros comensales.

El arte es la respuesta mediocre a la gran pregunta de la vida, aquella respuesta a la que nadie objeta porque todo cuerdo la avala, la apoya, la defiende, porque no hay razón para hacer lo contrario. Quizá porque se trata de una ley. Una ley natural.

El arte es ese sitio turístico al que todo mundo quiere ir, pero pocos consiguen quedarse a vivir en sus templadas aguas, su comodísimo clima, su resplandeciente sol y sus encantadoras noches, sus arenas comestibles y sus refugios inutiles, ya que nada es un peligro si traspasa esas fronteras.

El arte es la identidad de la verdadera muerte, es esa agonía a la que no se le puede dar fin mientras alguien la conozca, es el símbolo de la finita espera, la más deliciosa espera, la más tormentosa experiencia, que es la vida.

El arte es aquel enorme velo de encaje negro que protege de la inclemente luz de la existencia, de esa luz inapropiadamente adorada, de ese origen material imposible, de ese destino extracorpóreo inalcanzable.

El arte es esa seducción materializada, , la mismísima humanidad en carne, la música en aire, la reflexión sobre los óleos, el etéreo impulso eléctrico.

El arte es el alimento perfecto. Si no satisface, si no es agradable, basta decir no. Si se desea más, basta cosecharlo, basta cultivarlo. Al contrario del alimento material, no es posible desperdiciarlo, no es pecado rehusarse a su exceso.

El arte es un derecho y un deber. Lo es sublevarse ante ella, acatar sus mandatos, laudarla todos los días, obedecer sus caprichos, que después de todo son en pro nuestro. Es el derecho legítimo porque es un crimen negarla, negársela al débil de mente, negársela al fuerte de corazón. Es un deber porque es necesaria, es sustancia, es poder, es energía y fuerza.

El arte es la diferencia entre el cuerdo y el loco, es la línea divisoria entre los dominios de Apolo y Dionisio. Del loco es el arte, porque el loco no cuestiona. Sólo siente y actúa por medio de su enfermedad, por medio de la materia prima del arte.

El arte es embriaguez, es la única adicción completamente legal, el único placer del que nadie loco resiente ni se queja de las consecuencias. Es eterna combustión, es efecto químico, pues al igual que el hombre, sufre daño por causa del oxígeno, se inflama, se desintegra, desaparece. Y vuelve a ser, aunque no bajo la misma forma, a cumplir con el mismo objetivo.

El arte es podredumbre. Es el infinito dolor, el pasional placer, llevados a una expresión categóricamente alzada por los aristócratas, ciegamente comercializada por las masas, sinceramente admirada por las mentes conscientes.

El arte es el artilugio creador de que se vale el aniquilador masivo. Es arte la metralladora, la cicuta, el teflón, la fábrica, la campaña publicitaria.

No es arte destruir. Pero sí lo es aquello con lo que se destruye.


4 de junio de 2008

Sobre el tecnos y el demos

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Hace no mucho tiempo se empezó a difundir la maravilla tecnológica del VoIP en México. Algo retrasado considerando que en Europa el VoIP es el pan de todos los días.

La telefonía por medio de IP es una solución fantástica para los problemas financieros de todas aquellas empresas en crecimiento (léase PyMEs) que no pueden costear un equipo profesional de conmutación telefónica. Es un protocolo tan versátil que cualquiera que esté pagando por un ancho de banda decente y permanente puede comunicarse con su nadir sin pagar un sólo centavo extra. Aplicaciones como Skype han hecho esto y más posible. La telefonía clásica está quedándose atrás y las grandes empresas, como Telmex o Nextel, ya se están convirtiendo en proveedores de servicios distribuidos, de paquetes de consumo que no incluyen más la renta o instalación de teléfonos convencionales.

La convergencia con la vida diaria de estas tecnologías están haciendo más divertida, entretenida y fácil la cotidies de los consumidores, todos nosotros. Pero ¿A dónde irá a parar esta convergencia?

De unos años para acá, han ocurrido muchos cambios, demasiado drásticos quizás, respecto al desarrollo integral humano. El mundo feliz de Aldous Huxley está a la vuelta de las décadas. La tecnología simplifica tanto la vida actualmente que las capacidades de raciocinio humano se empiezan a ver mermadas. Esta es la era digital, donde si no se sabe de Messenger, no es posible la correcta existencia. Las relaciones sociales se ven afectadas (por ahora, ligeramente) por el distanciamiento, el desencaramiento con el contacto físico. Las aplicaciones ofimáticas realizan todo el trabajo de edición, formato y publicación, mientras que la persona que está al frente e la pantalla se dedica exclusivamente a capturar. Los reproductores de música portátiles dejaron de serlo, para dar paso a autenticas agendas todoincluìdo, tan ostentosas y maravillosas que, a primera instancia, una vez conocido el aparato se es imposible concebir una vida sin él. El mercado, antes dependiente de la calidad de los productos, depende ahora del consumismo, tanto que si se trata de una cura distribuye la enfermedad, y mejor aún, gratuitamente.

Cada vez son más los productos y servicios todoincluido, que la especialización en ciertos temas queda rezagada. La población se ha duplicado en, mas o menos, cincuenta años. Y cada una de esas personas, nuevas o viejas, saben más de todo, de todos. Los empleos se reducen ya que, o bien el trabajo es realizado por las máquinas, o el empleado que más sabe de todo es el único que sobrevive, dejando a todos los demás en la miseria de una “ignorancia especializada”.

La riqueza, como siempre, está distribuida de manera desproporcionada. Eso ha sido siempre, desde el principio de los tiempos. Lo mismo ha provocado que los precios se conserven extremistas. Pero quisiera pensar (con el permiso del lector) que nos dirigimos a un comunismo, sin revoluciones que no sean tecnológicas en mayor medida, o ideológicas, donde la creciente corriente económica de “lo gratis genera más ganancias” provoque que todos trabajen para todos, donde sencillamente sea imposible contar con propiedades, porque aunque no sea posible adquirir, tampoco haya necesidad de carencias. Lo malo de este camino es que llegará un momento en que todos dejemos de trabajar para todos, y sean nuestros propios inventos quienes hagan las labores de las que tanto trabajo nos costó librarnos. Entonces la raza humana habrá desaparecido por completo: una nueva variante de parásitos habrá surgido de un irreal y sintético mundo gris. Elegante, pero gris.

2 de junio de 2008

Vampiro fractal

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Al caer la gota de sangre,
no mas mía, de tus labios cianosos
a la iterativa función de lo real,
a la copa de despojos,
el brillo activo del reflejo
contrastó con el estupor denso
del fractal que había nacido,
gota con copa, magno estruendo.

La muerte marcó sólo el inicio
de mi vagar cansado y eterno,
de mis carnes cayendo de secas,
de mi alma llorando tu beso.

Recorro, desde ya, tus límites,
afiladas curvas, crueles paisajes,
buscando ferozmente un escape,
rezando ferozmente no encontrarle.

Me temo que mientras yo siga
prisionero en tu eternidad,
mi sombra seguirá impaciente,
retumbando al andar.


Entré sin remordimientos
al encierro, sin dudar,
pero sólo tú tienes la llave,
mi vampiro fractal...