4 de junio de 2008

Sobre el tecnos y el demos

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Hace no mucho tiempo se empezó a difundir la maravilla tecnológica del VoIP en México. Algo retrasado considerando que en Europa el VoIP es el pan de todos los días.

La telefonía por medio de IP es una solución fantástica para los problemas financieros de todas aquellas empresas en crecimiento (léase PyMEs) que no pueden costear un equipo profesional de conmutación telefónica. Es un protocolo tan versátil que cualquiera que esté pagando por un ancho de banda decente y permanente puede comunicarse con su nadir sin pagar un sólo centavo extra. Aplicaciones como Skype han hecho esto y más posible. La telefonía clásica está quedándose atrás y las grandes empresas, como Telmex o Nextel, ya se están convirtiendo en proveedores de servicios distribuidos, de paquetes de consumo que no incluyen más la renta o instalación de teléfonos convencionales.

La convergencia con la vida diaria de estas tecnologías están haciendo más divertida, entretenida y fácil la cotidies de los consumidores, todos nosotros. Pero ¿A dónde irá a parar esta convergencia?

De unos años para acá, han ocurrido muchos cambios, demasiado drásticos quizás, respecto al desarrollo integral humano. El mundo feliz de Aldous Huxley está a la vuelta de las décadas. La tecnología simplifica tanto la vida actualmente que las capacidades de raciocinio humano se empiezan a ver mermadas. Esta es la era digital, donde si no se sabe de Messenger, no es posible la correcta existencia. Las relaciones sociales se ven afectadas (por ahora, ligeramente) por el distanciamiento, el desencaramiento con el contacto físico. Las aplicaciones ofimáticas realizan todo el trabajo de edición, formato y publicación, mientras que la persona que está al frente e la pantalla se dedica exclusivamente a capturar. Los reproductores de música portátiles dejaron de serlo, para dar paso a autenticas agendas todoincluìdo, tan ostentosas y maravillosas que, a primera instancia, una vez conocido el aparato se es imposible concebir una vida sin él. El mercado, antes dependiente de la calidad de los productos, depende ahora del consumismo, tanto que si se trata de una cura distribuye la enfermedad, y mejor aún, gratuitamente.

Cada vez son más los productos y servicios todoincluido, que la especialización en ciertos temas queda rezagada. La población se ha duplicado en, mas o menos, cincuenta años. Y cada una de esas personas, nuevas o viejas, saben más de todo, de todos. Los empleos se reducen ya que, o bien el trabajo es realizado por las máquinas, o el empleado que más sabe de todo es el único que sobrevive, dejando a todos los demás en la miseria de una “ignorancia especializada”.

La riqueza, como siempre, está distribuida de manera desproporcionada. Eso ha sido siempre, desde el principio de los tiempos. Lo mismo ha provocado que los precios se conserven extremistas. Pero quisiera pensar (con el permiso del lector) que nos dirigimos a un comunismo, sin revoluciones que no sean tecnológicas en mayor medida, o ideológicas, donde la creciente corriente económica de “lo gratis genera más ganancias” provoque que todos trabajen para todos, donde sencillamente sea imposible contar con propiedades, porque aunque no sea posible adquirir, tampoco haya necesidad de carencias. Lo malo de este camino es que llegará un momento en que todos dejemos de trabajar para todos, y sean nuestros propios inventos quienes hagan las labores de las que tanto trabajo nos costó librarnos. Entonces la raza humana habrá desaparecido por completo: una nueva variante de parásitos habrá surgido de un irreal y sintético mundo gris. Elegante, pero gris.

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