13 de marzo de 2011

Succubus

Caminaba como suelen hacer los personajes de sketches de terror. Una noche fría, con niebla muy húmeda,  donde no cabe la música de fondo de thriller, ni los sonidos de cantina de media noche. Quizá solo el susurro del helado viento que se colaba entre sus cabellos rojizos, tan gruesos al tacto, pero tan finos a la vista. Un cabello saludable que denotaba un cuerpo saludable. Era, pues, una soñadora nocturna, paseando entre las calles buscando emociones, como si fuera prostituta recién iniciada, pero sin serlo.
Acababa de salir de una discoteca, ataviada con un abrigo de cuero negro que brillaba deliciosamente bajo la luz de las luminarias y las mamparas de las calles, repletas de publicidad que anunciaba servicios publicitarios. Además, esa era una noche dedicada a sí misma, la noche, a cultivarse, a divertirse entre sus galas, apenas decoradas de estrellas y jirones de reflejos de arquitecturas coloniales, que poblaban la ciudad. La redundancia cobrava vida junto con los pensamientos de nuestra protagonista, que pensaba en ganar dinero para divertirse para ganar dinero para divertirse para ganar dinero... y así consecutivamente.
Detrás de la discoteca había un pequeño corredor, donde se encontraban las salidas alternativas del lugar. Un lugar oscuro, ideal para hacer el amor en tres minutos, empezar a romperse con ácido o hacer negocios turbios. Más al fondo, sin embargo, se encontraba un tipo que se notaba que no frecuentaba la vida nocturna. Vestía de viernes ejecutivo, y aunque muy arreglado y decente, en su rostro sudoroso había evidencia de exceso de escoceses y humo de cigarro. Tenía toda la finta de que estaba esperando alguien o algo, o que lo habían dejado plantado. Al final, es la misma angustia, igual de presente.
Nuestra pelirroja se acercó hacia él, cruzando un guardia orinando una botella de ron, una chica hasta arriba de coca, sentada sobre el suelo, temblando, cerrando sus ojos como niña regañada a punto de explotar, un trío gay que no aguantaba las ganas o la cartera para entrar el menage, un sujeto con traje, gorra, gafas oscuras y un portafolios de marca, y finalmente, el ejecutivo.
- Te hacía dentro, bailando con mis amigas - decía la pelirroja, convencida ella misma de que no mentía.
- ¿Te conozco? - Preguntó el sujeto de cabello negro y lacio, mientras una marcada y venosa mano se restregaba la cara para quitarse una ligera capa de sudor de la frente y de la nariz. Estaba tenso, y era necesario hacerle relajar para que se levantara
- Que modales... si no me recuerdas esta bien, solo queria pasar el rato con alguien no tan desconocido. - Dio media vuelta y se disponía a irse.
- ¡Espera! - dijo, parándose tan inesperadamente - No te vayas, es que en verdad no te recuerdo de ningun lado.
- ¿De verdad? Volteó de nuevo la pelirroja, esta vez más seductoramente, tanto en su voz como en sus movimientos. Continuó - ¿Sabes lo que es la petite-morte? - Leyó, al fin, en su mente, mientras el trataba de buscar en su memoria a esa chica, que jamás iba a encontrar. Su nombre era Carlos. - La petite morte, chicuelo, es la muerte más divertida de todas. - Se le acercó, mientras recreaba en sus sueños una brutal y deliciosa escena de sexo casual que ella misma había tenido hacía un par de días. La idea era, pues, hacerle a él imaginar esa escena, para que opusiera la menor resistencia.
El sujeto inmediatamente tuvo la erección de su vida. Ella se le acercó, y mientras sus labios atendían al cuello del extraño, sus manos atendían la entrepierna, con caricias, bajando el zipper del pantalón, y haciendo lo propio con su minifalda de cuero negra, apenas disimulada por sus botas.
Cuando Carlos cerró los ojos, la chica supo que era el momento ideal. Se puso de puntillas para poder ser penetrada, y empezó el ligero ejercicio callejero. No había sobreexcitación, tan solo el debido frotamiento, como si la escena debiera ser aprovechada al máximo en cinco minutos antes de que dos enormes doverman llegaran a desalojar el pasillo.
Gemían. Jadeaban. Graznaban en susurros y en silencio mental. Metían sus manos donde cupieran, entre las axilas, entre sus espaldas, sus nalgas, sus senos, sus cuellos, todo lo que pudiera ser tocado bajo los límites de la ropa y sin llamar la atención. Entonces ella buscó la mirada de Carlos. El se negaba a dársela. Era sexo casual, no un encuentro pasional. Estaba relajado y ella tensa. Quería disfrutarlo. Pero finalmente no pudo. Cayó, y sucumbió ante los enormes y bellos ojos color miel de la chica.
Dicen que el enamoramiento de los frívolos entra por los ojos. Ese encuentro, tan casual, era muy frívolo. Por lo tanto, podría decirse que Carlos se enamoró al instante de nuestra chica. Si, como en las películas, una canción pasional estilo María Barracuda featuring Yanni o reencuentro de U2 despues de dos años sabáticos, si es que eso llega a existir. Una canción visceral de amor, pero tambien de mucho deseo. Así se podría decir que se enamoró Carlos. Desesperado, sin ver al pasado ni al futuro. Sin importarle la reputación, el que dirán, los pleitos familiares. Sí, casi mirando de frente al destino, con disposición a enfrentarlo, a "llevar una vida juntos". Ella reclamaba su rostro. Lo miraba. Dejaba de manosearlo con la mano derecha para tocar su rostro suavemente. Y a él tan solo... su mente... se desvanecía.
Hasta llegar al orgasmo.

A la mañana siguiente los guardias de la discoteca encontraron a Carlos, tendido en el suelo. Respiraba, estaba consciente. Seguía con la mirada a las personas que lo atendían. Lo ayudaban a reincorporarse. Puso una mano en el suelo, y le cortó un pedazo de vidrio de alguna botella rota. Se cubrió la mano, pero no sentía dolor. Miró su cortada, sin mostrársela a los guardias. No sangraba. No sentia ni frío, ni calor. Trataba de sentir odio por aquella chica pelirroja, por haberlo dejado en ese estado.
Pero ni siquiera supo en que estado se encontraba. Por el resto de su vida.
No tenía cartera, y no recordaba quien era. No recordaba como había llegado ahí. No recordaba que esa chica le hubiera drenado la sangre. No recordaba cómo es que sus boxers estaban pegados a su miembro. Solo recordaba los ojos miel de la chica. Una sonrisa diabólica, un aliento de deseo ansioso de ser saciado, un sexy cuerpo brincoteando sobre él, mientras ella manoseaba su trasero, mitad en busca de sustancia carnosa, mitad en busca de un buen fajo de billetes y tarjetas de crédito.

Dicen que él está en un albergue del Estado, esperando recordar su nombre, y esperando sentir al menos ira por sentirse tan vacío.

Una chica rubia pasó a la oficina al lado de la mía, la oficina de Carlos Rivera, el sujeto con el que solía salir de noches de alcohol, a recoger unos papeles importantes. Quizá acciones de bolsa, o quizá estados financieros muy importantes. Las esposas entre su muñeca y su portafolios lo denotaban.

Pero pude ver debajo de su peluca. Una chica pelirroja, tan jovial, como si en ella el tiempo retrocediera al revés, pero eternamente.

4 comentarios:

  1. Este texto es para recordar si aún sé escribir. Sí, se escribir. Pero la escencia... No lo se.
    Afortunado yo si alguien se digna a leerme y a hacerme feedback. Necesito saber porqué si hay más desesperación en mi alma tengo menos para expresar. Gracias.

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  2. Buenas buenas probando 1 2 3. Pues este comentario es para recordar si aún sé escribir comentarios jajaja.. Y para decirte que ya estoy de regreso.

    Sé que no es un texto cómico pero me hizo reír mucho lo de U2 después de 2 años sabáticos. Sobre lo demás me imaginé una película Goth de medio presupuesto.

    O sea que me pareció "bien", aunque no "bueno". He ahí mi feedback.

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  3. Tienes razón, justo algo así queria que me dijeran. Mas bien, quería que me dijeran que es espectacular como siempre, o cualquier hipocresía así, pero... esta bien. Tengo otro borrador, con una historia que promete más que este... ejercicio. Espero publicarlo pronto.

    Grtacias Juan Pablo Castel. Equis de.

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  4. Realmente interesante, pero es importante no tomarse ciertos temas en broma, hay cosas muy delicadas.

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