16 de junio de 2008

El vampiro y el fantasma (parte IV)

Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio.

Ariadna afirma, para sí misma, que fue el primer gran pensamiento que su mente asimiló al adentrarse en su vida no-tangible. Su cuerpo murió joven, de menos de treinta, y quizá por eso se quedó con la idea que hizo mal uso de su estancia en la vida. Empero, su vida “de muerta” la dedicaba a cultivarse, a absorber y crear arte, que es lo único que le queda a un fantasma para pasar su tiempo.

Ella había visto, a lo largo de dos siglos, cómo es que el concepto de fantasma se había ridiculizado a tal grado que ninguna persona viva del mundo moderno tiene el más mínimo respeto por los seres de su clase. En lugar de acogerlos en las moradas que solían habitar cuando vivos, se acercan con morbo, con condones en las carteras y videocámaras en las manos, para pasar un rato “espeluznante”. Ariadna había visto y, si se puede decir, vivido todo esto. Lo veía en la televisión. Lo leía en revistas, para su sorpresa, especializadas. Lo escuchaba en el radio de los vecinos, sobre todo a media noche, mientras salía a mezclarse con el aire fresco del jardín de su preciosa mansión de Bergerac. Le parecía increíble cómo es que los humanos, al no entender la naturaleza sobrenatural, inventa ideas para tratar de dar alguna explicación, lo expone a la gente, se distribuye por los medios y finalmente acaba en cajitas de cereal, máscaras de hule y libros carísimos que el resto de la gente, al no querer pensar alternativamente, compra sin pujar siquiera.

Ella prefiere llamarse a sí misma, en función de su condición, como brisa de viento, ya que es la única manifestación que había podido crear en el mundo real a lo largo de su, relativamente, corta existencia. Con el tiempo, aprendió cómo soplar para mover sus libros, como hojearlos sin dañarlos, tomar alguna pluma y escribir sus memorias, sus ideas, sus viajes que no solían ser más distantes que la mancha urbana. Visitaba otros seres similares a ella distribuidos por la ciudad, pero sus visitas no duraban mucho tiempo. El resto de los fantasmas no se resignan a no estar vivos. Ella se sentía afortunada, ya que como ser racional, podía leer más libros que ningún humano, escuchar más música, saber más de todo. Tenía todo el tiempo que quisiera para dedicarse a ser historiadora, musicóloga, crítica de arte, o lo que más le gustaba, ser cronista. Era, pues, un ser solitario, y se sentía a gusto con ello. Quizá era una reivindicación del comportamiento hedónico al que tanto se había dedicado a alimentar en vida. Viajes, orgías de todo tipo, derroche excesivo, amantes, sadomasoquismo, ritos paganos, al no creer en la religión, sostenía firmemente que la vida no es ni puede ser eterna, y que había que aprovecharse de ella al máximo. Sin embargo, esto le costó una muerte dolorosa por disentería, pobreza extrema y soledad indigerible. Todo lo que el siglo dieciocho le podía proporcionar.

Se sentía honrada con su condición. Pero había que pagar un precio muy alto. Como todo ser que se manifiesta en el mundo real, gasta energía, y por supuesto, necesita obtenerla de algún lado.

La primera vez que lo descubrió estaba en su misma casa. Apenas llevaba tres o cuatro años de muerta. Habitaba en la casa una familia compuesta de un matrimonio, una anciana y una niña de ocho o nueve años. Mientras observaba a la familia en turno cenando, se sentía débil. El hambre la invadió terriblemente, la cabeza le palpitaba, como si un corazón material bombeara sangre a su cerebro con brutal fuerza. El dolor, después de estar desacostumbrado a él, era tan fuerte que le hizo gritar. La familia escuchó, se aterrorizó y cada quien corrió a sus habitaciones. La peor elección ante un ataque de algún asaltante o asesino. La mejor elección para esconder sus vistas del ataque que Ariadna estaría a punto de ejecutar.

Voló, lo más rápido que pudo, a su vieja habitación. Nadie se acercaba a ella, por toda la basura y cacharros que a los antiguos habitantes primero les inspiraban respeto por la difunta, luego flojera para limpiar. Al encontrarse ahí, un gran arrebato de ira, mezclada con el hambre, le hizo crear un atroz huracán que arrancó la vieja cama del piso y las cómodas. Perdió el fantasma el conocimiento por unos instantes y, cuando reaccionó, se encontraba con en rostro sobre el pecho de la niña, succionando como si hubiera un popote en su boca. Se retiró con una sonrisa de satisfacción del cuerpo de la infante, y la sonrisa se le desdibujó al ver su cara rasguñada, sus ropas hechas jirones y sus extremidades todas fracturadas. No tuvo tiempo ni para gritar auxilio.

Abandonó el recién cadáver en el quebrado suelo y arrancó a llorar mientras salía por la ventana al jardín. Ahí entendió que, después de todo, su condición no le permitía la verdadera inmortalidad. Después aprendería a absorber sólo una parte de la energía de sus ahora Híadas víctimas. Pero lo aprendió del modo más cruel. Un cruel asesinato, clavado a su mural de conciencia, estaría ahí por el resto de su existencia.

Casi doscientos años después, se encontraba en una prisión, en su propia casa. El hipercubo que le dijo a Hércules, a través del tacto, que rompiera, la había custodiado ahí por unos pocos años. No tenía la más mínima idea de los detalles de su captura. Pero no estaba dispuesta a “morir” en esas circunstancias. Así que tomó la no-vida de Hércules, esperando aniquilarlo.

Al ver que no moría, supo que se encontraba ante un ser especial. Un ser que, al haber hecho caso de sus súplicas y abrir la puerta de su prisión, no la aniquilaría, y mejor aún, ella no podía aniquilarlo al tocarlo con sus manos, pues ambos estaban embriagados de la vida eterna. Un ser que, si estaba dispuesto, le ayudaría a encontrar la forma de volver a ser lo que ella tanto quería, aunque fuera por unos instantes: ser humana de nuevo.



En la foto: Gabriela de la Garza

1 comentario:

  1. Al, como un vampiro puede estar con un fantasma? Has roto todas las creencias y yo tan solo soy una necia por que se que es verdad, por que se que el fantasma de ella siempre a mi lado esta.

    ResponderEliminar

Sea usted libre de escribir lo que quiera en este espacio. No busco que mis lineas le gusten, sino que remuevan sus sensaciones...