8 de diciembre de 2016

Caricia de demonio


Llevo noches sin pegar los pies al suelo.
Soy inmune al picor de la hojarasca,
al frío trepidante de tus pobladas ausencias,
a la caricia de la maleza ociosa.
A veces me da por preguntarle a los mares
si tu nombre sigue siendo el mismo de entonces.
No recibo respuesta. Y la verdad no la quiero.
Las historias de aromas de carbón y mandarinas
sutilmente nutren las fibras de las almas,
eficientes alicientes, cables de titanio
nos suspenden al unísono sobre el cosmos.
Amamos, entonces, las piedras cortantes en los pies.
Ahora es el gélido cosquilleo de nuestro cénit,
las manos, tuyas sobre las mías, diciéndome, "aquí",
y luego rascando la travesía junto conmigo,
escalando, ¿a dónde? eso dejó de importar,
en tanto que lejos, lejos de lo que hay al otro lado,
por convicción más que por gusto,
por necesidad cargada de desdén.
Por eso abandono el ser humano, la ternura hiriente,
el fin por el fin, terriblemente efímero
comparado con el camino, cualesquiera,
siguiendo mutuamente nuestros perfumes, o bien
persiguiendo con júbilo el del caos.
Porque tú cambias, y yo cambio,
y amo lo que fuiste, y amo lo que eres,
y te llamaste y no eras, ahora no respondes, y eres.

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