Acaricia mi rostro mientras acribillo tu mente. Soy excitante, soy complaciente. Tu sexo vibra mientras te divierto, una a una las risotadas, enajenantes, muy, muy mias.
Entregate a mi, sabedora de realidades, consciente de una verdad hipocrita que no se comporta como tal. A mi, que carezco de intenciones buenas, pero al menos son certeras. No quiero tu cuerpo, ni tu voluntad sometida a la mia. No quiero tu deseo dirigido a una idea, o tu respiracion en mi oido, pues no tengo. Quiero el ultimo suspiro de tus lamentos, el ultimo de tus orgasmos, la lagrima de tu espalda arqueada, tu sumision a la sumision misma, las oleadas de aroma de tu piel mientras me rondas, la pluma del penacho de tus pensamientos, todo aquello, pues, que te hace ser mas tu, mas tu que yo, mas tu que ese mundo alla afuera, encerrados en una prision de ignominia nula, de asfixia cognitiva, de sensibilidad facilitada al grado del absurdo. Quiero ese esfuerzo que te pide ser humana, embarrado en pan frances, cada mañana en mi mesa. Quiero hacer de ti un mejor monstruo, y quiero que hagas de mi la mitad de un humano.
Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
25 de julio de 2016
23 de julio de 2016
Tiñe el cabello
Fueron destellos
púrpuras, en una noche oscura.
Púrpuras, no los suficientes, o quizás
los necesarios
para no perderme de esa
tradición pervertida,
el fulgor de tus ojos.
Fulgor de nova, de vida, en tormento.
Sigues siendo mi pesadilla favorita,
la que me mata cada amanecer,
la que perfuma mis intenciones,
y las hace fútiles,
y las hace sádicas.
Son tus ojos,
ni tus labios, ni tus caderas,
los que llenan esta incesante
necesidad de pecar.
No es que despreciara tu ser jamás.
Pero no hablo de delicias,
tan sólo de tremenda maldad.
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