10 de agosto de 2011


Despierta, súbitamente, como si algo importante estuviera por acontecer ese sábado. No lleva calcetas ni medias, así que lo primero que hace su pie desnudo al buscar su sandalia es tocar el frío del piso marmolado, casi tan frío como metálico.

Se repasa su larga cabellera castaña oscura con sus manos, tratando de arreglar su entropía, producto de sueños infames, de sueños rotos, tan hermosos y tan bizarros como sólo una mujer joven puede tenerlos. Sus manos, firmes pero delgadas, buscan entonces esos delgados y pequeños anteojos que acabarán por tapar la hermosura de unos ojos tan claros como el fuego del infierno, y tan cautivadores como éste. Se incorpora, y una vez en pie, un pequeño ajuste a su playera de dormir la prepara para ir en busca del sagrado café matutino.

Camina lentamente, pero no con pereza, más bien con paciencia, pues sabe que todo lo malo del mundo puede ocurrirle precisamente hoy, pero también sabe que la vida no está para vivir con temor, hay que enfrentar lo que sea, en el momento que sea. La vida es una guerra, y no importa cuán rápido te muevas, mientras ella se sienta determinada a ganar.

El agua hirviendo. Abre una gaveta para sacar una taza, y brinca un libro que llevaba escondido ahí tres días. Algún título tan históricamente relacionado, como Porqué perdí la guerra (una genial narrativa de los últimos momentos de Hitler), o La hora 25 (la otra cara de la moneda, la del proletariado oprimido). Un bonito libro de pasta dura de esos que a poca gente le apasiona, excepto a nuestra protagonista. Toma el libro con una mano, pues sabe que es momento de continuar leyendo, y con el otro toma la taza más negra  que se encuentra. Sabe que en una mañana fría es delicioso ver cómo la espuma se clarifica y dibuja formas en la superficie del café... fantasmas mutilados, rostros con pesares humanos, dragones guapos, emoticones aburridos pero de uso obligatorio,  cuchillos clavándose en la carne... cosas tan caprichosas, tan insalubres...

Pero al momento de beber el primer sorbo, la calma llega a su bronceada piel: el color se recompone, una sonrisa sincera se dibuja en ella. El sabor invoca en ella recuerdos aprisionantes que sabe que no deben volver, lágrimas provocadas por los errores del pasado, la oscuridad invadiendo sus sentidos... siente dolor, pero sabe que no puede sentirlo igual que otras personas, sabe que la mayoría de las veces es necesario transformarlo, hacerlo digerible. Y en ese momento, su mente volátil se convierte en hedonista. Al final, el placer es el único remedio ante la pesadez del alma y del ser. Sigue bebiendo, entonces, como si su vida pendiera de ese sabor tan delicioso... pero sabe que no bastará. ¿Sexo? ¿Drogas blandas? ¿Ejercicio? ¿Embriagarse en una lectura? ¿Bailar diabólicamente con algún disco de 69 Eyes, o exaltar su feminidad con alguno otro de Depeche Mode? Sólo ella lo sabe. Pero esa tarde solitaria debe ser bien aprovechada. Porque la soledad también es un momento tan íntimo, tanto como lo es estar con su amante favorito, como lo es irse de copas con sus amigas feas (seguramente muy feas en comparación a ella misma), como lo es enamorarse de alguien imposible, como lo es confesar su fetiche más oculto.

En la mesa ve un pequeño alfiler. Lo toma, y empieza a jugar con él en su brazo. Se pincha con él. no pretendía herirse. Sin embargo, la creciente gotita de sangre le empieza a llamar la atención. La mira, atenta, se pierde en su rojo amarillento. Ya puede sentir su aroma, distinguirlo sobre el de la infusión. Duda acercarse, duda contemplar ese precioso elíxir que de ella misma nace. No puede nadie atreverse a llamarle narcisismo, porque ese ser interior que en su sangre se expone es otro ser, totalmente distinto al que ella contempla en el espejo cada vez que se desmaquilla para visitar a Oneiros.

No. Se trata de otra naturaleza. Una naturaleza prohibida, más allá del bien y del mal. Una naturaleza a la cual yo mismo, quien describe, siente un sometimiento terrible, una obsesión enfermiza por probar la exquisitez de esa vibra roja, una exquisitez a la cual el mundo material me restringe...

Pero a ella no la restringe.

Finalmente, se atreve a posar esa sustancia en su lengua. Sus ojos se cierran, su corazón late más rápido, pero también más preciso. una sonrisa maléfica se dibuja ahora. Tierna, pero maléfica.

Y yo, en mis sueños, le digo: Nunca es suficiente. 



Para Jenny.
Cualquier concepto alejado de la realidad debería usted aclarármelo. 

3 comentarios:

  1. estoy al borde de las lagrimas jejeje... acaso me conoces jaja nada alejado de la realidad muchas gracias no sabes lo que significa para mi leerte y mas aun leer algo que es para mi no sabiaa si mostrarte como soy o dejarlo en el misterio dime??? que te gustaria a ti

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  2. no se si quedo el comentario guardado.. me quede con la duda asi que lo dejare de nuevo jejeje te decia que no tenia palabras para decirte lo mucho que me gusto... pareciera que me conoces ahhh ya encontre un error jeje el de los ojos claros :-( son cafe oscuro jeje pero fuera de eso casi lloro... gracias por tomarte el tiempo de escribirme gracias...

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  3. Jenny: Me complace mucho que te haya gustado. Al final, para eso lo escribí. No pretendía, ni aún creo, haberme acercado tanto a tu descripción. Sin embargo, y si es tu deseo, puedes mostrarte ante mí, mostrarme el ser que realmente eres. Finalmente ignoro cómo es que llegaste a este espacio, y tanto eres dueña de esa incognita como yo de la de no conocerte. No olvides que conocerme tendría sus ventajas, pero también sus desventajas. Quizá descubras que no soy quien crees, al igual que yo contigo. Por otro lado, el arriesgarse podría traernos una grata sorpresa. La decisión la dejo en tus manos, y puedes ejercer ese poder cuando quieras y de la manera que quieras, siempre que las circunstancias lo permitan.
    Nos vemos en el ocaso, mi querida Jenny. Mi eterno agradecimiento hacia tí.

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