24 de julio de 2010

Trofeo volátil (parte 3)

Mario abrió el refrigerador. Eso que quedaba ahí, al fondo hasta abajo, detrás del six-pack de cervezas, era el pie de la señora Ágata. Era una lástima, que una señora tan deliciosa tuviera una existencia tan finita. Lo puso en la cacerola, a la cual agregó también un poco de arroz (arroz de verdad, mexicano, no estilo oriental) y unos trocitos de tocino que tenía guardados desde la vez pasada que hizo hamburguesas, curiosamente, con los senos molidos de la mujer. Eran algo grasosos, pero si no se enfriaban demasiado conservaban un muy bien sabor. Nada que diez minutos extra de ejercicio el sábado no solucionaran.

Dejó cociendo la pieza con la cacerola tapada y la flama de la estufa al mínimo, para descongelar, y mientras, con la confianza de tener tuberías en buen estado, fue al supermercado para comprar bolillo, que ese día estaba recien salido del horno y había poca gente que lo arrebatara de las canastas. La calidad de ese pan era superior, así que valía la pena llegar un poco tarde al trabajo con tal de tener un buen desayuno. Tomó su teléfono y se conectó a Facebook desde el proxy francés. Esmeralda había dejado un mensaje privado: "HolAaa chICo GuApO Xd tE aKueRDaSssS de MiIIIiiI!??? QuIERo vRTtttEEeeE!". Un poco de hurgar el perfil público de la chica y ya tenía su número de teléfono. Saliendo de trabajar la iba a llamar, para ver si salían a algún lado, un bar no muy concurrido donde la pudiera drogar y sacar sin que preguntaran más allá del estado etílico de la chica. Ya en la tienda, se dio una vuelta por el área de música. Compró la nueva edición de la línea Putumayo de jazz, y se dirigió a comprar su bolillo, unos muffins con mermelada de fresa y un galón de leche, ya que el humor de la pierna de la señora Ágata había cortado de manera muy extraña la que había en el refrigerador. También compró un desinfectante Arm & Hammer, pues la cocina en general era toda una fuente orgiástica de ácido desoxirribonucléico.

En el trabajo, se enteró que su jefe anterior había sido despedido. Mario había acertado en entrar a esas páginas de porno infantil por medio de una conexión SSH a la débilmente protegida estación de trabajo del tipo. Eugenio, el más experimentado de todos, sería ahora el nuevo jefe de trabajo. En esa empresa, se trabajaba de manera muy rara: no había jefes, sino editores. Todo mundo se ponía a leer el código de otros. Mario se limitaba a compilar y correr, si funcionaba no decía nada, y casi todos sus comentarios eran sobre la estética y funcionalidad de las aplicaciones finales. Y ahora que el calvito estaba al frente y lo manipulable que era, sería más fácil alejarse del trabajo apelando a la incompetencia del líder. De todos modos, en dos semanas planeaba hacer lo de los bombones. Una vez, cuando recién empezaba a trabajar en la empresa, fue a su casa, y tenía una copia original de Red Hat Linux Enterprise 4 en su vitrina, al lado de un disco de Ubuntu 6.06, el primero que salió al público, y una Commodore 64 impecable con, según le había mostrado aquella vez, Linux Kernel 2.6.27, totalmente funcional. Para una persona normal no significa nada, pero para Eugenio era lo máximo. Y de un tiempo para acá a Mario le complacía hacerse de los placeres de otras personas. Quizá porque a él ya no le satisfacía nada.

Se le fue el tiempo pensando en cómo podría lucir la cara de Eugenio si supiera que esos discos de software terminarían de freezbees, apuntados hacia las comisuras de los labios de alguna chica, o incluso de la misma Esmeralda, y que una vez manchados en sangre su paradero sería un bote de basura bañada en cloro, o cal, si es que contenía restos de intestinos.

De noche, no podía dormir. Cargó un rifle SMG con silenciador que tenía en la caja fuerte, se movió al norte de la ciudad en autobús, subió a uno de los edificios abandonados de la colonia Palestra, ajustó la mira de francotirador y disparó unos cuantos tiros a una señora que se estaba bañando a dos cuadras de distancia. Tiros limpios desde su ventana hasta la ventana del baño de la señora que daba al patio trasero, totalmente descubierto. Cuatro disparos bastaron para quebrarle el cráneo. La calle gritaba el clamor de la noche de vísperas de fin de semana. Mario se quedó viendo por la mirilla al cadáver por un largo rato. Una niña entró y vió el cuerpo de su madre tirada, ensangrentada, los senos cubiertos en jabón, el cabello sin terminar de enjuagar y una última lágrima cuando la pequeña empezó a gritar desesperada. El tirador recogió los casquillos, bajó un piso y disparó con acierto, y de un solo disparo, al foco del baño. La niña pareció callarse. La oscuridad ocultaba apropiadamente su triste realidad de huérfana (al día siguiente, el periódico revelaría que no había hombres en la casa).

Por un momento, Mario pareció darse cuenta de su realidad, y se sintió mal por haberle mostrado a la pequeña ese pequeño tormento, oculto, pero presente. Recogió el quinto casquillo, caminó unas cuadras y tomó un taxi a su casa, mientras llamaba a Esmeralda.

3 comentarios:

  1. Hola wapisimo, hacia tiempo que no me pasaba por aqui,trabajo demasiadas horas y no tengo tiempo para nada,pero me alegro de haber podido fisgar hoy en tu espacio, me ha encantado esta entrada, es exquisita la manera como tratas ese desayuno,haciendo que parezca el más cotidiano del mundo,gracias por estos bocados de cultura oscura.
    Muchos besitos ^^
    Silvia

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  2. Muchisimas gracias por visitar mi espacio, y por hacerte seguidor, es un honor que una persona de tu sensibilidad y carisma, declare publicamente que le gusta mi obra, y por descontado que me encantaría que continuaras visitandome, eres de los pocos que entienden mi trabajo de verdad, ademas de un perfecto caballero.
    Besitos
    Silvia

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  3. Admirado con tu talento para crear tantas experiencias en un relato, es un buen concepto, esperemos que este no sea el final pues ya le diste vida a estos personajes, bueno te dejo ahora, un abrazo grande y sigue así...

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