19 de enero de 2021

La paciencia de un caminante

Mis pies siempre fueron firmes. Más lo son hoy que nunca. Media docena de hombres guerreros y cazadores podrían erigirse entre mis brazos y no caer, y no temblar. Pero mi destino no es cargar a tu especie. Mi destino es guardar las quebrantantes tierras del Norte, tan puras y blancas, llenas de la vida más esencial. 

Estas tierras, que se tiñen en colores por las tardes más oscuras y las noches más frías con los espíritus de nuestro Sol, son una de las entradas por las que los Dioses espíritus entran a vigilarnos, a tu especie, a los animales que sueles cazar, a nosotros mismos. 

Mis pies firmes, firmes y todo, eran tan hábiles que nunca marcaron la tierra ni la nieve que dejaba tras mi paso. Nadie necesitaba recordarme, ni a los míos jamás, porque estaba presente en todos lados. El orden temporal de nuestras vidas es millares de veces más largo que el del hombre más longevo que hayas conocido. 

Hoy, o quizá algunos años atrás, como si eso fuera relevante, decidí quedarme aquí, vigilante, entre los picos más altos. Algunos de ellos tu especie las ha escalado, y ha dejado sus estandartes sobre ellos, como símbolo de conquista. Como si un minúsculo ser pudiera conquistar a la Madre misma. Por supuesto, tus pequeñas victorias desaparecen con el paso del tiempo y del viento. Y yo lo veo todo, a lo lejos, con algo de asombro, pues sé lo que pasa al pie de las montañas, y lo que pasa más allá de los alguna vez ricos mares. 

No te miento, temo por mi existencia. Mi deber siempre ha sido guardarte y guardar a los animales de los más grandes males que han intentado atormentar estas tierras y las fronteras a lo largo de los siglos. Pero hoy te has vuelto tán hábil, tan fuerte, y sumado a la ambición que siempre te ha caracterizado, lo único realmente capaz de amenazarte eres tú mismo. Y yo, siendo aún tan fuerte, junto con los míos, somos tan pocos. 

He visto tus intentos por explorar más allá del aire respirable, mucho más alto que los picos más altos donde has depositado tus insignias. He visto cómo quemas el aire y el centro de la tierra, en tus máquinas escandalosas y veloces, para vencer la fuerza que nos mantiene adheridos al suelo, y he visto cómo vuelves, en júbilo, y a veces, en añicos. He visto cómo estas tierras, donde has extinguido la magia, ya no te bastan, y viajas muy lejos tratando de encontrar otras. 

Me pregunto si lo que buscas es conquista, expansión, o si fueras como yo, lo que buscas es magia. La magia que ya se ha perdido tras el hedor de tus máquinas y de tus basuras hechas de cosas que la Madre jamás habría creado para tu supervivencia, ni la mia, ni la de ningún ser en este mundo que pudiera recibir su amor. 

Si es magia lo que buscas, humano, te deseo mucha suerte. Porque toda la que está a la vista la has aniquilado. Y hoy, que ya no soy un caminante, sino más bien un tótem, no soy capaz de defenderte sin ella. Porque sin esa magia, has condenado mi existencia a ser un mero observador, esperando a que te autodestruyas, y la verdad es que te estimo, y me daría mucha pena reemerger, volver a andar estas tierras, e incluso visitar los verdes paisajes soleados, pero tapizados de tus huesos y máquinas. 

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