9 de marzo de 2018

Blande tu espada porque sí




Podrías aniquilarme dos veces más.
La primera por idiota, la segunda por sabor.
Sin embargo me miras, y sigo en pie.
Olvidaste las reglas.

Te dije que los ojos pueden acariciarse,
que las palabras pueden desdecirse,
el viento puede regresar por donde vino.
Olvidaste las reglas.

Te diste cuenta que los poemas son monótonos,
y con el tiempo tu vida entera era prosa cruda,
espinada, falible y empalagosa.
Olvidaste las reglas.

Pero están ahí, en un librajo, arrumbado al fondo,
esperando algún día desempolvar algunos regaños.
Olvida tú, ignoro yo, el orden ya no importa.
¿Volveremos a ser uno?
¿Volverán las canas a nacernos por pensarnos, por odiarnos?
¿Volveré a sentir escalofríos al verte?

Amo saber que en las manos tienes
unas tijeras afiladas de moral,
de una hoja tan brillante, tan mortal,
y habiendo transcurrido los siglos,
habiéndonos roto los huesos tantas veces,
no has terminado de cortarme.

No espero volver a ver la lluvia
cuando mis pasos lastimaban tu tierra,
cuando mi espada portaba tu sangre
y eramos más enemigos que amigos.

No espero tener de nuevo ese poder,
de taladrar tu desespero, poseer tus sueños,
de hacerte temblar a mi parecer,
de hipnotizarte a base de engaños certeros.

Pero si un día esa lluvia vuelve,
la abrazaré como abrazo hoy a la Muerte,
como si fuera, y lo es, el preciado sustento
que separa la carne del oro de los dioses.
Y la enterraré en las catacumbas de mi sórdida mente,
donde ni tu creador podrá alcanzarle.
Y serán eternos, tú y la lluvia,
en esta máquina viajera, muscular y serena,
hasta que una supernova nos esparza.

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