7 de mayo de 2013


Duéleme, duéleme un poco más, llorar tus ausencias breves.
Que cada vez que beba del café de tus ojos las endorfinas me eleven,
me inciten a amarte,
y mantengan mi cuerpo despierto
hasta nuestro próximo amanecer...

Quémame, quémame toda la garganta, tu saliva de cianuro.
En tu boca me enveneno, siniestra, la hechura de tus besos,
tan artesanales,
la pasión y la ternura a la vieja usanza,
la única que me llena.

Mátame, mata este grosero cuerpo, que esta lascivia no es natural,
que quererte tanto y tan profundo en alma y carne debería ser prohibido,
que alguna vez te creí prohibida y aún hoy me desconciertas,
que aún perdiendo la vida, gota a gota,
el contraste de las sombras con tus ojos es impetuoso,
y deseo ser de tus ojos un prisionero fractal...

...

Y cuando esté caído, yaciendo en el recinto de tu crimen,
te encuentre a mi lado, pues tú también habrás perecido.
Perpetradora puntual, actuar también es tu castigo,
caeremos juntos, lentamente, donde la luz no tiene destino.
La vida se nos va, de nuestros cuerpos, lentamente,
pero en las almas el fulgor cuartea todos los vértices...
Quiero llevarte a esta utopía que en mi pecho has cultivado,
hacerte testigo activa de una pasión desmedida,
y hacerte pagar en mis brazos, en mis oídos tus dulces súplicas,
te sacaré el aliento incesante, tan delicioso como la vida misma.

Y mientras tu me matas por los ojos,
yo te mataré por la boca... 

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