26 de diciembre de 2010

Dead body rapist

Ha pasado mas de veintidos años cazando el olor de la carne magra, fresca. No es que malgaste su vida, puesto que jamás morirá mientras exista tierra que pisar. Simplemente malgasta su energía, y la manera en que obtiene su energía.

Y aparece, entonces, en las oficinas de los registros de todos los velatorios del estado, recorriendo uno a uno con su velocidad impresionante, a la espera de una jovencita, quizá señora, de complexión mediana y curvas pronunciadas. El rostro no importa: sólo hubo un rostro que realmente le gustó, y decidió terminar con su vida, al igual que con su alma... y ahora pasa las noches buscando cadáveres con los cuales desahogar su aún humano instinto sexual... cadáveres a los cuales contarles sus vivencias, sus experiencias, sus anteriores amantes, esos amores (dieciseis, pocos considerando quinientos sesenta y dos años de vida) que jamás olvidará.

Y ellas, como buenas amantes, escucharán pacientes, con los ojos cerrados, quizá desfigurados por la estrepitosa muerte que hayan tenido, pero siempre descansadas, aliviadas del dolor perimortem, y, a los ojos de nuestro amigo inmortal, satisfechas por el frío pero musculoso miembro que carga entre sus lampiñas piernas de adolescente en apogeo, apenas consumidas por la eternidad.

Es decir, ¿Como puede ser violación, si ellas no dicen que no? Y en todo caso, ¿como puede ser juzgado por humanos si hace tiempo que dejó de pertenecer a ese... rubro?

Y bajo esta justificación, les da un beso en la frente, vuelve a arroparlas en su bolsa negra o manta blanca, y emprende la huída a su guarida, esperando el alba mientras solloza por un destino que pidió y del cual ahora se arrepiente.

1 comentario:

  1. Tal vez si haya quien pida ese destino o mejor dicho, quien lo busque.

    Como todo lo que escribes Al, este relato es excelente.

    Un abrazo.

    María

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