16 de noviembre de 2010

Trofeo Volátil (Parte 4)

- Hola - decía Mario, mientras se cambiaba la camisa, aún olorosa a pólvora, pensando en los redondos y bien formados senos de Esmeralda y en la tintorería del día siguiente, que sería muy cara.
- Hola, ¿tienes algo que hacer mañana en la noche? - Preguntó la chica, en un tono más que sugerente, y sin esperar respuesta, continuó - Mañana hay homenaje a Sisters Of Mercy. Nos vemos ahí, y luego iremos a... algún otro lado.
- Así será - decía el tipo, planeando la manera en que debía acomodar sus herramientas de tortura. La mesa forrada en seda negra aún no estaba lista, pues la señora Ágata había ensuciado mucho en esa última sesión. Mario colgó su teléfono con carcasa de fibra de carbono mientras pensaba en los chorros de sangre que salían de la yugular de la Dama mientras apuñalaba su garganta con un escalpelo. Es cierto, el aroma a hembra nerviosa mezclado con sangre fresca y shampoo en en cabello le excitaba demasiado, pero le daba asco el hecho de tener que limpiar todo ese desorden. Las desventajas - decía par sí - de cazar a una persona tan... carnosa. Y no precisamente por obesidad. Quite the contrary.
Finalmente se decidió por su colección de Wegner, que recién había esterilizado el fin de semana. Anotó en la lista del supermercado un paquete de agujas esterilizadas, pues pensaba extraer un poco de sangre para hacer después algunas mezclas con puré de tomate y salsa inglesa, además de que nunca en su vida había cocinado moronga y le provocó mucho la última vez que comió gorditas en aquella fondita.
En la noche surtió la lista del supermercado y compró otra Red Baron, extrañado, ya que no recordaba siquiera haber abierto la caja anterior y ese viernes en la mañana ya estaba en la basura. De paso por el área de electrónicos compró una webcam, el día anterior había visto el trailer de una película porno voyeur y decidió que sería un poco exhibicionista, y subiría el video de su acto a un servidor web en Portugal. Justo en la mañana había descubierto una conexión segura SSH con contraseña "admin" con un troughput de 512kbps, mas que suficiente para un servidor de video.
Se llevó su netbook, la webcam, las agujas, los bisturís, las tijeras para pollo, la soldadora eléctrica, el cable calibre 18 y los focos rojos a la habitación de pánico, y ordenó el resto de la casa, limpiando y perfumando para que no oliera a carne humana guardada. A la mañana siguiente salió a trabajar y no hizo mucho alarde de su incompetencia para trabajar por un bien común, como su prepotencia sugería. En lugar de eso, decidió masturbarse mentalmente con la imagen de Esmeralda, y dejar de pensar en su cuerpo descuartizado. Ya habría suficiente tiempo para ver su fantasía hecha realidad.
En la noche, acudió al bar que había acordado con la mujer. Un abrazo cordial, un saludo sugerente y se introdujeron en esa atmósfera oscura que sugiere el repertorio. Nada fuera de lo común, un poco o un mucho de alcohol, cachondeos a la luz de las velas del bar (en efecto, el bar tenía velas) y algunas miradas perdidas en los ojos del otro. Cualquier expectador podría pensar que esos dos tendrían una de esas típicas noches de sexo brutal de fin de semana.
Su chaqueta de cuero Steve and Barrys, lejos de ser barata, lucía muy bien, pensaba para sí mismo, combinaba excelente con su chamarra negra Chanel con bordados en hilo marrón, a pesar de que no lograba descifrar el casi borroso diseño de éste. Sin embargo, su pantalón nuevo Calvin Klein no luciría muy bien con una mancha de orina en su interior. Dejó con la chica su Dos equis a medio tomar, y fue al baño, algo desconfiado, e incluso pujó intentando que saliera más rápido el líquido dorado. Frente al lavabo había un enorme espejo que dejaba mostrar las tres cuartas partes de su cuerpo. No era un modelo de Men's Health, pero al menos sí mostraba seguridad en sus actos. De la manera más ególatra, verse en el espejo lo excitaba de sobremanera.
De regreso, Temple of Love empezaba a sonar en los enormes altavoces JL. La mirada de Esmeralda ya no era de una chica campirana entusiasmada por nuevas aventuras, sino la de una endemoniada y ninfómana citadina que busca un dealer que pueda satisfacerla en más de un sentido. Pero era obvio que algo la había cambiado su sentido del humor y su líbido. Mario miró a la chica extrañado mientras bebía su aún fría cerveza. Ella sólo sonreía.
Un mareo de pronto invadió su cabeza. No era el alcohol. Ya se lo esperaba, pero no tan cínico. Ella lo había drogado, y no al revés, como se suponía que debía ser. Lentamente cayó en sus brazos, derrumbándose como si el llanto de todas las personas que había asesinado invadieran sus ojos y su conciencia.
Ella solo sonreía.

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