6 de mayo de 2010

Ángela





Ángela ha estado esperando por este momento todo el día. Se cepilla los dientes, se quita la blusa y el pantalón de mezclilla, prendas tan simples como su vida. Examina su vientre, sus pechos, sus piernas, su rostro. Da media vuelta al cuerpo y examina su espalda, su trasero, a través del enorme espejo. Todo está en orden. Su cabello, rizado y negro como la selva, aún huele a esa crema para peinar de sandía y fresas. Vuelve a mirarse de frente, esta vez a sus ojos. Lo intenta, se notan las arrugas en su rostro, y no lo logra. Es un hecho. A Ángela le han robado su sonrisa.

Desliza sus pies llorando, hacia su cama, y antes de quitarse las pantuflas se sienta en la cómoda de al lado, quitando primero el Zaratustra. Se sienta a llorar.

Ángela mira al piso, y mira unas tijeras, con mango verde, como las de los estilistas. Se agacha a recogerla, y de pronto, un brillo surge en sus ojos. No puede sonreir, pero sí puede sentir la voluntad en su sangre. Quizá, después de todo, aún queda una esperanza. Guarda las tijeras en la cómoda, y se acuesta a dormir.

Ángela ha despertado. Se siente ligera, y comprueba que puede volar. Lo sabe aunque hay un enorme vacío blanco a su alrededor. A lo lejos ve un puntito negro, y vuela hacia él. Vuela, a la velocidad de la luz. En unos minutos, una mancha negra se convierte en un plano, y cuando el cabello negro de Ángela, rizado y oscuro como la selva nocturna, deja de moverse, el vacío se convierte en negro. Ángela voltea, y mira el punto blanco que ha dejado. Voltea, de nuevo, para seguir su camino.

Después de un poco de andar, aparece su Placer, sonriendo, como si hubiera acumulado su sonrisa todo el día para desahogarla enfrente de ella.
Ángela la mira, naturalmente, con envidia. Huele a incienso de vainilla, a muerte, a chocolate blanco, a sexo, a café, a sangre, a duraznos, a llantos. Sus cabellos no son rizados, ni siquiera son cabellos, sino un montón de enmelenados negativos de cintas de video. Ángela sabe perfectamente a qué película pertenecen. Son restos de sus recuerdos placenteros, plasmados en una metáfora viviente, para toda la eternidad. Recuerdos que no pueden ser devueltos al mundo de la vigilia, pues su Placer se ha consolidado en un mundo donde no tiene límites, donde no es necesaria la sensibilidad de la materia.

La chica pone su mano en su muslo derecho. Piensa un poco, disipa su pensamiento alrededor suyo, y logra aparecer unas tijeras, entre su palma y su muslo. Unas tijeras verdes, como las de los estilistas.

Se acerca a su Placer, este ser desnudo, orgulloso y delicioso. Abre un poco las tijeras. Sus ojos dicen haber encontrado una respuesta. Clava las tijeras en el esternón de su Placer. Toma un mango con dos dedos, y el otro con la otra mano. Abre las tijeras.

El Placer gime por el dolor.

Ángela lo mira a los ojos. Placer sonríe. Ella se enoja, al ver que a su víctima le agrada. Placer grita, embebido en sí mismo. Su aliento es el de una jugosa pera, a la expectativa de ser mordida. Ángela gira las tijeras, se coloca detrás de placer y empieza a asfixiarla con el brazo derecho. Placer no para de gemir, deliciosa y lastimeramente, embebido en sí mismo. Una gota de humedad empieza a correr en el antebrazo de la chica. Es una lágrima: Placer, ese precioso ser tan andrógino y sensual como la sensualidad misma, empieza a llorar.

Ella muerde su hombro, y lo hace con furia, con la ira del traicionado, y logra arrancarle un trozo de carne. Su carne sabe a vainilla, a chocolate blanco, a muerte, a sexo, a café, a sangre, a duraznos, a llantos. Ángela está embebida de Placer. Toma su rostro con ternura, le da un beso, sorbe un poco de la sangre y la saliva que quedaron en sus ya muertos y finos labios, y deja caer el cuerpo, sin más, al enorme vacío que acontece al final de los tiempos.

Cuando despertó, Ángela tenía dibujada una enorme sonrisa en su boca. 

Apestaba a realidad, y se fue a bañar. 


 Fotografía de Ralph Eugene Meatyard

5 comentarios:

  1. Me encantó el final de esta ambrosía.

    [Apestaba a realidad, y se fue a bañar.]

    Irá en mis pensamientos.


    Cuidate.

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  2. Así me siento yo a veces, pero cuando me despierto no apesto a realidad, apesto a soledad y esa no se va con un baño.
    Un besin.

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  3. ese final de apestaba a realidad, y se fue bañar, queda realmente bien, sobretodo por que todos apestamos a relidad, lo unico malo que la realidad no es algo que se pueda quitar del medio con un baño, cosa que ya quisieramos muchos

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  4. Cuando queremos evadirnos de la realidad, será necesario soñar como Angela y despertarnos con esa sonrisa, dejando de lado lo que pueda llegar a opacarla.
    Un abrazo

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  5. Curiosas situaciones y sensaciones, definitivamente, esto es tiernamente sadico, otro saludo mas, Roger

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