¿De qué sirven follajes inmensos, cautelosamente dispersos,
si detrás de la hojarasca persisten los terribles miedos?
Las pisadas frías de tus pies arqueados, temblorosos,
remueven la tierra tras un andar riguroso.
Nada nuevo ocurre en la ociosa natura.
Cada que veo llover
la tierra se nutre
de esperanzas vacías.
No queda absolutamente
nada
en que creer.
Creer en la lluvia,
sólo porque existe,
es una demostración de un acto
de fé
desesperada,
de aferrarse a algo
que no sea Muerte.
Cada maldito grano de arena
se aferra al agua,
desgarrándose,
sangrando de tanta fuerza,
laudando la compasión
del dios Agua.
Agua baja, inunda, aplaude contra el suelo.
Saluda de mano a cuanto grano de arena puede.
Y, como buen cáliz, se pierde entre los corazones fieles.
Una fé espesa se consolida.
Se ha creado un conglomerado de unión pura.
La noche sigue. El Agua sigue, atrayendo fieles.
"Oh, santa Agua de Atocha. Has llenado mi corazón",
dicen los granos de arena, absortos.
Al día siguiente, Agua se va.
La tierra está unida, fija grano tras grano.
Se es prescindible del Agua.
El Agua, por ser Agua, se evapora, sin fundamento.
Como toda doctrina y religión. Se evapora, tarde o temprano.
La tierra, sin más unión, se agrieta.
¿Oh, Agua, dónde estás, que tus fieles se separan?
¿Es que acaso nos has abandonado?
¿Agua mía, Agua mía, porqué me has abandonado?
Pero Agua no puede escuchar. Se ha ido.
La tierra, finalmente, se parte en dos a la ene menos un pedazos.
Aislamiento, debilidad, castración, aburrimiento.
Nunca la tierra había tenido un aspecto tan... muerto.
A lo lejos viene el andante.
No tiene el mas mínimo reparo en detenerse a contemplar a lo podrido.
El andante, que está hecho de agua que cambia con los siglos, no se fija en pequeñeces.
Sólo pisa. Pisa. Patea. Raspa. Los pies fríos llenos de terror y sangre de tanto andar.
Uno, dos, tres. Una pisada y la unión de la tierra, por fin, ha desaparecido.
Muchos muertos. La humedad de los pies no sobrevive entre los muertos.
La fé en el agua no puede sobrevivir dos veces de la misma manera.
La fé no puede reparar muertos.
Pero la fé puede llevarse sobrevivientes entre los pies,
los pies del andante.
Algún dia los sobrevivientes caerán al suelo.
Estarán solos, pero juntos en la soledad,
recorriendo nuevos mundos
que no habrían podido descubrir
de no haber perecido en la fé.
Y algún día, el andante tomará a esos sobrevivientes,
y después de un tratamiento de colado de fé temporal,
y estarán tan unidos como siempre lo desearon,
en una enorme montaña de formas caprichosas,
elegantes, funcionales, adaptables,
y lo más importante...
secas.