Estaban Dios y el Demonio, la Doble Deidad del Universo virgen, jugando ajedrez con almas. Éstas ya haían sido creadas, y eran lo único que podía ser apostado en ese entonces, y hasta donde sé hoy, lo único que tiene valor, si es que hay tal.
Curiosamente, el Demonio iba perdiendo, pero su semblante era relajado. Dios, excitado, ganaba y ganaba almas de poco a poco, de miles en miles acoplados en montoncitos, moldeados como plastilina en forma de peones, alfiles, caballos y demás, dispuestas sobre el tablero como si en lugar de piezas estratégicas fueran figuritas de acción. Pero ninguno de los dos se iba a retirar de la mesa de la eternidad sin haberla dejado vacía primero.
El Demonio había fijado su atención en un manojo de almas en particular. Sus colores eran vibrantes, pero sus sombras eran tan... densas, tan parecidas a él. Echó un ojo a su saco de almas, a un costado suyo, y viendo que no le quedaban muchas, pero sí suficientes, tomó el saco y lo vació sobre la mesa, a un costado del tablero, retirando del montículo formado un puño, por si acaso.
- Amo de la luz monocromática, de la mentira cegadora y del ocaso del raciocinio, ves esas figuritas que tienes allí, en forma de Reina? Sacrificaré todos estos peones -decía mientras moldeaba algunos montoncitos- , por medio de una batalla bestial de las que mejor sabes ejecutar, con tal de obtener esas almas tan hermosas que conforman a tu Reina.
Dios, entusiasmado por la cantidad considerable de peones que se estaban formando entre las manos del Demonio (hay que aclarar que en este tramposo tablero de infinito por infinito no sólo caben ocho peones), aceptó, incluso sin voltear a mirar al enorme saco de figurillas, enteras y despedazadas, sólidas y polvorientas, que guardaba a su costado sin el más mínimo cuidado.
- Señor de la oscuridad reveladora de mi verdad, de la ceguera espiritual y la soberbia, acepto con gusto tu apuesta. Pero no entiendo como eres tan soberbio y confiado como para arriesgar todos esos valiosos peones con tal de obtener una tonta Reina que yo puedo volver a formar con algún otro pedazo de plastilina, y que incluso sin sus vibrantes colores servirá para lo mismo?
El Demonio hizo caso omiso de la pregunta y empezó a jugar. Jugó y perdío miserablemente, poco a poco, a través de los siglos. Uno a uno se le iban caballos, torres, alfiles y, por supuesto, miles de peones. Ya no le quedaba nada para atacar, sino algunos peones, una torre, su ingenio y mucha suerte.
Hábilmente hizo mover a la Dama, su anhelado tesoro, a una fila donde se se encontraban un peon, un alfil y su torre. Dama blanca, peon negro, alfil y torre, en ese orden, la jugada fue decisiva. Los soldados menores fueron eliminados y, con un onomatopeya que le restó totalmente la serenidad al Demonio, hizo jaque a la reina y tomó la pieza con los dedos pulgar y medio.
Dios vio el brillo del reflejo de la figurilla en sus ojos. Sabía que el demonio algo tramaba. Vió como el Demonio, su compañero de travesuras desde el inicio de los tiempos, hacía algo que nunca había visto en su vida: De un trago fantasiosamente escandaloso, las almas vibrantes desaparecieron en la garganta del ser oscuro. Todos esos colores y sensaciones que pertenecían a la figurilla ahora se extinguían, en apariencia, en las entrañas del Demonio.
Dios tuvo una revelación, de las que pocas veces puede ver un ser que se supone que todo lo sabe y todo lo puede. El hombre, que en un rato de ocio crearía, llamaría Arte a la sensación de euforia que producen esas bellas almas, esa majestuosa reina, que no juega importancia en el tablero de Ajedrez, sino que es un poderoso amuleto de sabiduría e, indirectamente, capacidad racional por medio de la disyunción de lo que es y lo que no es.
Dios había perdido una valiosa herramienta. Ahora la luz del Demonio se había vuelto policromática, una hermosa luz que no puede ser vista por ningún ojo por que ahora pertenece a la oscuridad protectora. La luz monocromática de la felicidad antihedonita había perdido, desde entonces, todo significado.
Desde entonces, el juego del ajedrez de la eternidad es una mera diversión sádica para ambos personajes. La luz ganando por habilidad y la sombra ganando por naturaleza. Desde entonces, la luz es un lugar de paz por ser vacía, y la oscuridad es un lugar de felicidad, porque siempre hay algo nuevo por ver.