8 de agosto de 2008

Raleigh

Se ha ido ya la estela de humo de su cigarro.
Con ella, sus ojos de hastío punzante.

Estoy herido, brutalmente herido
de su hastío. Sus labios se cruzan mostrando delirio,
sensualidad propagada al vacío.

Mi tráquea no aguanta el febril dominio
del tabaco fino que traza su ritmo.
Mi mente, empero, planea su nuevo vicio.

Sus pómulos firmes reflejan cansancio
de tanto burlarse de cosas importantes.

Mirada a mirada el hastío es castrante,
pues es necesario compartir el receso
de los deseos de vivir sobre azucar y huesos.

Su rostro perverso sugiere una amante.
Una mueca tosca y un cálido beso
se contrarrestan con un andar obsceno...

Es la marca innata de la irreverencia,
del semidios montado en un arreglo de huesos,
del arrasante efecto de los cortejos.

¿Es la belleza quien conforma nuestro infierno,
y no las llamas que materia bella crean?
¿o una colilla de cigarro mediocre
botó el Demonio, ocioso, aquí a la Tierra?

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