30 de julio de 2018

Tenía un rumbo. No así la claridad.
Pero eso no importaba. Tenía un rumbo.
Y lo comencé. Gastando mis suelas,
y toda mi esperanza en salir airoso.
Pero eso no importaba. Tenía un rumbo.

Había pasado tiempo, una época,
si así lo prefieres llamar, de completo olvido.
Me duele tanto haber ignorado tu presencia
por toda una época. Por favor no me juzgues,
también te sentí distante, y decidí avanzar,
hacerme un poco humano, y seguir adelante.

Pero los destinos no son de vivencias.
Son los caminos, y también de coincidencias.
Quería mirar tus ojos vacíos, una vez más,
y no lo sabía hasta que los tuve enfrente,
hasta que tu dulce canto me electrificó el cuerpo.

Amo ser la nada, y que conmigo lo seas todo.
Contenemos todo aquello que convierte al hombre en ruin.
Custodiamos lo más puro, que no debe ser tocado,
lo que parece roto, pero es mucho más bello así.

Sabes bien cuan tentador es perderme en tu regazo,
perecer mi alma y mi cuerpo en tu frío y en tu cuidado.
Pero hay un lugar, en el espacio, quizá en el tiempo,
donde ni siquiera la luz se ha atrevido a echar un vistazo.
Mira mis pies, mira dónde te has parado, estás justo enfrente,
y necesito más que nunca que, mas bien, estés a mi lado.
Acompáñame un rato, hagamos estragos,
inspiremos equilibrio con el nuestro, tan vibrante.
Y un día, por gracia divina, lejano,
mis dientes o tus garras lo acabarán todo.