Tras un portón gris, muy discreto, se escondía un recinto con los más finos gustos. Una sencilla casa de dos pisos repleta de vitrales, tan sólo protegidos por la muralla de mezcla que se distanciaba a no más de quince metros. El segundo piso era sostenido por columnas, dando lugar en una fracción de la planta baja a una cochera descubierta, tan sólo adornada por unas sillas y herramientas automotrices. Las herramientas sugerían la presencia de un hombre en la casa, aunque debía ser muy especial, porque cada pieza estaba en su sitio, limpia y correctamente orientada en un tablón de madera con clavos adjunta a uno de los blanquísimos muros que sellaban el interior.
Dos autos más, junto con el Mercedes del que acababan de salir las dos mujeres, ocupaban espacio adecuadamente en la cochera. Sólo colores sombríos, el plata del Mercedes, un Audi negro y un más simple Chevrolet color azul marino, todos sedanes, todos elegantes, todos con el sello distintivo de una dama de buen gusto.
Eugenia difícilmente tenía contacto con ese tipo de cosas, las únicas personas ricas que conocía las veía en hoteles muy caros o muy escondidos. Así que no resistió.
- ¿Son tuyos? – señaló los coches.
- Bonitos, ¿no? – Dijo burlona y presuntuosamente Susana. La joven resintió la arrogancia de la dama, y decidió no denotar más su gusto por las cosas a las que ella no tenía acceso.
Susana la invitó a pasar. Una puerta de madera fina era abierta para dar paso a un ambiente rustico, con obvias influencias egipcias. El color de la recepción y la antesala, tanto de los muros como de los muebles, era predominantemente compuesto por tonos de amarillo, rojo, mucho negro y sus combinaciones. El aroma hizo a Eugenia buscar y encontrar un incensario a su lado derecho, cerca de una ventana, como si su intención fuera perfumar los libros del enorme estante que figuraba al lado. El estante estaba estratégicamente ubicado cerca de una sala de tres piezas, y en la mesa de centro había aún más libros, todos a medio leer, según indicaban unas extrañas plumas negras que hacían de separadores.
A decir verdad, los detalles como bustos, esculturas y miniaturas de sarcófagos parecían sacados de ventas de cochera, o de rebajas de tianguis. Quizá por la notable antigüedad de las cosas. O eso es lo que veía la prostituta, desacostumbrada a ese tipo de cosas. Aunque el incienso la relajó al instante cual cigarro, bajó notablemente su tensión nerviosa, al grado de tener que pedirle sin tacto a Susana un lugar para tomar asiento.
Susana se asombró del crudo sentido de modales de la joven. Se le quedó mirando, de nuevo, fijamente a los ojos por cuestión de segundos, con una sonrisa cínica. El juego había empezado. Ella quería una especie de sesión BDSM emocional, y había empezado por prohibirle de la manera más cruel calmar el ansia que el incienso le provocaba a Eugenia.
La prostituta se entendió rápido de la consistencia del juego y se prestó inmediatamente sin chistar. Estaba alerta, esperando órdenes, esperando recibir de antemano un castigo por el pecado de placer que la dama le proporcionaría. El teatro le importaba ahora un carajo, presentía que se iba a divertir en ese lugar, aunque fuera a costa de, quizá, lágrimas derramadas y una que otra marca de laceración en la espalda.
Dónde estan los límites del placer y del dolor, por qué a veces se asocian?
ResponderEliminarMisterios de la naturaleza humana, me gusta lo que escribes y como lo haces...un abrazo de azpeitia