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La comida estaba lista. Inés, una de las encargadas de la cocina encontró una enorme olla de legumbres, un trozo de res con un sazón delicioso en una improvisada parrilla en una de las esquinas del recinto y una extraña sensación de pecado. Pero el pecado no es algo que ocurriera comunmente en un convento, y menos en uno de tanto prestigio y antiguedad como ése. La atmósfera fue pasado por alto por la hermana y se dispuso a llamar al resto de las hermanas, para orar y asi dar comienzo al ritual más sagrado del hombre.Fueron llamadas todas las hermanas al gran comedor. Inés sabía que algo raro había estado pasando desde la nochee anterior, ya que debido a que su dormitorio estaba en la planta baja del edificio, había podido percibir unos extraños lamentos, lamentos del Demonio torturando una pobre alma pecadora, haciéldola sufrir, sin permitirle el merecido descanso de los arrepentidos. Había escuchado al demonio torturando una pobre alma que no se arrepintió a tiempo de sus fechorías.
Pero a sor Inés no le importaba el alma y su suerte, sino la suerte de la fama que eso le podría acarrear. Es una vieja costumbre humana, la de la violencia y la alteración a nivel masivo. Ella necesitaba, después de un tiempo de reclusión considerable, emociones fuertes que la sacaran de la rutina.
Prudencia y Agata fueron las últimas en sentarse a la mesa. Ambas llegaron agitadas a la mesa, y curiosamente emitían un olor suave pero bastante agradable, quizá eran violetas. Ambas tenían en sus rostros las terribles marcas del insomnio, pero también las incolfundibles señales de la satisfacción cuya existencia, mas que el origen, eran desconocidos para todas quienes se encontraban sentadas en esa mesa en ese momento. Pero Inés lo notó.
Echando su suerte a la interpretación de comentarios imprudentes, Inés sembró la duda con un sutil comentario: "Ayer escuché gritos extraños, parecía que venían de uno de los bovedones".
Las hermanas, preocupadas, alteradas, con un gran potencial en lo que a imaginación se refiere, no tardaron mucho en hacer caso al único y delatador mensaje de sor Inés, para atender a su súplica de resolver un misterio que la atormentaba ciertas noches de sábado.
Y así, al cabo de tres días, dieron con la sagrada biblioteca. El mundo de Agata e Inés se vino abajo, quedaron devastadas al ver cómo los preciosos conocimientos, las preciosas imágenes de las que se habían enamorado y apasionado por tanto tiempo, se consumían ardiendo en un extraño aceite "bendito" que la Inquisición había diseñado para tal efecto.
El inquisidor en turno ordenó buscar en todo el edificio. La tentación delató al par de sacrílegas, que osaron conservar hierbas del demonio y libros impuros entre sus pertenencias. El aprisionamiento fue efectivo e inmediato.
Ambas fueron torturadas salvajemente. Sufrieron de dislocaciones, fracturas, infecciones, fueron sometidos a la gran mayoría de los instrumentos de castigo.
El dolor fue insoportable para ambas.
A Prudencia le fue proporcionado un generoso golpe en la cabeza.
Murió ahogada, su sangre le salía por los ojos y los oídos. Quizá no tuvo tiempo de disfrutar como debe ser de las memorias de la última canción que recordaba haber leído y aprendido de su tesoro.
No tuvo oportunidad de ser purificada en vida por el fuego inquisidor.
Agata, quien si podía redimirse, lloró amargamente la muerte de su compañera, más que las terribles heridas que los azadones y los látigos le inflingían.
LLegó, finalmente, un jueves de Enero de 1802, la hora de que la sacrílega que aún quedaba viva fuera ejecutada.
Las hermanas qeu la conocían, olvidando su temor y pena por Agata, acudieron a ver cómo es que se retorcía tan bella alma de Dios. Inés quería escuchar insultos, quería enbravecer a los testigos de una de tantas ejecuciones injustas para la víctima y justas para sus ojos y oídos hambrientos de muerte y sollozos de clemencia.
Pero esa noche nadie iba a morir, nadie que el mundo lamentara.
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