8 de mayo de 2008

Convento (parte IV)

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Al día siguiente de su quizá afortunado descubrimiento, Agata tenía una sutil pero notoria cicatriz en el antebrazo izquierdo. Su sonrisa se dibujaba más viva que de costumbre, relativamente hablando.

Lo que no pudo descubrir Prudencia aquella fria noche, la noche anterior, es que la perversa figura que flagenaba sus sentidos en aquel bovedón, también había percatado su presencia.

Ya bien colocado el sol en ese día notoriamente más sereno que el anterior, Agata y Prudencia habían sido designadas, por la disposición de la misma superiora, a las labores de la cocina. No era día festivo, y los refugiados estaban ocupados deambulando por las calles haciendo desquiciados planes, cuyos propósitos sólo ellos conocían, para recibir al recien llegado y casi vetado circus. El tiempo ya había sido predispuesto para hablar sobre lo que había ocurrido. Sobre las consecuencias de los actos que involucran placer y hurtadillas.


El plato del día consistía en una fina y delicada variedad de maíz importada de América del centro, muy facil de cocer, versátil para sazonar y, por tanto, ideal para concebir una concreta discusión mientras la comida era preparada. Así que la superiora, mientras lavaba las legumbres, dio comienzo al acontecimiento tan temido.

-Hermana Agata, he estado pensando la manera de tocar el tema suavemente. Pero debido a la complejidad y seriedad, iré directo al grano.

Al contrario de lo que hubiera esperado, Agata sonrió de manera cínica y retadora. Sin alzar la mirada de la olla presurizada, olfateando el delicado aroma de las mazorcas, respondió a la aseveracion:
-Se lo que ocultas. Se porque lo ocultas. Se porque debes callar lo que viste ayer en el bovedón. Se lo que tanto temes. Conozco tu miedo. Lo puedo oler, es mas delicioso que el de estas mazorcas.
Prudencia no lo había notado: era tal la emoción que había estado sintiendo con todo lo reciente que su líbido se liberó a magnitudes que ni ella misma supuso poder lograr. Y el cambio fue tan brusco que no lo sintió hasta que Agata se lo hizo ver:
Estaba excitada.


Agata logró en ella lo que buscaba. Entonces la superiora lo entendió todo.


Cuando la joven del demonio sensual descubrió el bovedón, toda una gama de sensaciones se habían desenvuelto para ella. Todas las sensaciones de las que no debiera prescindir un ser humano a lo largo de su vida estaban descritas en esos textos malditos, listos para ser develados y, en el caso de los experimentos, que constituían una buena parte del acervo, listos para ser llevados a la práctica sin la necesidad de artilugios rimbombantes ni concesiones del Estado ni mucho menos.
Todos los placeres menos uno, el más humano, el más cotizado y escondido de todos: la carne.

Pero, como se mencionó antes, ella era una joven muy pulcra. Le ofendía ofrecer su cuerpo, aunque fuera en calidad de préstamo, a un "mediocre refugiado, inculto (lo cierto es que ese bovedón la había hecho déspota con las personas que le rodeaban) o sucio clérigo". Prudencia era lo que ella necesitaba. Lo tenía todo: una persona agradable, desinhibida dentro de lo que la religión se lo permitía, tenía tanta o mucho más cultura que ella, sabía mucho de la vida, hacía honor a su nombre y, sobre todo, el deseo añejo la debió haber corrompido y retraído desde hacía mucho tiempo, convirtiéndola en una poderosa bestia con gran potencial sexual.

Aquellos inciensos que ambas respiraron la noche anterior eran la clave para despertar, de una buena vez, e todos esos sentimientos corporales que ambas necesitaban desalojar de su mente, o al menos desatrofiarlas.
Y, además, esto era el preludio y consistencia de la sonrisa cada vez más satisfactoria que lucía la joven madre cada cierto intervalo, cada vez más corto.

Todas estas reflexiones surgieron en menos de dos segundos en la mente de Prudencia. Ella sabía que ambas sabían.

-Y así es como haces uso de la sagrada ciencia que reside justo debajo de donde estamos paradas.

Agata no estaba dispuesta a seguir el juego de palabras. Sabía que la fortaleza de su víctima no podía durar mucho resistiendo al efecto de la deliciosa droga que ella misma había inhalado esa noche de embriaguez.
En vez de discutir, se limitó a decir:

-Eres como yo, superiora, un paso adelante de los demás por la simple brecha del poder mental. La ciencia ha surgido para ayudarnos a dar ese gran paso. El arte es la ventana del hedonismo. El hedonismo eres tú. Soy yo y cada una de esas personas allá afuera que no niegan su pertenencia, su esclavitud al placer continuo, no siempre superfluo, que permite la verdadera felicidad. La felicidad que las religiones ni los gobiernos podrán ofrecernos jamás.

Mientras una hablaba y cerraba la puerta, la otra empezaba las labores de despejar una de las mesas.
Los tonos de voz se habían raspado, transformado en susurros. Los vapores de la comida se habían condensado hacia arriba de la cocina, camuflando los inciensos cuyos pesados humos cobijaban los cuerpos de ambas mujeres,ahora unidos, compartiendo la piel y el aliento, obedeciendo al flujo del calor, cada una de sus bocas contra cada una de sus bocas.

1 comentario:

  1. Al final, me quede pensando en la mesa limpia y los susurros del encierro autorizado, mientras el humo del incienso las entrelaza en la complicidad de un beso, de la complicidad del placer que solo puede tener una mujer contra otra mujer.

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