La habitación mostraba que alguien, o algo, había estado agitando el polvo que predominaba en la superficie de los muebles que había dentro y en el suelo. Lo que hubiera sido, había agitado tan fuertemente el polvo que se había homogeneizado con el aire, creando esa atmósfera impenetrable para la vista, a la que Hércules le empezaba a perder miedo.
Entró, dirigiéndose hacia el centro, al tiempo que el polvo se asentaba de nuevo sobre los muebles y el piso. Se empezaba a distinguir la forma de un juego de sala, absurdamente minimalista, comparado con los rústicos y adornados estantes y sillas que había visto en la biblioteca. Cada centímetro cuadrado se cubrió de una fina película, excepto por una extraña figura de cristal que se encontraba sobre una diminuta mesa de centro.
Pronto distinguió el vampiro que se trataba de un cubo del tamaño de una palma de mano, en una disposición muy extraña. Se trataba de un bastidor metálico, cubierto de seis placas de cristal, y de cuyas aristas pendían ocho hilos, al parecer elásticos, que a su vez sostenían otro cubo dentro. Este cubo, también de cristal y de la mitad de tamaño que su custodio, estaba relleno de un líquido negro.
Hércules guardó su distancia de la extraña figura. Pero sus ojos no se dirigían hacia ninguna otra cosa. Sus manos, hipnotizadas, se abrían camino entre el aire para llegar a esa extraña caja. Su frente despedía calor, como si la vida le volviera conforme se acercaba. Sus ojos, negros como el vacío puro, tomaban un color grisáceo, esto lo notó por el débil reflejo de luz exterior en una de las paredes de la caja. Su corazón se aceleraba. Era obvio que volvía a la vida. Seis siglos de larga espera, culminados en esa extraña casa de la Bergerac, parecían haber valido la pena para encontrar la vida legítima, la vida digna del que alguna vez fue hombre, y por consiguiente, la muerte digna de un hombre.
Su dedo medio tocó una de las aristas de la caja, y el tono grisáceo, el color "necroso temprano" que predominaba en su piel, se volvió color piel "de joven de 20", según apreció en ese momento. Sin embargo, se paralizó en el momento de establecer contacto firme con la caja, y en un lapso de dos segundos, ideas que no había evocado, y que no se le podían haber ocurrido en la situación en la que se encontraba, se habían expandido en su imaginación. Se le ocurrió que la forma de la caja era una representación tridimensional de un hipercubo. Le surgió la idea de que un cubo, al ser una figura cerrada, podría ser la prisión de algo que pertenecía a una dimensión no tangible a un ser humano, ni siquiera a alguien de su condición vampírica. Algo, lo que estuviera encerrado en la caja, sólo podría liberar ciertas manifestaciones al mundo tangible, pero nunca a sí mismo. Y también sintió un desgarrador impulso, una necesidad por romper ese hipercubo, fueran cuales fueran las consecuencias.
Tomó con ambas manos el artefacto, para descubrir cuán pesado era, lo elevó a la altura de su mentón y, dudando, lo quebró contra el borde de la mesa de centro. El cristal se abrió, el dispositivo se despedazó por completo y la extraña sustancia negra, vertida en el suelo, soltó un hedor a cadáver, insoportable para el mismo Hércules. Aún así, el olor desapareció al tiempo que los cristales dejaban de rebotar en el suelo.
Hércules ya estaba asustado. Y su acción lo había alterado hasta el límite. Ahora era francamente poderosa su inmovilidad. No sabía porqué había hecho eso. Le daba pavor no saber qué consecuencias había traído el quebrar ese hipercubo.
Pasó un espacio de medio minuto, que el vampiro sintió eterno. Llegó a la resolución de que, después de una buena copa de sangre, virgen si podía encontrar, podría desenmarañar ese misterio que, de no ser por su agitada respiración, habría tomado como un impulso propio de una bestia, sin razonar en lo mas mínimo. Lo cierto es que todo estaba razonado. Sin un porqué, pero razonado.
Sus fuerzas le habían abandonado. Desde que dejó de ser humano, nunca había sentido escalofríos, hasta ese instante. Eso podría ser porque un extraño calor se generaba dentro de su cuerpo, después de tanto tiempo de no haberlo sentido mas que en orgías sexuales.
Dio media vuelta, y se dispuso a abandonar la habitación oculta cuando notó que un hormigueo se deslizaba en su mejilla. Era una especie de líquido. El líquido se abrió paso hasta la boca. Hércules sacó la lengua para degustar, y comprobar que era sangre.
Entonces, venidas de la nada, dos corrientes de alguna otra sustancia fría empezaban a deslizarse por su rostro. Las corrientes tomaron forma de manos, al tacto. Hércules quedó, de nuevo paralizado. Pero esta vez, una sensación de sosiego, de liberación, invadía su sistema nervioso. El miedo se había ido. Las ansias seguían en el estómago, pero eran contenibles ahora.
Un aroma a violetas se introducía a su nariz. Una de las manos invisibles arrancaba ahora un pedazo de cristal de la mejilla de Hércules, y dejaba que la sangre que brotaba de la herida, ahora humana, le diera forma visual a sus dedos.
Mientras la otra mano permanecía en el rostro del hombre, los dedos entintados en sangre dibujaban lo que parecía ser una boca. La boca sonrió, y el extraño ser, una vez que se percató de que también Hércules sonreía por impulso, lo besó en la frente.
Una nueva idea surgió en la mente del ahora ex-vampiro. Se trataba de lo que antes solía ser una mujer.
Me gusta tu página aporta un tipo de relato original, desenfadado, sin bucles...un abrazo de azpeitia
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