Alguna vez me dijo que llegaría un momento en que el miedo, el cegador y abismal miedo, me abandonaría, irónicamente, por miedo a mí.
Soy Orlando, y si me lo permiten, les voy a contar la historia de cómo conocí la mejor persona con la que me pude topar en este mundo, y de cómo me volví un Master.
Cuando tenía dieciocho años, la embriaguez y el desdén por la vida eran algo clásico en mí, como en muchas personas de mi edad. Las artes y ciencias me importaban poco, mi estómago se inflamaba lentamente con los años a causa de la bebida, mi vista se nublaba sin la necesidad de estar intoxicado, mi cartera nunca tenía dinero para comer, pero siempre para algún vicio. Cualquiera, siempre que se le pudiera llamar vicio. El comer y el vestir son necesidades, y naturalmente, no entraban en mis prioridades.
Mi vida era, y sigue siendo, pues, errante.
La diferencia es que, si fuera creyente o practicante de alguna clase de fé, me sabría condenado a algún infierno, agujero negro, vida tristemente mortal o cualquier otra cosa análoga. Y el hecho es que siento una plenitud utópica, tan sólo fundamentada en el error.
En una de esas noches de desliz, sin nada que hacer en las calles ni en los bares ni en cualquier otro lugar social, tomé el periódico local para distraerme un poco con las desgracias ajenas. Luego de pasar notas fraudulentas, alabanzas partidistas y "lamebotismo" de la alta sociedad local, me encontraba hojeando los anuncios clasificados. Me dí cuenta que debía estar orgulloso por mi comunidad, que promueve la belleza, reflexioné esto por la cantidad industrial (En una época como la actual, el adjetivo califica perfecto) de publicidad y anuncios sobre estéticas. Precios económicos, honestidad y limpieza. Nuevas chicas, nuevas empleadas que no han sido corrompidas por la suciedad de las calles ni mucho menos. Nuevas administraciones, un mundo nuevo.
Tomé el teléfono, verificando que disponía de algunos condones debajo del colchón de la cama (como si fueran una especie de fondo de ahorro para el desempleo), y marqué a una de las estéticas, la estética Rosy. Un nombre vulgar, aunque bonito para una empresa vulgar, pero agradable. Creo.
Una hora después se encontraba tocando a mi puerta una mujer con un espantoso maquillaje. Hecho que se compensó con unas piernas espantosamente bellas. Después de todo, no iba a acariciar maquillajes baratos sobre pieles arrugadas. "Hola, soy Miranda". Su nombre resonó en mi cabeza por la brusquedad de la acción, y el hecho de que en ese momento pensaba que era información que definitivamente no necesitaba. Sin embargo, respondí del mismo modo: "Soy Orlando. Mucho gusto".
Después de las formalidades del despojo de las ropas mitad finas mitad chinas, y de unos cuantos rozamientos de rutina, empezamos a cabalgar en las praderas del placer más vacío, el más vigorizante. La falta de acción prolongada por mucho tiempo nos hizo, francamente,disfrutarlo, yo por impulsivo y ella por contagio.
A pesar de los emperifollamientos que suelen llevar las prositutas en la piel, debo admitir que la suya a encontré riquísima. Llegó un momento en que estaba demasiado embelesado en ella. Un hambre natural invadió mi cerebelo desde el hipotálamo, me hizo saborear desesperadamente y finalmente la mordí en el hombro izquierdo, al grado de sentir cómo mis dientes perforaban la carne de la manera más lenta y dolorosa.
Ella reaccionó al instante con una bofetada. Estaba arrepentido de mi torpeza, pero descubrí que ella también se arrepintió de reaccionar. La contracción fue notoria, y concluimos con la mirada de que a ambos nos gustó la experiencia.
JAJAJAJAJAJAJAJAJA
ResponderEliminarbueno, no he podido evitar reir en damasía,
y eso de que nunca sufrir habia sido tan divertido ... queda más que demostrado aqui.
Excelente
Un abrazo
María
BDSM es un tema que te gusta, y manejas con gracia. Muy buen espacio, Al Hrrera, muy gotico y original. Un abrazo, RDT
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