29 de julio de 2008

Prostituto (parte IV)

El instinto de Cecilia era tan racional, que no tardó tiempo en dar con el frasco herbal, tan metòdicamente casero, responsable del encadenamiento invisible de Horacio. No necesitaba su ama saber cuàn lejos estaba su huésped del artefacto, era èl el que lo sabía interpretando el dolor físico que se le imponía al alejarse.

Abandonó el cuarto de su madre, y subió las escaleras para acceder al espacio-tiempo que quizá sería el último que vería a su juguete más cálido, más versátil que cualquiera que el dinero le hubiera facilitado en su infancia.

Horacio ya estaba acostumbrado al sonido de los tacones de cualquier mujer de la casa, y hacía que fueran ellas quienes lo buscaran en el enorme salón, en lugar de acudir él mismo a atender las órdenes. Así que Cecilia se quitó los zapatos para despertar los instintos y la curiosidad del oscuro y así acudiera al acecho, mostrando esos colmillos que, honestamente, la cautivaban.

Y así fue. Una silenciosa y vigorosa mano izquierda la sujetó del hombro izquierdo mientras avanzaba sobre la fina alfombra, motivándola a dar media vuelta y encontrarse con Horacio a la expectativa, bloqueándole cualquier posible salida. Cecilia advirtió el porte que intentaba mostrar inútilmente para enmascarar su miedo. Era natural después de doscientos años de no practicar con víctimas. Ella no transpiraba feromonas ni se mordía delicadamente los labios, como lo solía hacer cuando estaba inundada de deseo. Así que Horacio, sin conjeturar a priori, la miró de cabeza a pies.

Sobre una espeluznantemente blanca camisola colgaba una cabellera que olìa a ella misma. No habìa ninguna clase de perfumes sobre ella que no fueran el encanto femenino que sólo el líbido podía acentuar.

Las venas en la parte anterior de las manos demostraban lo firme que sostenían el frasco.

No fue necesario intercambiar palabras para interpretar el mensaje. Ella le ofrecía la libertad, y él, aún desconfiado, no dudaría mucho en tomarla. ¿Pero a cambio de qué?

Horacio devolvió la mirada a los ojos de Cecilia, quien levantó el jarrón a la altura del pecho. Marcando el ritmo de intercambio, lento como el transcurso de la auténtica contemplación, incitó a Horacio a estirar un brazo para alcanzar el recipiente. Lento el ritmo, ella acercó su cuidada dentadura al brazo de Horacio. Lento el ritmo, él sostenía el frasco con más cobertura, pero sin la firmeza suficiente para levantarlo y arrebatárselo a su libertadora. Lento el ritmo, ella descubría la fría muñeca del huésped y preparaba su cuello para hacer presión sobre sus dientes, ya que debía desgarrar la carne, debido a la falta de colmillos desarrollados. La dentadura penetraba los delgados músculos, abriendo paso a la más exótica bebida. Succionaba como tratando de no lastimar más la carne muerta de Horacio, que volvía a la vida con el roce de los labios manchados.

Igual de lento se perdían en el éter las conciencias de ambos, la de él por la confusión y la de ella por el placer. Sus cuerpos flaquearon. Finalmente, el frasco cayó.

El artefacto, que se quebró por completo de un sólo golpe, descubrió una fina daga entre restos de flores, una sustancia líquida impregnada de olor a hierbas y fragmentos cerámicos. El brillo opacado de la plata del instrumento hizo reaccionar a Horacio, levantó el arma, la alzó al aire con el filo hacia el dedo pulgar y aspiró hondo.

En un abaniqueo de brazo que parecía tener como objetivo el pecho de Cecilia, la daga entró en el cuello del vampiro. Con fuerza, la daga dio varias vueltas y desprendió de la carne un pequeño trozo de tela, al parecer colocado a modo de parche.

La tela, tan sólo corrompida por la carne seca, cayó desde los dedos del vampiro. La caída provocó más eco en el salón que el frasco mismo.

Por placer y por cansancio, ambos se tiraron al piso sobre sus pies. Permanecieron en silencio, recuperándose, tragando aire como si la única manera de saciar su hambre fuera absorber al mundo.

Horacio era libre, y jurose nunca mas dejar de serlo. Cecilia buscaba respuestas, las que todo mundo desea, las que todo mundo cree poder obtrener del ajetreo de las apariencias y de la experiencia sensible.




Grande fue la sorpresa cuando un desagradable olor a vísceras entró por las narices del Arzobispo cuando penetró su cuerpo en la biblioteca de los Echeverría. La lámpara principal destrozada obligó el uso de velas, velas que poco a poco desvelarían un cadáver femenino sobre una discreta mesa de estudio, colocada al centro del salón, desnudo de la cintura para abajo. Sólo una bestia de dos metrosy medio podía haberle hecho semejante abuso sexual y saltar por el balcón, según declararían más adelante un equipo de forenses.

Encontraron dentro de ella un sutil pedazo de tela porosa, la cual de alguna manera estaba inscrita al útero, y no habría modo de retirarlo sino con una meticulosa cirugía que, finalmente, nunca se realizó.

El cementerio de la ciudad, que estaba a sólo dos kilómetros de la mansión Echeverría, custodiaría una mas de las tantas cajas vacías que poblaban el terreno: el cuerpo de Cecilia se desintegraba lentamente conforme se alejaba de la daga de plata. La daga se dirigía hacia Eurpoa, a explorar los viejos puertos, a catar los nuevos chocolates finos que la industria produce, a ganar dinero ofreciendo un "servicio de calidad" al pueblo europeo, lo único útil que podía hacer por la humanidad a cambio de su sangre. A pasear sobre las oscuras y bellas calles de Francia y España.

El alma de Cecilia, provista de inmortalidad, vagaría entre libros y aromas místicos y libidinosos, ofreciéndose con el aire cada vez que se le diera la gana acariciarla por el balcón. Conforme pasaran los años, se darìa cuenta que era tonto que un ser eterno no tuviera acceso a todos los placeres que un cuerpo le podrìa brindar. El suicidio no era opción, y nadie que se encontrara cerca de ella se molestaría en verle a la cara, porque no había nada que ver.


Decidió relevar a su prostituto, sin saber porqué, y ahora vagaría sin obtener sus respuestas.


4 comentarios:

  1. Antes que todo te agradezco mucho lo que dijiste en mi blog.

    Me gusta el pulso que ha tomado tu prosa, tal vez siempre la ha tenido pero ahora la noto más... Más presición en esa ambientación erótica y mórbida que das a tus textos y que sabes me gusta mucho.

    Un abrazo.

    Que estés bien.

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  2. Gracias por tus palabras y aqui espero seguir leyéndote.

    Un abrazo.

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  3. ke buen relato de este pobre pasaje de ti pero exprimelo màs y màs cuìdate nos vemos en el infierno

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  4. Como si la única manera de saciar su hambre fuera absorber al mundo.

    Brillante

    Sincero

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