Cecilia Echeverría era. entre las ninfómanas, la menos agresiva de la estipe. Y curiosamente, era, entre las damas más bellas, la fea. Aún así proyectaba un vigor y una belleza interior tan sólo lastimada por la hipocresía de su dinero.
En más de una ocasión anterior, había tratado de hacer migas con Horacio. Le atraía lo poco humano que quedaba tras ese vaivén de temperatura. Le parecía interesante que, a pesar de aparentar saberlo todo, no compartía nada, aunque no le perteneciera. Siempre que acudía a la cita sexual con el instrumento, pretendía hacer una pregunta, que era habilmente evadida por el vampiro por medio de una posición nueva o la inducción de contracciones sofocantes al borde del desmayo.
Como su nombre lo decía, Horacio veía en Cecilia una artista con una poca de talento, pero ciega para las cuestiones donde la insistencia era decisiva. Siempre le molestaba que ella entrara, porque sabía que irremediablemente tendería a hacer una pregunta incómoda.
La primera vez que Cecilia le hizo una pregunta, estaban al ras de la ventana, con las cortinas cerradas inútilmente, ya que la luz de la lámpara de una mesita de centro era más que suficiente para proyectar a un hombre parado, cabalgando a una mujer.
Ella bajó el ritmo para no desconcentrarse. Él estaba en un trance que le produjo el quedársele mirando fijamente a su lámpara nueva.
-¿En que piensas? -Ella preguntó entre gemidos.
Horacio, naturalmente, no respondió a la pregunta. No por estar ditraído. Sino por que la pregunta era tan poco común para él que su molestia se tradujo en un nuevo cambio de ritmo, en contra. Y es que la respuesta era algo forzada y obvia: pensaba en cómo se libraría de su torpe hechizo.
-¿De donde vienes? - El recuerdo de Luis, el chocolate, sus largas caminatas por las calles españolas y su primer contacto con sangre mestiza arrasaron con el líbido del vampiro y soltó a la joven de entre sus brazos, haciéndola caer de nalgas.
Ella no comprendía. Pero tampoco estaba enfadada. Aparentó molestia por el accidente. Él reincorporó suss ropas y ella el vendaje de su muñeca. Ella salió de la biblioteca sin más, pero él sabía que Cecilia Echeverría haría menos llevadera su indefinida estancia.
No estaba enamorada, ni mucho menos. Pero el encanto de Horacio la hacían pensar que formaba una parte crucial de su vida, la parte donde la perversión no es mala y la oscuridad es un refugio. Ella debía saciar su curiosidad de alguna manera.
Cuando llegó el vehículo del Vaticano, ella sabía que no eran horas de visita, no para un coche de esa índole. Pudo distinguir un aroma a incienso, que la hizo salir a asomarse a la ventana, en el tercer piso, y voltear para todos lados buscando la fuente. Tardó en darse cuenta que el olor "santificado" venía del mismo interior del coche. Durante su inspección, volteando hacia abajo y a un costado, pudo ver por primera vez en Horacio la cara de consternación que tanto se había negado a mostrar.
Pudo ver sus ojos llenos de agonía, de desesperación, su boca de autocontracción, como cuando el humano contrae su estómago. Y también pudo ver ese tono de tedio que pronunciabn sus cejas. Pudo ver el cansancio en las arrugas temporales de sus mejillas.
La mente humana no suele procesar múltiple información a la vez, y menos de fuentes tan distintas y abstractas como son los sentidos junto con la razón. Aún así, en cuestión de segundos, Cecilia decidió abrirse paso en la mente de Horacio mientras lo ayudaba a huir de aquello que tanto desconocía. Apagó la televisión y salió de la habitación con el sigilo de los gatos, entre la oscuridad solitaria de los hogares que descansan. Nunca el interés había tomado tanta fuerza en su actuar.
La mente humana no suele procesar múltiple información a la vez, y menos de fuentes tan distintas y abstractas como son los sentidos junto con la razón. Aún así, en cuestión de segundos, Cecilia decidió abrirse paso en la mente de Horacio mientras lo ayudaba a huir de aquello que tanto desconocía. Apagó la televisión y salió de la habitación con el sigilo de los gatos, entre la oscuridad solitaria de los hogares que descansan. Nunca el interés había tomado tanta fuerza en su actuar.
ResponderEliminarMe encantó el cierre de tu relato.
Los personajes reflejan nuestros lados oscuros, nos perfilamos en ellos no crees?
Saludos!
Que estés muy bien y nada de morirse.
Un abrazo.