11 de julio de 2008

Bona morte (parte I)

Ya eran las cinco y media y la policía no llegaba. Eustolio había reportado el cadáver por teléfono a las cinco, pero temía que apestara. Idea quizá errónea, puesto que el cadáver de Amelia estaba tanto o mas frio que esa tarde de invierno, y tanto mas fresco que los hígados de la carnicería en domingo.

Amelia, aun con todas sus heridas, lucia hermosa. Herida contusa en la parte posterior de la cabeza. Herida punzante en el abdomen. Marcas de presión en el cuello y los brazos. Rastros de piel en las uñas. Desgarre vaginal. Tortura de pechos. Cortadas superficiales en la espalda. Superficiales, pero suficientes para desangrar. Sangre contaminada a tope de estimulantes.

Eustolio sabia exactamente que es lo que declararía el medico forense en el reporte de análisis de la pobre muchacha.

Y, aun así, Amelia luciría como siempre, hermosa, en la foto del reporte.

Los exámenes de ADN en México, o son muy caros, o dan mucha flojera. Como sea, Eustolio debía ser el culpable. Era una buena idea: el único en la casa, el único con motivos, el único que se dejaría inculpar.

Así fue. Al cabo de tres días, ya estaba formalmente preso. Veinte años, suficientes para arrepentirse.


En una hora, todo pasó. En una hora, Evaristo fue el esclavo de Amelia. En una hora, decidió arruinar su vida a cambio de otorgar placer. Un placer enfermo, al que todo mundo se resiste, pero pocos son los que no lo practican.

Decidió ceder ante los deseos de una agonizante ninfómana. Creer en la belleza anormal en la que nadie creía y aun hoy se niega a hacerlo. La verdadera belleza del dolor, el increíble poder que otorga, el bienestar al que solo alguien decididamente moribundo tiene acceso, ya que solo le es dada una oportunidad.

Amelia no tenía mucho tiempo de vida. Su enfermedad no la rezagaba en la cama. Era la humanidad quien la rezagaba, era la sociedad quien le impedía morir en paz. La eutanasia era su sueño dorado. No le importaba el sufrimiento de los demás, puestos que la vida sigue para ellos o sus hijos. Eustolio no era necesariamente un sujeto cuyo desdén a la sociedad impacta. Pero ese jueves se había decidido a hacer algo trascendente en su vida: llamar a la misma muerte a un estrado, para declarar de una vez por todas que es lo que ella pensaba sobre el egoísmo, el sufrimiento y otros tantos tópicos de interés relativo. Incluso si nadie escuchara, incluso si solo una cabeza fuera sacudida en medio de una masa deforme que alega vida inmensa pero se auto asfixia.

Amelia tenía su mente invadida por el legítimo hedonismo. Su fortaleza mental le permitía transformar el dolor como debe ser. El dolor físico del cáncer y el dolor mental del cansancio.

Pero había decidido poner fin a su cansancio. ¿Había alguna buena razón para permanecer viva? ¿Su vida le pertenecía acaso a alguien más quien no pudiera estar de acuerdo? ¿Si todos en este mundo tienen un fin, que tal si su fin no era ser una reconocida pintora underground, sino una atrevida performer, o una genial activista? Ella estaba decidida.
Eustolio estaba de acuerdo en ser el instrumento de la muerte. La libertad no era algo que le pudieran quitar, porque el no se sentía libre. Nada material le importaba. Francamente pensaba que de no someterse al capricho de la débil artista su vida no tendría un sentido trascendente. No le importaba la fama. Le importaba hacer algo bien, algo que además tenía deseos de hacer: Olfatear la esencia mortal humana.

Herida contusa en la parte posterior de la cabeza. Herida punzante en el abdomen. Marcas de presión en el cuello y los brazos. Rastros de piel en las uñas. Desgarre vaginal. Tortura de pechos. Cortadas superficiales en la espalda. Superficiales, pero suficientes para desangrar. Sangre contaminada a tope de estimulantes. Los sentidos de ambos estaban a tope. El precio del pecado era algo que ellos podían pagar perfectamente y sin pujar. El gran acto de ella duraría dos horas. El de él, si conseguía distanciarse de sus compañeros de custodia, cuarenta años.



Finalmente, llegó la hora del dictado de la sentencia.

Eustolio subió al estrado, y al compás obediente del juez, quien preguntaba "¿Hay algo que quiera agregar?" El contestó...

(Si el lector quiere, continúe esta entrada. Como sea, continuará…)




WGT 2003?

2 comentarios:

  1. Lo grotesco,oscuro, enfermizo, ese crimen...
    Me gusta la atmosfera de este relato.
    Y como lector te sería de completa inutilidad para involucrarme a decir algo para continuar la entrada, porque "las musas se me fueron de vacaciones".
    Espero las tuyas permanezcan y así contiuar leyendo, luego, el deselance.

    P.D : Gracias por las palabras hacia mi cuento.

    Saludos!

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  2. QUE BIEN ESE ES EL ESTILO SADICO Y GORE SIGUE ASI Y RECUERDA SI NO SUFRES NO SUFREN Y SI NO SIFREN NO VIVEN JAJAJAJAJAJA

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