24 de julio de 2008

Prostituto (parte II)


Cuando Horacio era joven, recién iniciado en su mundo de eternidad, vivía en Francia, gustoso de participar de los acontecimientos políticos de su patria natal. Era extraño que la familia real lo conociera, por razones desconocidas para él mismo, pero nadie supiera su nombre real. Él se autonombró Horacio al llegar a América, huyendo del fortísimo clero europeo.

Luis XVI, rey de Francia y de Navarra, era un muy allegado amigo suyo. Sus intereses intelectuales coincidían, y el vampiro instintivamente alimentaba su ser de poder a través de esta amistad. Estaba emocionado y maravillado por las fantásticas historias revolucionarias que llegaban a sus oídos desde América, ideas revolucionarias, ideas que eran lo mismo hipócritamente humanas que honestamente patrióticas. Luis por el razonamiento empírico que ofrece la historia, y Horacio por el entusiasmo antes descrito combinado con la euforia del novato, acordaron en que harían lo posible por iniciar un mundo justo, donde la moral realmente tuviera significado.

Cada vez, en su claustro, que mezclaba sus aventuras con sus lecturas que iban desde Aristóteles hasta Baudrillard, se arrepentía profundamente en haber creído alguna vez en la utopía de la moral y haber dañado así a uno de sus mejores amigos.

La Iglesia francesa, tan investigadora e inquisidora como siempre ha sido, descubrió la naturaleza del “monstruo”, lo que significaba una cosa buena y una mala: que Luis Capeto tendría una muerte hospedada en los brazos de Dios y que Horacio seguiría siendo perseguido para siempre. Quizá por eso, su caza fue un caso que salió de las jurisdicción del clero local para convertirse en una prioridad a nivel, digamos, internacional.

Horacio aún recuerda el placer, que naturalmente se convirtió al poco tiempo en hastío, que le producía el fino aroma a chocolate artesanal, en aquella cámara del bergantín Novillero, cuando resolvió en huir de España hacia el Nuevo mundo.

Ahora, que veía aquella lustrísima berlina propiedad de la Iglesia más grande, no sabía decidirse que era peor, si ser perseguido por una de las empresas más grandes del mundo o estar preso, pero ejercitando constantemente sus genitales, gozando de placeres tan repetitivamente deliciosos como el legítimo chocolate europeo.



1 comentario:

  1. Me gustan estos relatos donde mezclas el amor perverso, o esa forma de amor...- Subproducto del amor? - con la muerte.
    El eros y el tanatos.

    Lei las dos partes, que se me fue la primera, mis disculpas. Asi ahora te contesto por ambas.

    Que estés bien ^^

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