Fuí a visitarte, hace un par de noches.
No me dejaste pasar, ¿recuerdas?
Aún no recogías tu cuarto. Seguías... despierta.
Pero sabes que me gusta esperar. Eso hice.
La puerta se abrió, y entré a tu mente.
No quise merodear más allá de la curiosidad perceptiva.
Sólo asegurarme que sonrieras un poco.
Entiendo al fin porqué vienes tan seguido,
el porqué de tu esfuerzo en no entrar aquí,
como si supieras que una vez dentro, cada vez,
será más difícil querer salir.
He visto algo en tus sueños, y admito
que del todo no los entiendo.
Pero admito también, que son adictivos,
apasionantes, cálidos e intrincados,
como si fueran, y quizá, hechos de estambre.
Yo tampoco me querría ir jamás.
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