Era su oscuridad, la que tanto me había apasionado.
Un enorme telar de realidades, de posibilidades.
Volaba, pues, en su dirección. Volaba, o más bien,
era un magnetismo irrversible, el que me llevaba allí.
Y conforme me acero, me doy cuenta que puedo
al fin, tomar la tela entre las manos,
acariciarla, deleitarme en ella, cubrir mis quemaduras,
aplacar algo de ese dolor, con algo de esa frialdad.
Tan sólo para darme cuenta, al empezar a jalar hacia mí,
ese equisito manto, con olor a suavidad,
que todo en él se rompe, se desmorona tan sólo al tacto,
y mientras más intento recuperar, salvar tan sólo un trozo,
más se desmorona, y se pierde en la nada,
dejando descubierta la luz que había detrás, tan impetuosa,
tan ardiente, y tan lejana.
De nuevo estoy expuesto. Todo se ha desmoronado,
todo aquello en lo que creí que había encontrado algo de gracia.
Sólo queda luz, la terrible luz, que me quema desde adentro.
Solo quería, por un momento más largo, no sentirme tan desnudo.
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