Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
10 de octubre de 2019
Quizás tu mente
Y es que no hay colores aquí. No a la vista.
Intento voltear hacia el origen, para saber cuán lejos es.
En esta singularidad, voltear es absurdo, medir es absurdo.
Pero somos humanos, acondicionados a hacerlo.
Y como no lo encuentro, entonces lo imagino.
También veo el fin. Cómo se esparce en esta
proyección antieuclídea.
Y los colores, que ya no se ven, sino que se sienten,
adquieren forma. Tu forma.
Se me ocurre que, de repente,
eres un hermoso clavicordio.
Las percusiones, desacompasadas, arriesgadas
que parten de tus letras.
Y aunque ajenas, consonantes,
las cuerdas que por sí mismas viven,
contando historias de neón y caramelos.
Si despierto, y sigues aquí, recuérdame
de dibujar tu música en algún lado,
antes que el mundo vuelva a ser finito.
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