Fueron destellos
púrpuras, en una noche oscura.
Púrpuras, no los suficientes, o quizás
los necesarios
para no perderme de esa
tradición pervertida,
el fulgor de tus ojos.
Fulgor de nova, de vida, en tormento.
Sigues siendo mi pesadilla favorita,
la que me mata cada amanecer,
la que perfuma mis intenciones,
y las hace fútiles,
y las hace sádicas.
Son tus ojos,
ni tus labios, ni tus caderas,
los que llenan esta incesante
necesidad de pecar.
No es que despreciara tu ser jamás.
Pero no hablo de delicias,
tan sólo de tremenda maldad.
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