La luna es nuestro testigo, deseo ardiente, del embeleso
que tus ojos en mi provocan, que tu calor en mí esboza
el camino de mi perdición entera, las instrucciones detalladas
para ser esclavo perfecto de tus caderas y de tus piernas.
El viento se lleva apresurado, deseo ardiente, toda prueba
de mi cuerpo anhelando el tuyo, de mi alma implorando la tuya.
No tengo rumbo. ¿Deseas serlo? ¿Deseas dejar tu marca
en mis anhelos, en mi espalda, en mi alma jamás domada?
No te vayas. Te quiero cerca. Deseo ardiente, déjame verte.
Que el rozar de tus cabellos en mi pecho es para siempre.
Tiñeme rojo, provócame espasmos, y regalame otros tantos.
Antes que el día siguiente llegue, y entre comillas, nos despidamos.
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