27 de julio de 2013

Dos contra las estrellas


Dime a cuántos hombres conoces que hablen del temor con una sonrisa en la boca.
Entre mares inmensos y peligrosos te he encontrado. Compartimos gustos por las mareas que parecen quebrar el alma y arrancar nuestros navíos de sus esqueletos. Compartimos la misma sensación de delicia al sentarse frente al fuego y cantarle a las estrellas canciones, canciones que les harán saber que existimos millones de años luz luego de que expiremos tranquilamente.
Dime a cuántos hombres conoces que hablen del temor con una sonrisa en la boca. Porque te tengo tanto miedo. No porque seas peligrosa, aunque lo eres. No porque seas sádica, aunque lo eres. Te temo, más bien, porque eres un tanto como yo. Porque escondemos pasión, de esa pasión inteligente que puede construir y destruir sueños y partes de la piel a discreción. Porque mi ser completo se hace pedazos al tenerte cerca, pero no porque se desmorone, sino porque se convierte en flechas, agudas, fulgurantes, sigilosas y autocontroladas, que tienen un sólo propósito: Envolverte entera. Soy, ergo, susceptible a desaparecerme en tí, a fundirme con tu mirada dulce y la caricia bien dibujada de las yemas de tus dedos.
Dime a cuantos hombres conoces que hablen del temor con una sonrisa en la boca. Desde que me he dedicado a navegar contigo, todos los días son noches, todas las noches tienen el aroma tuyo. Todas las noches asoman las estrellas a mirarnos, atentas. Miro hacia arriba y podría jurar que son ellas las que me quieren al lado tuyo. Es la voluntad de dos contra la de millones de estrellas. La mayoría tiende a ganar. Y aunque tengo voluntad, me niego rotundamente a usarla en contra de esto. Y eso es algo propio de temerse.
Dime a cuantos hombres conoces que hablen del temor con una sonrisa en la boca. Que cuando no es mi boca son mis sueños, mis fantasías, la líbido y la razón las que sonríen en favor tuyo. Que mi alma entera sonríe cuando mis ojos están a cuatro centímetros de los tuyos. Que mi cuerpo entero se regocija teniéndote tan cerca, tan hambriento. Que mis manos se sienten atraídos en sobremanera por tu cuello, que les encanta sentir cómo fluye la sangre, cómo es que sigues viva. Que cada vez que me cuentas tus sueños me los tomo como una pregunta, para cuya respuesta sólo puedo decir cuánto te amo...

Díme cuántos hombres conoces que se metan a la boca del lobo tan sólo para admirar lo filoso de sus dientes.

Y luego de eso, muérdeme.

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