Vengo de una tierra tan lejana. Y estoy de nuevo aqui, el que siempre crei mi hogar. Supongo que deja de serlo cuando has dado la vuelta al mundo en linea recta...
Y los mares se convierten en pisables, esperando ansiosos por mojar tus dedos, de tus pies cansados. Y las arenas de los desiertos, ricas en sílice, se deleitan rasgando la sensible dermis... La piel del rostro se hace quebradiza, y tu ceño fruncido por la ya molesta luz solar no contribuye en nada.
El alma rejuvenece, pues. Pero el cuerpo es el que paga el precio...
Maldita sea la hora que descubri la libertad. A partir de ese momento, empecé a crecer al reves, sin consistencia ni concordancia. El alma joven que pesa de aventura, y el cuerpo marchito que se jacta de energía. Contradictorio y nulificante, concuerda y se ajusta perfecto. Pero no está bien, no lo está.
Y ahora, que estoy tan cerca tuyo, introduciendo impetuoso tus aires en mis pulmones, inundándome de tí, que puedo saborear tus manjares y atreverme a cometer suicidio de tanta emoción, ahora que puedo sentir el fulgor de tus recovecos en mis ojos, tan electrificantes que serías el terror de los vampiros... Ahora, que no se si eres un lugar o una persona, una aventura o un destino... Ya no importa.
Porque eres tan idéntica a lo que recuerdo cuando partí, que juraría que fuiste tú quien atravesó todos esas mareas de luna creciente.
Empero, me siento tan lejos... Tan lejos de donde quiero estar, cerca tuyo. Porque no soy de aquí, y no soy de ningún lugar.
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