Siempre he sido muy paciente. He aprendido a serlo, las circunstancias de la vida me han orillado de la manera más cruda a ello.
Pero la paciencia también es asesina...
Recuerdo que cuando era joven, mi madre era sobreprotectora. Nunca supe nada de mi padre, excepto hasta que crecí y supe que, como casi todos los machos de mi especie, su cabeza fue devorada en su afán de crear nueva vida. Nunca le guardé rencor a mi madre por ello, cuidó bien de mi hasta que tuve edad de conseguir mi propio alimento. Aprendí aquello que necesitaba saber de la vida, al menos para sobrevivir, y luego me dió a mí y a mis hermanos el regalo más valioso que jamás guardaré en mi memoria: se inmoló a sí misma. ¿Que regalo mas tonto, no?
Pero cuando el hambre acecha y no tienes el valor de salir a conseguir alimento, por mera inexperiencia, sólo tienes en mente una cosa: seguir en pie. Y eso hice, y junto con mis hermanos, comimos de su cuerpo inerte, antes de que empezara a descomponerse y el viento gélido de esa noche de Enero la secara y a nosotros con ella. En ese momento, cuando nuestras mandíbulas penetraban su cuerpo, cuando sus poderosas patas, ya débiles, se desprendían de su tórax, supimos todos que estamos destinados a la supervivencia, más que a vivir en sí.
A la mañana siguiente de ese episodio, me fui del refugio, a buscar otro, uno propio. Nunca había explorado el mundo exterior, era bastante peculiar: siempre imaginé que hallaría por doquier formas fractales (en ese entonces ni siquiera entendía el concepto de fractal), colores verdes, marrones y negros, oscuridad infinita al alejarse demasiado, y muchas formas de vida de las que alimentarse adecuadamente. Unas cosas fueron ciertas, otras no. Lo cierto es que lo primero que ví al asomar mis múltiples ojos fueron formas rectas, cúbicas, estructuras que parecieran haber sido creadas por formas intelectuales y no por la Natura. Hoy se que esas formas son llamadas... humanas.
Crecí rapido, aunque el tiempo parecía caminar tan, pero tan lento. La paciencia empezó a aflorar. Tendí mi primer trampa depredadora y esperé pacientemente. Me esmeré toda esa mañana, había quedado francamente perfecta. Y apenas terminé de tenderla, me escondí en una esquina, y un primer ingenuo apareció.
Tenía largas patas, y al igual que yo, su abdomen miraba hacia el suelo, no así su rostro, que siempre iba de frente. A pesar de estar debajo de una cómoda, podía ver perfectamente la inocencia de sus ojos. Era un grillo bastante pequeño, una cría aún. Y entonces ocurrió mi primer contacto con los humanos: uno de ellos entró corriendo a la habitación, haciendo temblar el piso de madera. El crío de grillo se asustó tanto que saltó directo a mi trampa. Mi cena estaba servida. Corrí a inmobilizarlo, a inyectar mi poderoso y catalítico veneno en su cuerpo, al grillito ni siquiera le quedó energía para mover sus patas y rasgar mis cuerdas con ellas.
Mi primer deslumbramiento de la realidad había tomado fuerza. Ser una araña es divertido, me es divertido, es natural. Pero yo quería ir más allá. Quiero decir, si pude consumir aquello que me dio vida, mi propia madre, ¿¡porque no podia devorar una de esas enormes... cosas!? Si tengo esa cantidad incalculable de comida, podría vivir una incalculable cantidad de noches... Quiero decir, si ahora en mi soledad exquisita puedo hablarle a los vientos de estas cosas que mis hermanos y mi misma madre se negaban a escuchar, creo que tengo derecho a prolongar mi vida, aprender más... Quiero decir, si existe la muerte, debe existir algo que lo contrarreste, algo que lo merme, incluso un par completamente opuesto, la vida eterna, o algo muy parecido. No, no soy como el resto de las arañas. Por alguna razón tengo esta extraña necesidad de crecer.
...
Una noche salí a vagar por la habitación. La oscuridad siempre ha sido el escondite perfecto de los temerosos, y en un mundo donde se es pequeñísima es menester valerse de ella. Sólo la luz de luna podía delatarme, pero mi cuerpo no reflejaba tanta luz como para ser observada... y entonces uno de esos terribles humanos me pisó, estampando dos de mis patas contra el suelo.
Tuve que arrancarme mis dos patas derechas, desquebrajadas, para no quedar fijada a la lámina de madera. Ese doloroso contacto generaba rencor dentro de mi ser, pero sobre todo, un vacío inapelable. Estaba, pues, sóla en el mundo, y ahora parte de este frío cuerpo faltaba. Mis telarañas quedarían inservibles, ya que era capaz de repararlas. Caminé, maltrecha, de vuelta a mi escondite, y entonces las ví. No habría reparado en ellas de no ser porque eran tan brillantes... y delgadas... afiladas, eran hermosas. Les llaman agujas, y eran dos del tamaño de mis patas.
Las arrastré como pude a mi telaraña, las acomodé sobre ella y empujé con fuerza, para que el ojo de cada una entrara en mi cuerpo. Fue lo más doloroso que he sentido hasta ahora. Pero siempre he sido paciente... Aún tenía un poco de mosca guardada en la parte de arriba, y aunque era molesto subir por la tela, lo único que debía hacer para alimentarme era acercar mi debilitado cuerpo al pequeño animalito, y beber de sus jugos. Unas horas más tarde, me sentí terriblemente mal. El malestar venía de una de las agujas. Sentía que una enorme fuerza emanaba de ella, solidificándose en mi carne, sin embargo esta fuerza me consumía por completo, para sí. Luché, luché contra el sueño, sabía que si dormía, sería poseída.
Pero mi instinto me dijo que me dejara llevar. Más aún, al contrario, empecé a sentir una agradable sensación de calidez, aunque sentía que el frío me tragaba viva. Deseé en ese momento entregarme por completo a esa fuerza, que sentía tan superior, y a la vez tan... mía.
Cuando desperté, era ya de noche. Media noche, le llaman los humanos, según aprendí con el paso del tiempo. La habitación, con paredes de madera, se encontraba iluminada en rojo caoba, debido a unas veladoras ubicadas estratégicamente en un pentágono en el suelo. Volteé a ver a mi tela. Habia desaparecido, quebrada por el paso del tiempo. ¿Cuanto tiempo habia permanecido dormida? Mis patas de aguja seguían ahí. Sin embargo, ya no veía metal alguno. Se habían cubierto ya por mi piel. Incluso podía moverlas, articularlas. ¿Que clase de brujeria era esta?
Pero había un gran dolor que acongojaba mi alma: una inmensa sed.
Entró una extraña mujer a la habitación. La de siempre, diría yo, aunque en su rostro se veían algunas arrugas. No sabría decir si fue porque algo consumía su vida a trozos, o porque pasé toda una eternidad ahí, debajo de ese trasto viejo, inmóvil, consumida por la magia de las agujas y mi empeño en seguir viva. Y entonces ví como cortaba su mano con un cuchillo hecho de hueso. La gruesa hoja tardó y luchó por entrar en la palma, pero cuando lo consiguió, un espeso y delicioso líquido rojo brillante, que combinaba ad hoc con la luz del lugar, empezó a brotar. Y mi sed se disparó a niveles que yo misma no pensé que existirían.
Ella hacía un conjuro. Quien lo diría, hoy me pongo a pensar al respecto y mi primer contacto humano fue con una persona que jugaba con cosas que van más allá del entendimiento... humano. Y aprendí bien. No alcanzaba a ver las ofrendas en el altar, pero por el aroma a insectos muertos debía imaginar que eran animales del bosque. Algunas aves muertas, quizá. Mezclados con su sangre, era un suculento manjar al cual debía tener acceso. Por alguna macabra razón, mi boca perseguía esos ahora coáguos, que ella depositaba sobre la placa de madera del suelo. Las patas metálicas me pesaban tanto... pero logré acercarme, dos metros, dirían ustedes los humanos. Ella, que pronunciaba palabras aún inentendibles para mi oído, miraba a la fotografía de otra persona en el altar. Pareciera que tenía un empeño muy grande en hacerlo vivir, quizá revivir. Pero a mi no me importaba. Yo me acercaba a la gota de sangre más cercana. Sentía ese deseo insane de beber. Y me quejaba, del dolor, mientras me acercaba más. Y cuando el primer sorbo de coágulo fue introducido a mi cuerpo, sentí un terrible peso sobre mi cuerpo, rompiéndolo todo. La mujer me había pisado.
...
La ira dominaba mi ser completo. Sentía tanta ira por ser aplastada, que pensamientos que antes no rondaban en mí afloraron. Deseé con tanta fuerza que mis patas metálicas fueran a dar a los ojos de esa horrible asesina que intentó aniquilarme. La sangre, aún en mi estómago, ardía como alcohol barato sobre mis venas y mi garganta. Lo último que recuerdo es que yo caminaba sobre ella, y mientras gritaba monosílabos por su vida, se paralizaba. No podía moverse más, y yo iba directo a su cuello a beber mucho más de ese poderoso incentivo carmín. Sentía su corazón latir, y el mio apenas tenía satisfacción de tan atroz acto.
Cuando terminé de matarla, estaba petrificada, y sus ojos abiertos gritaban por auxilio. Pero ella ya estaba muerta. ¿Como callarla? ¿Como callar un sentimiento tan poderoso de un ser que siente mucho más que yo?
Hurgué entre sus ropas. En su bolsa tenía muchas agujas, hilo y unos botones. Las agujas, por su parte, brillaban tanto como aquellas que convertí en mis prótesis. Los botones eran grandes, grandes como los ojos de la mujer. ¡Oh, carajo! Que horrible rostro le he dejado. Pareciera que tuviera miedo de que me adueñe de su alma. Y lo cierto es que cuando me divertía en su cuello, cuando salpicaba la sangre de sus arterias a pasos gigantescos, no bebía de ella, me bañaba en ella. Pero sentía todo ese poder, tan vibrante, toda esa energía tan poderosa, tan bruta pero tan sublime. Sentía que nunca más tendría que volver a esperar mosquitas en una fea y orgánica tela para sobrevivir. Oh, vamos, no es tan malo, humana. ¿No te gusta lo que ves? Oh, corazon debil, al menos tu no tuviste que haber devorado de tu madre cuando tenias dias de nacida. Deja de mirarme tan feo. Vamos, te pegaré estos bonitos botones en tus ojos, y así no conmoverás mi ahora existente corazón jamás...
Eso y muchas cosas pasaron por mi cabeza ese día. Mi intelecto crecía, pero con ello mis ganas de comer, y mis ganas de crecer, físicamente. Mis días, desde entonces, los he pasado esperando a entren personas a mi casa, comer sus almas, nutrirme de su sangre, tomar todos los metales cargan encima y sustituir partes de mi cuerpo con ellas. Sobre todo si son agujas. Despues de todo, soy costurera por naturaleza, y se me da muy bien. Tanto así que puedo crear mundos hermosos para mis nuevas... conquistas.
Mi nuevo cuerpo, la máquina de coser perfecta. Mis nuevas trampas, los exquisitos universos de colores y pasteles, los cuales también aprendí a cocinar, al gusto de los paladares humanos. Los adultos empezaron a tenerme miedo, pues conocían mi historia, la callaron tanto que se olvidaron de ella. Pero lo niños, oh, los niños, no sólo tienen tanta gracia y exquisitez en sus ingenuas almas, y tanta vida pura corriendo por sus venas. También son los más fáciles de enamorar, los menos renuentes... Nunca podré ser madre, pero al menos tengo de su compañía. Hasta que el hambre me invada y no pueda más, y tenga que proceder. Y mientras tanto, cuidaré bien de mi alimento.
...
Hace ya bastante tiempo que no entra nada a este rincón oscuro, olvidado de la magia que me solía mantener viva. A veces pienso que mi turno de morir ha llegado...
Pero ¿como es que esas criaturas, tan verdes, me entregaban su amor? ¿como, sabiendo que yo no era mas que un espejismo de lo que realmente querian?
Quizá nunca podré experimentar esas sensaciones tan estúpida y aparentemente reconfortantes que los humanos gozan. Aún quisiera intentarlo, antes de perecer. Antes, incluso, de intentar sobrevivir, una vez más.
Quisiera ser una ilusión, de nuevo, para ver en tus ojos porqué existen tantas emociones en una mente tan pequeñita, antes de que la marchiten los años y te vuelvas desagradable como la mayoría de los humanos jóvenes y adultos. Poder alimentarme de tanta pasión en tu pecho, sin tener que asesinarte y luego tapar tus ojos con botones como señal de arrepentimiento.
Quisiera ser una madre para tí, como aquella que me cuidó antes de tener que comer de ella.
Quisiera ser tu otra madre.
La otra madre.
Inspirado en el personaje de La otra madre, de Coraline (Neil Gaiman)
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