Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
31 de octubre de 2009
Bombones en el infierno (o Una historia gastronómica)
28 de octubre de 2009
Usurparé
27 de octubre de 2009
Traición ontológica (Parte I: El cazador)
Federico había conseguido por un momento olvidarse de lo feo de su nombre con la maravillosa e inovadora "tecnología popotística" de los chocolates bebibles Hershey's. Había tomado uno de chocolate y notó al instante la manera uniforme en que se distribuía el sabor en lo profuso de su boca. Sacó el popote del envase, lo sopló un poco para expulsar los residuos de bebida, y cubrió la punta con su mano en forma de cuenco. El resultado era una dinámica asombrosa.
Una vez distraído de lo vano del descubrimiento, arrojó el envase, con nada dentro excepto el popote, al bote de basura. No cayó dentro: el tener que acercarse a levantarlo y depositarlo correctamente era una premonición de que algo saldría mal. Uno de esos malos días en que el clima y la poderosa luna menguante pintan hermosa la noche, no así el resto del entorno. Pagó la gasolina y salió del parador con algo de prisa. Debía encontrar buen lugar para estacionarse, y así poder apuntar correctamente al balcón de la habitación de hotel donde se encontraba el objetivo.
Las balas de Federico eran casi mágicas: un sólo disparo y parecía que el objetivo era acribillado por tres francotiradores desde posiciones distintas. Un tiro al rostro y el cadáver era irreconocible. Un tiro al pecho y la muerte era garantizada. Un tiro a los genitales y la agonía era sofocante.
Dieron las dos. La luna seguía atenta, testigo sigiloso de ambos, víctima y victimario. La luz de la habitación se enciende. El balcón se abre. Federico carga el Barrett M95, cartucho lleno. El pulso más firme y el dedo más rápido listos para descargar furia sobre el objetivo. El hombro firme, para girar adecuadamente los diez kilos que pesa el arma. La vista despejada, nada entre el sexto piso del hotel y el toldo del auto a seiscientos metros. El chocolate aceleraba el pulso adecuadamente.
El balcón termina de abrirse. He ahí la victima: una aparentemente inofensiva, inocente y hermosa mujer de treinta y tantos. Playera y bermudas de un gusto bastante feo para su personalidad, entonces no estaba sola. Cabellera peinada, entonces no estaba dormida. Ojos ávidos de oscuridad, entonces quizá estaba aburrida ahí dentro. Sortija de matrimonio, entonces el trabajo fue quizá ordenado por el mismo marido, considerando la naturaleza de los últimos atracos a los que el asesino había sido designado. Los muslos eran perfectos. Sus ojos se dirigían al vacío de la noche, mirando todo y nada. Buscando algo sin saber qué. A la expectativa.
Federico retiró el seguro, mientras observaba a la rimbombante mujer prender con suma elegancia un cigarro. En cuanto el rifle hizo su característico sonido, pudo ver cómo ella se sobresaltaba. Juraría que, de no ser que el objetivo estaba tan lejano, ella pudo escuchar el sonido de su casi asegurada muerte.
Ella soltó el cigarro por la ventana, y entró casi corriendo, como si una inesperada visita hubiera llegado, o como si alguna idea le hubiera llegado a la mente y tuviera que plasmarla en sea cual fuere su forma de arte. El asesino, quebrado en furia al ver que la luz se apagaba de nuevo al tiempo que la puerta del balcón cerraba, pensaba seriamente la posibilidad de arrojar una granada a la ventana, y salir corriendo como vil ladrón de anaqueles, hasta escuchar el estallido. Se metió al auto. Quería otra bebida de chocolate. Encontró debajo una botella de vodka barato. Se disponía a abrirla y darle un trago. Unos nudillos apresurados tocaban insistentemente la ventanilla del auto. Federico acabó de desesperarse. Abrió la puerta, salió del auto, y encendido como demonio se paró enfrente de la figura que tocaba su puerta.
Era ella. La víctima. Llevaba encima un vestido de gala rojo, tan adecuado a su silueta, tan combinado con el filo exquisito de su nariz, su cabellera lacia y negra y sus ojos púrpura, tan sólo a disgusto con el saco, robado de algún traje masculino muy elegante. Federico aborrecía las vestimentas así de improvisadas, pero encontraba muy hermoso el conjunto, posteriormente engalanado con la voz de la dama:
- Sé que no sabes en realidad porqué estas aquí, y que lo haces por dinero. Dime cuánto te ofrecen, y te lo doblaré. Dime que eres capaz de matarme sin saber porqué, y te doblaré la cantidad.
Federico se había quedado pasmado. No por la belleza de la mujer, o por su atractivo ofrecimiento. En verdad no sabía porqué estaba ahí. No sabía porqué se había hecho fama de asesino a sueldo. No era por dinero, tenía mucho. No era por placer, no sentía nada al regresar de algún trabajo. El hombre se desconectó del mundo, pues era un enfermo terminal. Seguía en pie, pero ya no respondía.
La dama, ya acostumbrada a hipnotizar gente de ese modo tan sádico, abrió la puerta del conductor, introdujo al sujeto, abrió la puerta del otro lado, y aprovechando su terrible hambre y el coraje de lidiar con un desconectado, le retiró el hombro derecho de la camisa, clavó sus colmillos y empezó a succionar con furia, como si el hambre la aquejara desde hacía eones.
Dieron las tres. La luna ya no estaba. Federico salía del auto. Caminó y caminó hasta el desierto, guiado tan sólo por la carretera. "Un muerto andante que no tiene razón de ser", decía para sí. Pensaba en lo ridículo de su vida. Pensaba en lo nihilista que puede volverse uno cuando observa el mundo con otros ojos, y luego esos ojos cambian de naturaleza. Se sabía vampiro. Sabía los qués de la vida.
Subió a un cerro alto, de esos que la niebla siempre los protegen de la vista del turista, se sentó sobre sus piernas, y se puso a meditar, con los ojos abiertos.
Pues ahora se había convertido, de cazador de vanalidades, a cazado por le vacío.
22 de octubre de 2009
Diseño del caos
A mi hermana la Muerte
He estado esperando mucho tiempo. He esperado las respuestas que traes contigo. Los secretos que se esconden tras tus iris rojos. La suerte de calamidades que me esperan...
No te imaginas cuantas veces he esperado por esto, cuando me tomarás y me llevarás contigo al mundo del sueño eterno, la doctrina onírica perfecta, donde no hay sufrimiento si yo no lo pido, donde no hay felicidad si yo no la pido.
Te veo muy cerca, hermanita. Veo tus halos de frío delicioso recorriendo mi rostro, en un ademán casi incestuoso... pero yo sé que eres justa y decente. Yo se que vienes a protegerme del mal cuando en verdad llegue: el mal de la vida sin rumbo.
Sé que debo esperarte, un poco más, una eternidad no es nada ante tus iris rojos. Lo sé por la manera en que me sonríes cuando solicito tu presencia. Estoy dispuesto a esperar muchas cosas. Es sólo que a veces me canso de esperar. No es de mi naturaleza ser paciente. Sé que eres un ente muy ocupado, y por eso te entiendo. Y también entiendo que deseas que el mundo te mire con buenos ojos. Porque no eres mala, no es mala la Muerte, sino que es malo el que abusa de tí. He visto tantas aberraciones en nombre del poder, tantas donde eres una victimaria, he visto las posibilidades de la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada, he visto cómo el hambre ciega las mentes y hace caer al humano en el error más asqueroso: el de hacer tu trabajo, sin escuchar tu palabra.
Te espero, con la paciencia que has mostrado hacia mí.
11 de octubre de 2009
Senseness
your own body
The guilt impales you and leaves its mark
my dirty hands
Your own fluids under my nails
Can´t feel regret…
my secret plan
oscilating as pendulus of heart
in blood pressure
I´ll not allow you to take breath
the eternal life
The holy orgasms you´ll suffer by
my price of lust
The Moon´s full so you won´t get sad!
Can´t feel regret!
2 de octubre de 2009
Sobre la vocación para la sumisión
Estaba el esclavo en el baño curándose una cortada en un brazo que le había hecho su Señora para degustar, ya que la Sesión había terminado, cuando su Señora entra, ve al esclavo poniéndose una tela adhesiva, se la arranca con furia y con el jalón vuelve a abrir la cortada, creando de nuevo una fuente de sangre.
El sumiso se enfurece, pues el “castigo” ya había sido aplicado desde hacía un rato, pero decide contenerse. Ella lo nota, nota la indiferencia de él por reclamar el acto infundado, así que ella dice:
- Como tu Señora, tengo la obligación de guiarte por el buen camino del placer, pero no puedo hacerlo si no sé por donde vas caminando dentro de tu mente misma. Así que, para empezar, dime porqué no reclamas sobre un castigo infundado.
Él se queda pensando unos segundos, perplejo, pues no sabía porqué no podía expresar su reclamo si no era con una pregunta. Un simple “¿Porqué?” hubiera sonado demasiado débil. Finalmente, pudo formular:
- Supongo que hay una enseñanza detrás de esto. Si no fuera así, no me habrías pedido comentario.
Ella asintió, y respondió:
- Si algún día, cuando me vaya, llegas a ser Amo de alguien, quiero que le provoques dolor sin razón aparente, sin ánimo de provocar o sentir placer. Así notarás si tu esclavo o esclava es apta para la verdadera sumisión. En este caso, tú no argumentaste, no porque no pudieras, sino porque no lo deseabas.
La Señora se quedó viendo la sangre del brazo, idiotizada, y el sumiso la ofreció, como regalo, para dar comienzo de nuevo a la Sesión.
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