Llevaba media hora despierto, pero inmóvil. Así que esperó a que el despertador del celular timbrara y con una mano la apagó y con el pulgar de la otra se rascó el testículo izquierdo. Se levantó hacia el refrigerador y sacó un frasco, lo vació en una sartén, y encendió dos llamas de la estufa. En una puso la sartén y en la otra un comal con un bolillo blando del día anterior. En unos instantes, el olor a sangre humana y orégano tostado llenó de una atmósfera cálida la cocina y el comedor adjunto.
Cinco minutos y la mesa estaba puesta. Las sandalias aún estaban mojadas por la regadera, así que la estática que se generó en la cámara de torturas el día anterior se descargó de un golpe en el meñique izquierdo de Samael. Lo resintió bestialmente, pero le quedaba el consuelo del sabor de su cucharada de sangre. El último plato, decía, que probaba en su vida. Ya se había deshecho de todas las vísceras, trozos de piel, huesos fragmentados y ojos secos que quedaban en la casa, y sólo quedaban dos frascos de sangre condimentada a modo de consomé.
Terminó el plato y el bolillo, se puso una rara playera morada y salió a la calle, para aprender del mundo normal. Estaba dispuesto a convertirse por completo. Estaba maravillado por lo que el mercado ofrece, imágenes pretenciosas, eróticas, salvajes, compulsivas y autoritarias impactaban en sus ojos, reprogramando una y otra vez su sentido de la lógica y del sentir. Por ejemplo, por un lado, estaba el anuncio del jugo energético infantil, con una bonita niña rubia de imagen. Y, compartiendo la mampara, estaba el cartel de condones ultrasensibles. Samael, que a pesar de ser un ex-asesino salvaje era una mente inocente, empezó a imaginar niños cabalgados brutalmente. No era sano, y lo sabía, pero sólo si dejaba de mirar la enorme mampara era capaz de retraer esos pensamientos que, de hecho, no eran suyos.
Vió gente insultándose, luchando por la esquina propia del vendedor de pomadas fungicidas y cajas de doscientos cerillos de madera a cinco pesos. Caras, pensó Samael. Compró una y continuó su caminata dejando una estela de aroma de cerillos de plástico extintos a lo largo de su travesía de mediodía. La luz del sol era insuficiente y el frío no hacía mas que encajarle los dedos entre las costillas de tela morada.
Vió a la señora limosnera del zaguán del café internet más caro de la ciudad, y no reparó en darle los otros cinco pesos de los diez que llevaba encima. Miró su rostro agradecido y su carpeta universitaria escondida tras su espalda. Ella sabía que Samael no le daría empleo, así que no se esforzó en mostrarle su título de química farmacobióloga.
Al caer la tarde, el hambre había llegado para azotar su mente, y súbitamente ésta desapareció, al pasar al costado de cierto restaurante de pollo frito y percibir un asqueroso aroma de aceite reciclado varias veces en la cocina. Se sintió mareado. Vió a traves de la ventana media docena de familias y parejas felices, otro tanto bonche de niños, todos destazando pollos con los dientes de la misma manera que el lo hacía con sus cuchillos y tenedores. Todos sonrientes, menos los pollos. Lo podía oler sobre el aceite quemado, cada uno de esos pollos, desfigurados, rellenos de ellos mismos hasta la engorda, sin futuro, y muertos a golpes "para ablandar la carne". Hacía mucho que Samael no lloraba.
A media tarde, al regresar, abrió la puerta y vió su casa. Un póster de una aztriz porno de pechos pequeños, DVD de él mismo destazando a sus víctimas después de hacerlas pelear por una caja de lápices con punta para asesinarse entre ellos mismos, y al fondo un cuarto frío donde revela sus fotos y deja secar la carne y los cuerpos en ganchos para reces.
No había mucha diferencia en contraste con el mundo exterior.
Así que desistió de tomar una decisión que francamente no le convencía.
Se dió de nuevo un baño, se perfumó, sacó dinero de las carteras de los hombres que estaban tendidos en el refrigerador, se vistió casual en colores discretos y salió al Ragnarok a seducir un par de springbreakers.
En la foto: el maestro Tom Waits
holaaaaa que intenso y sadico lo que escribiste no me gusto me encanto woow cuanta ironia no crees? no hay diferencia entre su realidad a la misma realidad solo que es mas aceptable "nuestra realidad" y sigo con lo mismo cada palabra que leia la imaginaba, como lo haces? es realmente sorprendente el poder de las palabras mas si tu las explicas detalladas como esto
ResponderEliminarDVD de él mismo destazando a sus víctimas después de hacerlas pelear por una caja de lápices con punta para asesinarse entre ellos mismos, y al fondo un cuarto frío donde revela sus fotos y deja secar la carne y los cuerpos en ganchos para reces.
me da muchissimo gusto haber leer otro post tuyo e ire a buscar los demas textos
saludos
Tremendo, pero me gusta, tiene la acidez de la vida, de la vida delincuente que se apodera cada día más de nuestra sociedad...enhorabuena de azpeitia
ResponderEliminarMagnifico relato, no puedo decir que es lo mejor que he leido de ti, pues aunque hoy lo sea, siempre sorprendes, definitivamente, el ganador se lo toma todo, un abrazo, Roger
ResponderEliminarY era usted Señor Escritor quien decía que ya no escribiría?
ResponderEliminarVamos !!! si eres el mejor y ahora lo he comprobado al leer este magnifico relato.
Un abrazo Al Hrrera.
María