Estaba furiosa. La niña Murcia realmente estaba furiosa por no haber recibido su regalo de navidad. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por hacer su reclamo. ¿Cómo era posible que Santa, el siempre cumplidor (como un gigoló), le hubiera fallado este año?
Tomó su chamarra más abrigadora, su cartera (usted, lector, no pregunte de dónde tiene esta niña cartera con dinero) y esperó a media noche. Tenía suerte que sus padres no practicaran el postcopeo y durmieran temprano. Dió un brinco a la acera y echó a correr a la avenida principal a tomar un taxi, el cual la conduciría al aeropuerto.
Compró el boleto y a las dos y media, con algo de retraso, partió el vuelo diario único al Polo Sur, que es donde estaban las oficinas gubernamentales de Corporación Santa y el Partido Navideño Internacional. Esto era una ventaja, pues llevar el caso a política sería escandaloso para el corporativo. Además, en el avión estarían pasando la película de Santa Cláusula 2, lo cual le producía a la niña Murcia la suficiente ira para como para dejarse intimidar.
Después de un vuelo retrasado, soportar los pedos de una señora que parecía pavo mal cocido y la gangosa voz de la amable azafata, llegó al aeropuerto del Polo. Se detuvo a comer una Big Mac (que, por supuesto, aún hoy sigue digiriendo) y un Peppermint Mocha Twist, y sin perder más tiempo corrió a tomar un taxi para ir al corporativo.
Gracias a los infiernos que la fila de quejas estaba categorizada por tipo. Su fila, la de reclamos por falta de regalo, era muy corta, debido a las pocas personas que se pueden pagar un boleto de avión al Polo. Después de esperar sentada una hora (eso es suerte) fue atendida por un amable robot que suplía a la encargada, pues apenas estaba desayunando. "El primer refunfuño de la mañana", pensó la niña Murcia.
La niña, elegante y altivamente accesible como fue educada, le planteó su problema al robot. Éste tecleó el número de afiliado en la base de datos y resolvió la causa prima, diciéndole al cliente que no había pedido cita con Santa Claus cuando estuvo de diligencia en uno de los siete diferentes centros comerciales de su localidad, y que por eso Santa no tenía ninguna petición de su parte. Segundo refunfuño. La niña Murcia fue la primera de la fila aquel día, ni siquiera desayunó por ir a ver al representante oficial de Santanás.
La hamburguesa hizo su efecto. La niña Murcia estaba encabronada. Tomó al robot de la pantalla táctil y le palmoteó: "Quiero ver al delegado en México, ahora". La empleada desayunando se alteró, dejó los dildos en la mesa, se limpió las manos con la falda y finalmente le dijo a la niña, nerviosa: "Sígame, por favor".
El delegado, también desayunando, interrumpió su alimento y su llamada telefónica pseudoimportante para atender a la primera persona en más de medio siglo que exigía su persona directamente. De su puerta cerrada salieron sonidos de una mujer siendo empujada, el uso del baño de manera frenética y unas respiraciones agitadas, antes de abrir la puerta.
La niña Murcia tomó asiento.
- A verrr... - dijo el barbudo y desaseado hombre, de traje barato y reloj espantoso - Dice usted que no recibió su regalo de este año. Murcia López, ocho años, afiliada 00012354351321, reside en... México, por supuesto, sino no estaría conmigo... - Hizo una pausa para mirar sus pequeños y rabiosos ojos negros, en busca de alguna señal delatora, la cual no encontró. - Mire, señorita López... la base de datos local no encuentra si usted realizó su cita previa con Santa... Entonces le voy a pedir su comprobante de pago para verificar que haya sido correctamente introducido a la base... - Tercer refunfuño. Murcia sacó el boucher de la chamarra y lo exhibió al tipo.
- Oiga... - Dijo el delegado después de examinar el anverso, que contenía el sello de la delegación, el sello oficial de Corporativo Santa y el sello del trasero de la niña, juzgando donde lo guardó aquel día. - Este boucher está incompleto... ¿No le dijeron que debía tener el sello del sindicato y del Partido? Este boucher es, de hecho, ilegal. Lo siento mucho, - se lame el labio - no puedo ayudarle.
La hamburguesa había dado al traste con la paciencia de la niña. ¿Qué ganaba reclamando por un regalo cuyo único costo era percibido por los esclavos obreros ensambladores de Hawaii? Un regalo que, de entrada es gratis, carece de valor. Pero la niña Murcia no se iba a dejar por vencida.
Después de un largo proceso de un día y medio, que por obvias razones no describiré, la niña Murcia consiguió una cita entre la apretadísima agenda vacacional del mismísimo Santa.
Entra a su oficina.
La niña Murcia estaba cansada, hambrienta y su Winchester recortada sólo tenía municiones para dos disparos. En un rápido viaje al baño, se lavó la cara y cargó el fusil, antes que Santa terminara su llamada oficial de esas que suele durar quince minutos de a minuto y medio cada uno.
Santa lucía poderoso en esa oficina oscura, iluminado sólo de la nariz para abajo, como en las películas. Santa sabía que esta patética forma de esconderse da miedo.
Pero a la niña Murcia no le importaba.
Estaba sedienta, la boca le sabía a fierro, el hambre la doblaba, el sueño la neutralizaba y las lágrimas eran tantas que tenían olor (delicioso, si quiere el lector que lo describa), Su brazo y un ojo eran lo único que necesitaba. El temor a morir de Santa era lo único que le podría alimentar. Sacó la escopeta. Apuntó a Santa. Pensó cuán facil esa escopeta libró la seguridad del edificio. Pero no había tiempo de pequeñeces.
Pull the trigger. Estruendo mágico. Daño irreparable. Chorros de sangre. Todo eso y paz esperaba la niña Murcia. Esperó horas interminables, llorando al fin su pena. Esperaba la sangre de Santa salir de entre las sombras. Lamerla o tenerla de recuerdo, en un pañuelo.
La sangre no apareció. Desconcertada, y convencida por el silencio del lugar, dio media vuelta, dispuesta a marcharse.
Ahí estaba Santa. Pasivo, enérgico, desgraciado. Una Colt dorada calibre .45 lucía ajustada a su guante blanco.
- Nunca destruirás MI navidad, niña estúpida y sucia. - Murcia hizo una mueca, como si masticara algo. El balazo en la frente fue fulminante.
Las lágrimas de Murcia cayeron después del cuerpo, suspendiéndose y deshaciéndose en hermosos fractales en el éter...
- No es mi culpa - patea el cadáver mientras habla en inglés - que no hayas tramitado bien tu boucher. No tengo tiempo para pendejadas. Por tí no se acabará la navidad que a tanta gente cura su corazón. Por tí - patea de nuevo - no se extinguirá el imperio mercadotécnico más - patea - grande - patea - del mmmundoo, perra!! - patea cuatro veces a la cara.
Unos instantes después, la secretaria había encontrado, en su oficina, al señor S muerto, una niña de ocho años con un balazo en la cabeza, una escuadra, una escopeta y un raro olor a heno, que provenía de la boca de la niña.
Era gas fosgeno. Santa estaba rojiazul.
Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
22 de diciembre de 2008
19 de diciembre de 2008
Ravenous
Feel the rage in all of your holes,
You must realize I am your foe.
Feel my whipping destruction,
feel the blood in your asshole...
Machines torturing your guts,
your assflesh bouncing with my chains,
I`ll hurt you till you worn out
and your mind can´t feel no pain.
Your skin... Ravenous... of paddles!
Bones crashing, superbondage,
outraging screaming carcass,
carving the Hell beneath your eyes,
stop shouting me your disgrace
Your skin... Ravenous... of paddles!
Your skin... Ravenous... of paddles!
You must realize I am your foe.
Feel my whipping destruction,
feel the blood in your asshole...
Machines torturing your guts,
your assflesh bouncing with my chains,
I`ll hurt you till you worn out
and your mind can´t feel no pain.
Your skin... Ravenous... of paddles!
Bones crashing, superbondage,
outraging screaming carcass,
carving the Hell beneath your eyes,
stop shouting me your disgrace
Your skin... Ravenous... of paddles!
Your skin... Ravenous... of paddles!
16 de diciembre de 2008
Moonspell - Scorpion Flower (ft A.V. Giersbergen)
Disfruten y no pregunten, sólo por esta vez.
Curse the day, hail the night
Flower grown in the wild
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes
And keep me away from your light
Surrender tears to your mortal act
Flower cursed be thy fruit
Of your courage last
Of your grand finale
Flower crushed in the ground
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes...
Flower grown in the wild
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes
And keep me away from your light
Surrender tears to your mortal act
Flower cursed be thy fruit
Of your courage last
Of your grand finale
Flower crushed in the ground
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes
In your empty heart
In the breast that feeds
Flower worn in the dark
Can I steal your mind for a while?
Can I stop your heart for a while?
Can I freeze your soul and your time?
Scorpion flower
Token of death
Ignite the skies with your eyes...
Cognosis
Mira al cielo. Gris, negro, verde. No hay diferencia. La multitud que en él se desparrama te acosa. Te reclama que abras los ojos y mires la belleza.
Buscas, y no encuentras. Lo sé, porque lo he vivido. Suele pasar.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira la música. Luces de neón bailando al ritmo del electro. Visualizaciones llenas de matemáticas y colores. Treinta y dos bits de resolución. Tan exacta como el sentimiento.
Tratas de sentir, pero no puedes. Lo sé, porque lo he intentado.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira tus pies descalzos. Hongos diminutos, imperceptibles a la vista, tratando de sobrevivir a la crueldad del clotrimazol. Uñas recortadas, todas al más puro estilo militar, excepto aquel meñique sangrante. Tan doloroso como aquello que llamas "el mismo infierno".
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira tus manos. Olorosas a cabello sucio. Trata de recordar a quién pertenece esa grasa capilar. Trata de recordar la cabeza de quién acariciaste, pues el aroma a flores revela que no ha sido la tuya. Mira más de cerca. Ahí, en tus uñas. Sin duda, son rastros de piel humana. Te agarraste de las greñas con alguien, literalmente. Lo sé, porque ese alguien fui yo.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira al suelo. Llevas horas mirando al frente. Ya era hora que el vértigo hiciera efecto en el interior de tus oídos. ¡Manos al frente!
Has caído. Por suerte, te he advertido. Espera, no te levantes. Voltea a tu izquierda. Anda, gira la cabeza un poco. Sí, es mi rostro. Míralo. Te he estado observando aquí, desde hace un rato, desde que me tiraste al suelo, desde que perdiste la razón y te quedaste ahí, paralizada, como pájaro enjaulado, espantado por un gato a medianoche.
Me encanta tu mirada de perplejidad. Resalta lo hermosa que eres. Lo sé, porque te conozco.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Reincorpórate. Lentamente, aún debes estar mareada. Recuperarse del shock será la excusa perfecta para comprar uno de esos refrescos derriteclavos. Pero, espérame. ¿Me podrías echar una mano? ¿Podrías cargar mi cabeza y llevarme a una funeraria, o al menosme dejarías dormir en el refrigerador de tu casa? Es lo menos que puedes hacer después de matarme, como lo has hecho. No te preocupes por el resto del cuerpo, es pesado, hace frío y nadie se lo llevará.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Aún no entiendo porqué me has matado. Aún no entiendo porqué separaste mi cuerpo de mi cabeza. Aún no entiendo que de feo e incongruente tienen mi cuerpo respecto de mi cabeza. Aún no entiendo porqué pelaste los dientes placenteramente cuando veías mi cuerpo gozar como nunca, mientras mi mente se retorcía de dolor, de saber que tienes una buena razón para matarme: el puro gusto.
Aún no te entiendo. Nunca quise hacerlo. Quizá por eso no he muerto.
Fuera de bromas, me gustaría saber cuanto tiempo permaneceré al lado de este helado barato de chocolate y las veduras americanas. No me gusta tener frío y hambre al mismo tiempo...
Buscas, y no encuentras. Lo sé, porque lo he vivido. Suele pasar.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira la música. Luces de neón bailando al ritmo del electro. Visualizaciones llenas de matemáticas y colores. Treinta y dos bits de resolución. Tan exacta como el sentimiento.
Tratas de sentir, pero no puedes. Lo sé, porque lo he intentado.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira tus pies descalzos. Hongos diminutos, imperceptibles a la vista, tratando de sobrevivir a la crueldad del clotrimazol. Uñas recortadas, todas al más puro estilo militar, excepto aquel meñique sangrante. Tan doloroso como aquello que llamas "el mismo infierno".
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira tus manos. Olorosas a cabello sucio. Trata de recordar a quién pertenece esa grasa capilar. Trata de recordar la cabeza de quién acariciaste, pues el aroma a flores revela que no ha sido la tuya. Mira más de cerca. Ahí, en tus uñas. Sin duda, son rastros de piel humana. Te agarraste de las greñas con alguien, literalmente. Lo sé, porque ese alguien fui yo.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Mira al suelo. Llevas horas mirando al frente. Ya era hora que el vértigo hiciera efecto en el interior de tus oídos. ¡Manos al frente!
Has caído. Por suerte, te he advertido. Espera, no te levantes. Voltea a tu izquierda. Anda, gira la cabeza un poco. Sí, es mi rostro. Míralo. Te he estado observando aquí, desde hace un rato, desde que me tiraste al suelo, desde que perdiste la razón y te quedaste ahí, paralizada, como pájaro enjaulado, espantado por un gato a medianoche.
Me encanta tu mirada de perplejidad. Resalta lo hermosa que eres. Lo sé, porque te conozco.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Reincorpórate. Lentamente, aún debes estar mareada. Recuperarse del shock será la excusa perfecta para comprar uno de esos refrescos derriteclavos. Pero, espérame. ¿Me podrías echar una mano? ¿Podrías cargar mi cabeza y llevarme a una funeraria, o al menosme dejarías dormir en el refrigerador de tu casa? Es lo menos que puedes hacer después de matarme, como lo has hecho. No te preocupes por el resto del cuerpo, es pesado, hace frío y nadie se lo llevará.
"Sólo quien sea capaz de odiar sin razón será capaz de amarme."
Aún no entiendo porqué me has matado. Aún no entiendo porqué separaste mi cuerpo de mi cabeza. Aún no entiendo que de feo e incongruente tienen mi cuerpo respecto de mi cabeza. Aún no entiendo porqué pelaste los dientes placenteramente cuando veías mi cuerpo gozar como nunca, mientras mi mente se retorcía de dolor, de saber que tienes una buena razón para matarme: el puro gusto.
Aún no te entiendo. Nunca quise hacerlo. Quizá por eso no he muerto.
Michelle Jenner. Actriz cualquiera, excelente foto.
Fuera de bromas, me gustaría saber cuanto tiempo permaneceré al lado de este helado barato de chocolate y las veduras americanas. No me gusta tener frío y hambre al mismo tiempo...
13 de diciembre de 2008
Burlesque Callejero
La lluvia cae, como en telenovela,
al mando único de tu frío menguante,
frío que sólo cede ante una ira: la mía.
Frío que sólo cede ante el temor constante.
Tus labios, felantes, arden como el queroseno.
No hay unguento que pueda siquiera
aliviar lo amargo de tu saliva licuada.
no existe cura para un alma perversa.
Eres recurso de fuente inagotable.
El humano compra, y paga bien por tí.
Contigo el mercado es próspero y rentable,
pues no consumes ni eres pedante
ante los ojos de alguien idiotizable.
Pero sé que te pesa el mutismo perfecto.
Sé que te pesa eso que siempre soñaste.
Haber sido desvirgada por tu propio orgullo,
el no tener más sentido en una obra de arte.
Mis poesías, tristemente, carecen de valor alguno.
Mis esfuerzos dedicados a una mentira nocturna
sólo serán pagados con la sangre tuya,
pues no habrá otra que endulce mi amargura.
Con la preciosa oscuridad te codeas,
te ufanas, te burlas y al humano insultas,
te has adueñado del burlesque callejero,
la parodia innegable de todas las culturas.
Tu rostro oscila en busca de poesía pútrida.
No encuentras sosiego ni en la pasividad diurna.
No hay religión que pueda redimirte,
pues eres la más puta entre las putas.
Tuve que recurrir a una mentira para descubrir su verdad.
6 de diciembre de 2008
Adorable necrofilia
Te extraño, amada mía.
Extraño esa mirada coqueta y penetrante. Esas manos de monja dedicada por completo a la cocina. No preguntes porqué la metáfora. Ese intento de vientre plano, tan fodongo e hipócrita como cualquier mujer de tu edad, tan excitante como cualquier mujer de tu edad. Tu cabello deprimido, desaliñado, maltratado, intentando alcanzar el suelo. Tus labios partidos por el frío, tan sólo humedecidos por esa expresión que el deseo suele conseguir. Tus piernas flacas y firmes, tiernas como trasero de bebé.
Extraño el descaro con que me sonreías, tus palmadas de desapruebo en mi cabeza cuando te contaba un chiste tonto, o tus caricias hipócritas cuando te contaba mis penas. Extraño la última lágrima que alguna vez deseé ver, extraño tus penas y tus idioteces, que para mí aún ausente siguen teniendo sentido.
Extraño el vaivén de tu cuerpo en el aire, meciendote como un péndulo que no oscila, un péndulo que no sirve... pero lleva ritmos frenéticos dentro de sí. Extraño la más podrida de las uñas de tus pies, la firmeza de tus pulgares sobre mi vientre cuando intentabas lastimarme, aún cuando fingiera dolor.
Pero, a decir verdad, extraño más tus gemidos. Nunca me importó si eran de dolor, de placer, de hastío, de júbilo o simple voluntad. Nunca me importó si era el sonido de mi pene embistiéndote, chapoteando entre tus nalgas, o el sonido de mi taladro jugueteando con la carne de tu brazo. Nunca me importó si era el dolor de las cuerdas baratas, asiéndote desde el techo de mi habitación, o eran mis dedos palpando todo lo que encontraban en el camino entre tu entrepierna y tu boca.
Nunca me importó saber si tus gemidos provenían de ese transformador de corriente, cuyo efecto paralizante compartían nuestros cuerpos a través de nuestros fluídos, o de la impotencia de saber que tu acelerado corazón expulsaba lentamente toda tu sangre por tu femoral izquierda, mientras yo me divertía dandote toquecitos eléctricos con mi lengua sobre tus oídos.
Nunca supe saber si tus gritos, olorosos a inanición, eran una señal de deseo, como el que yo te profesaba, o era el preludio a tu indeseada muerte. Muerte que, siendo sinceros, ninguno de los dos estaba dispuesto a evitar.
Nunca supe si tenías la suficiente energía para sentir ese último orgasmo, esa última presurización de tu vientre que terminó de transmitir tus últimas gotas de sangre a tu constipada vagina, si aún quedaba oxígeno en tu cerebro para sentirlo, aún si ya había bloqueado el flujo sanguíneo hacia tus extremidades, para que no perdiera el tiempo buscando...
Sin embargo, yo si lo sentí. Contracciones débiles, pero contracciones al fin.
Sentí tu última exhalación en mi oreja, mientras te abrazaba, mientras te cabalgaba, mientras bañaba tu espalda con la sangre de tu pierna, mientras sentía lo aterciopelado de la sangre seca entre tu piel y la mía.
Sentí tu último intento de grito. Ha sido el sonido más melodioso y ensordecedor de mi asquerosa vida.
Pero necesito más que ese último trapo con el que limpié tus genitales y tus labios salivosos.
Te extraño.
Extraño esa mirada coqueta y penetrante. Esas manos de monja dedicada por completo a la cocina. No preguntes porqué la metáfora. Ese intento de vientre plano, tan fodongo e hipócrita como cualquier mujer de tu edad, tan excitante como cualquier mujer de tu edad. Tu cabello deprimido, desaliñado, maltratado, intentando alcanzar el suelo. Tus labios partidos por el frío, tan sólo humedecidos por esa expresión que el deseo suele conseguir. Tus piernas flacas y firmes, tiernas como trasero de bebé.
Extraño el descaro con que me sonreías, tus palmadas de desapruebo en mi cabeza cuando te contaba un chiste tonto, o tus caricias hipócritas cuando te contaba mis penas. Extraño la última lágrima que alguna vez deseé ver, extraño tus penas y tus idioteces, que para mí aún ausente siguen teniendo sentido.
Extraño el vaivén de tu cuerpo en el aire, meciendote como un péndulo que no oscila, un péndulo que no sirve... pero lleva ritmos frenéticos dentro de sí. Extraño la más podrida de las uñas de tus pies, la firmeza de tus pulgares sobre mi vientre cuando intentabas lastimarme, aún cuando fingiera dolor.
Pero, a decir verdad, extraño más tus gemidos. Nunca me importó si eran de dolor, de placer, de hastío, de júbilo o simple voluntad. Nunca me importó si era el sonido de mi pene embistiéndote, chapoteando entre tus nalgas, o el sonido de mi taladro jugueteando con la carne de tu brazo. Nunca me importó si era el dolor de las cuerdas baratas, asiéndote desde el techo de mi habitación, o eran mis dedos palpando todo lo que encontraban en el camino entre tu entrepierna y tu boca.
Nunca me importó saber si tus gemidos provenían de ese transformador de corriente, cuyo efecto paralizante compartían nuestros cuerpos a través de nuestros fluídos, o de la impotencia de saber que tu acelerado corazón expulsaba lentamente toda tu sangre por tu femoral izquierda, mientras yo me divertía dandote toquecitos eléctricos con mi lengua sobre tus oídos.
Nunca supe saber si tus gritos, olorosos a inanición, eran una señal de deseo, como el que yo te profesaba, o era el preludio a tu indeseada muerte. Muerte que, siendo sinceros, ninguno de los dos estaba dispuesto a evitar.
Nunca supe si tenías la suficiente energía para sentir ese último orgasmo, esa última presurización de tu vientre que terminó de transmitir tus últimas gotas de sangre a tu constipada vagina, si aún quedaba oxígeno en tu cerebro para sentirlo, aún si ya había bloqueado el flujo sanguíneo hacia tus extremidades, para que no perdiera el tiempo buscando...
Sin embargo, yo si lo sentí. Contracciones débiles, pero contracciones al fin.
Sentí tu última exhalación en mi oreja, mientras te abrazaba, mientras te cabalgaba, mientras bañaba tu espalda con la sangre de tu pierna, mientras sentía lo aterciopelado de la sangre seca entre tu piel y la mía.
Sentí tu último intento de grito. Ha sido el sonido más melodioso y ensordecedor de mi asquerosa vida.
Pero necesito más que ese último trapo con el que limpié tus genitales y tus labios salivosos.
Te extraño.
Ella es Gabriela de la Garza
5 de diciembre de 2008
Volveré...
Cuando dejen de ver esta entrada en primer plano, mi retorno habrá sido definitivo.
Afortunada o desafortunadamente, mis labores, por muy provechosas que hayan sido, están a punto de terminar.
Pido disculpas a todos aquellos a quienes leo y he abandonado, y prometo compensar mi ausencia.
Volveré siendo el peor pero más entusiasta de los escritores amateurs, y volveré siendo el más pasional lector.
Gracias a aquellos que se han dado una vuelta en este horrible pero cálido espacio, el espacio de los humanos.
Al Hrrera, su maldito servidor.
Afortunada o desafortunadamente, mis labores, por muy provechosas que hayan sido, están a punto de terminar.
Pido disculpas a todos aquellos a quienes leo y he abandonado, y prometo compensar mi ausencia.
Volveré siendo el peor pero más entusiasta de los escritores amateurs, y volveré siendo el más pasional lector.
Gracias a aquellos que se han dado una vuelta en este horrible pero cálido espacio, el espacio de los humanos.
Al Hrrera, su maldito servidor.
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