Quiero transformarte en lo que realmente eres. No mejorarte, no hacerte menos. Sólo lo que eres. Porque, echando un vistazo, dentro de mí eres algo más grande que yo. Y en realidad, eres mi par. Quiero dejar de adorarte, y sólo amarte, para que mi devoción sea hacia lo que eres, y no a lo que proyectas. Quiero dejar de engalanarme en exclusiva de tus defectos, para tomar con firmeza también tus virtudes entre mis manos, y, si pudieras sentir lo que quiero ofrecerte, lo sientas en tu ser más puro e íntimo, y no sólo en la periferia de tu dulzura. Quiero dejar de defender tu corona, y en su lugar, acompañar tu espada, pues es lejos de la parafernalia y la pantalla donde la batalla es más honorable. Quiero beber de tí, primero las amargas lágrimas, hasta extinguirlas, y si lo logro, entonces trasladarme al fresco de tu piel, hasta que la temperatura haga que el más fuerte hierro se vuelva vapor y miel de dioses. Quiero disfrutar de tu voz martillando la estrategia y el método, destruyéndolas sin otro remedio, excepto el tuyo, reescribiendo las reglas del ser mismo. Y cada vez que tu pluma sangre el papel, destruyendo las capas de humanidad que te sobran, que algo de esa sangre toque mis labios, pues hay vida tan sólo en tu blandir, y porque no importa cuán vivo y recobrado me sienta cada anochecer, probarte nunca me sobra.
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