Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
11 de octubre de 2016
Mula necia
Y todo el tiempo creía que era normal ver tanto verde. Verde natural, decía unos días. Verde nauseabundo, la inmensa mayoría. La náusea por el color, todo el tiempo lo creía, lo saboreaba.
Tardaría mucho en entender que era al revés, que el color era producido por la náusea. Pequeño cambio de palabras, enorme diferencia, no de concepto, sino más bien, de percepción.
Y es que ambas cosas se fueron juntas.
Los carmesí, ocres, azules pastel, los brillos de los ojos de todas esas personas que había extraviado en el camino, hasta la música del silbido de sus narices cuando hablaban, sutiles, casi inexistentes, pero presentes. Todos estaban ahí, hermosos a su manera, esperando a ser catalogados de eso, de hermosos. ¿O acaso crees que la humanidad es mala, es horrorosa? Pues crees bien. La totalidad del orden es deleznable, putrefacta, una imperfección cutánea que se extirpa a sí misma, se contagia y se propaga en el inocente planeta. Pero cada átomo, cada uno de nosotros, examinado en sí, es maravilloso. Cada mala intención, cada mala decisión y cada jirón del alma tienen un propósito armonioso, y contemplarlo es digno de gastarse vidas enteras.
Pero ese es el asunto. Ser navegante en un mar requiere algo más que tomar un vaso de agua del mar y ponerse a estudiarlo hasta el cansancio. Tener ojos para los detalles exige poseer lentes para las enormes olas. La expresión corpórea que sostiene al ser pasa hambre, frío, incluso las secuelas de los amores enajenados. Pero ya no se ahoga. Distingue la sal, la ausencia de ella. El sol le llena. El amarillo calienta, pero no pulula. Las estrellas tienen forma, palpitan, laten, sienten y dejan sentir. Pero es que son tantas, tantas.
Y ahora que todo tiene forma, y que el mar parece mar, sólo hace falta una brújula. El rumbo cambia siempre, entre tierra firme y las lluvias de diamantes de Neptuno, entre el corazón de esa mujer y el conjunto de Gizeh. Hoy son los acantilados irlandeses, mañana una empanada de tiburón de Trinidad y Tobago. Eso ya no importa. Nunca importa. Mientras sea una buena brújula.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sea usted libre de escribir lo que quiera en este espacio. No busco que mis lineas le gusten, sino que remuevan sus sensaciones...