Hay un rincón, al fondo. Al fondo del horizonte, mas no de este raro bosque lleno de bestias y seres de fantasía. Hay un árbol, no es el más grande, pero es el más bello. En ese rincón, cuando decido retirarme, ese árbol crea la sombra más oscura de todas bajo la luz de la luna. Todas las criaturas de la noche salen a cazar, a ser cazadas. Puedes escuchar la muerte y las risas, si callas suficiente.
Pero en ese rincón, bajo del bello árbol, el más oscuro de todos, es donde yo me refugio. No hay nada bajo su manto, absolutamente nada. Pero es precisamente la incertidumbre de las criaturas la que les impide entrar. Es el temor de lo desconocido, de la ignominia sobre si es factible la presencia de seres más grandes, más hambrientos, más malvados que ellos.
Y por eso me gusta descansar ahí. Cada vez que entro es un salto de fé. En la absoluta quietud, cualquier ruido de mi cabeza se aletarga, y en la vulnerabilidad de los otros es donde encuentro mi fortaleza. Y salto, cada vez, hacia sus entrañas, donde sólo otro ser igual a mí podría dañarme. Eso, claro, si no busca refugio al igual que yo.