Habito. soy de fuego y tierra.
En tres noches me forjo. En cuatro muero.
El interludio es favorito. Son incontables
Las miradas que me ven sin saberme.
Tengo láseres. Y tengo cuernos.
Tengo ruedas en seis pezuñas.
Tengo escopetas en las otras dos.
Siento la vibra de tus pensamientos.
La tesitura de tu podredumbre.
La solución impetuosa e ineludible.
Cuenta hasta cuatro y escucha el disparo.
Efímero monstruo que se apodera
De tus mejores pesadillas.
Soy agente de cambio y Renacimiento.
El marcatextos indispensable
Que distingue el dolor del ocaso,
El deseo lascivo del deseo de llanto.
Extiendo mi mano, dame la cuota,
La regalia de esta fea pintura,
Donde apenas somos protagonistas,
Y la reina Nada impera preciosisima.
Llorame un vaso, que estoy sediento.
Llegó mi hora de volver al infierno.
Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
21 de diciembre de 2016
20 de diciembre de 2016
Divertirme nadando en tus heridas
Como estoy seguro que lo harías también.
Regáleme todo ese sadismo,
La indiferencia por el camino,
La estación y el trágico destino.
Quiero terriblemente, ser o que fuiste,
Danzar en las noches con ligereza,
Acariciar los mismos demonios ,
Encontrar almas más dañadas que la mía,
Rasgar la llaga, dibujante una sonrisa,
Y dibujar una sonrisa en ellos también.
Decirles que todo estará bien.
Mentirles a los ojos, y luego, con paciencia,
Pintar mis dedos en su llanto,
Pintar mi cara, pintar mi cuerpo,
Pintar los rincones más vergonzosos
Donde ni Dios se acuerda que existo,
Y ser caos envuelto en llanto,
Andar por las calles, presumiendo galas ,
Miradme todos, adivinen que soy.
Soy aquello que pretendo ser,
Y que nunca más en mi alma tendré.
Y luego, cuando mil lunas sedientas
Hayan avalado el firmamento,
Cuando el personaje sea tan homogéneo
Que ni tu puedas distinguirlo
De verdaderas almas en pena,
Acecharte como me enseñaste,
Con la máscara del vulnerable,
Del atormentado sin nada que perder.
Con la tremenda diferencia de que,
En efecto, no tengo ya que perder.
Y cuando todas las miradas de morbo
Te sigan, pero no te vean,
Ante el pavor del que en el de enfrente mira
El destino que pudo ser suyo,
Cortare de un sólo trazo
Esa garganta que fue tan mía.
Como estoy seguro que lo harías también.
Regáleme todo ese sadismo,
La indiferencia por el camino,
La estación y el trágico destino.
Quiero terriblemente, ser o que fuiste,
Danzar en las noches con ligereza,
Acariciar los mismos demonios ,
Encontrar almas más dañadas que la mía,
Rasgar la llaga, dibujante una sonrisa,
Y dibujar una sonrisa en ellos también.
Decirles que todo estará bien.
Mentirles a los ojos, y luego, con paciencia,
Pintar mis dedos en su llanto,
Pintar mi cara, pintar mi cuerpo,
Pintar los rincones más vergonzosos
Donde ni Dios se acuerda que existo,
Y ser caos envuelto en llanto,
Andar por las calles, presumiendo galas ,
Miradme todos, adivinen que soy.
Soy aquello que pretendo ser,
Y que nunca más en mi alma tendré.
Y luego, cuando mil lunas sedientas
Hayan avalado el firmamento,
Cuando el personaje sea tan homogéneo
Que ni tu puedas distinguirlo
De verdaderas almas en pena,
Acecharte como me enseñaste,
Con la máscara del vulnerable,
Del atormentado sin nada que perder.
Con la tremenda diferencia de que,
En efecto, no tengo ya que perder.
Y cuando todas las miradas de morbo
Te sigan, pero no te vean,
Ante el pavor del que en el de enfrente mira
El destino que pudo ser suyo,
Cortare de un sólo trazo
Esa garganta que fue tan mía.
8 de diciembre de 2016
Caricia de demonio
Llevo noches sin pegar los pies al suelo.
Soy inmune al picor de la hojarasca,
al frío trepidante de tus pobladas ausencias,
a la caricia de la maleza ociosa.
A veces me da por preguntarle a los mares
si tu nombre sigue siendo el mismo de entonces.
No recibo respuesta. Y la verdad no la quiero.
Las historias de aromas de carbón y mandarinas
sutilmente nutren las fibras de las almas,
eficientes alicientes, cables de titanio
nos suspenden al unísono sobre el cosmos.
Amamos, entonces, las piedras cortantes en los pies.
Ahora es el gélido cosquilleo de nuestro cénit,
las manos, tuyas sobre las mías, diciéndome, "aquí",
y luego rascando la travesía junto conmigo,
escalando, ¿a dónde? eso dejó de importar,
en tanto que lejos, lejos de lo que hay al otro lado,
por convicción más que por gusto,
por necesidad cargada de desdén.
Por eso abandono el ser humano, la ternura hiriente,
el fin por el fin, terriblemente efímero
comparado con el camino, cualesquiera,
siguiendo mutuamente nuestros perfumes, o bien
persiguiendo con júbilo el del caos.
Porque tú cambias, y yo cambio,
y amo lo que fuiste, y amo lo que eres,
y te llamaste y no eras, ahora no respondes, y eres.
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