Quise escribir en este espacio una analogía al color rojo. Pude citar la sangre, la carne, los ojos vampíricos, el aroma de la muerte... Pero no. Este blog es rojo porque yo lo deseo. Eso debería bastar.
25 de agosto de 2013
Colmena
Miremos hacia abajo.
No hay luz mas que la de las estrellas. La luna, cobarde, ha desaparecido. El acto de magia que acontece justo ahora le atemoriza.
La marea tiene hambre. Hambre de humanos. No es que tenga ganas de alimentarla, de hecho no sabría si siquiera le gustara mi sabor. El tuyo sí, y a tu lado disimulo. No, espera, aún no abras los brazos. Sigue aquí, no sueltes mi mano. Intenta mirar lo que miro. Exacto, aquella estrella, la menos brillante de aquel grupo de seis. ¿Quieres saber cómo sé que es la más grande, a pesar de que brilla menos?
Porque ya he estado ahi.
Respira más profundo. Tu cerebro tiene que estar bien oxigenado. Hace un poco de frío, pero es pasajero. El viento nos empuja hacia atrás, quiere que retrocedamos. Pero en cuanto entremos en el trance, verás cómo cambia de opinión. Cierra los ojos...
Una...
Dos...
Salta, tres!
...
El viento en el rostro es delicioso. Me gustaría ser el viento para acariciarte, quizá así de freneticamente, penetrar cada recoveco de tu alma.
Pero el viento se ha detenido.
La gravedad ha perdido su efecto. ¿Cual es la velocidad de un cuerpo en caida libre con gravedad cero?
La del punto de partida. Por eso estamos flotando.
Por eso te he traído hasta aquí, hasta este acantilado. Porque no estás realmente viva en este mundo, que es el mío. Tampoco muerta. De hecho, este es un tercer estado, el cual tiene muchos nombres pero no me he atrevido a darle uno. Aquí el tiempo es prisionero de un agujero negro. El tiempo y el espacio también, y estan tan comprimidos uno sobre el otro que juraría que dando cuatro pasos hacia la estrella, llegaremos a ella. Izquierda. Derecha. No me sueltes, debes controlar con precisión este paso. Izquierda, y el último. Derecha. No te asustes, sé que no respiras. De hecho puedes respirar tan rápido que cambiarías la órbita de la Tierra exhalando. Puedes estar aquí y allá a la vez, pero no es tu cuerpo el que se mueve, recuerdalo. Visualiza la estrella. Hemos recorrido como quinientos cincuenta años luz en cuatro pasos. Pero este Sol no puede quemarte ni a esta distancia. La razón es simple: Aunque el tiempo puede ser eterno aquí, también puede estar congelado eternamente. Si expones tu piel al fuego cero segundos, apenas si tomará color tu dedo al tocarlo.
Ha, ya te diste cuenta, ¿verdad? Puedes coexistir. Coexistir sin dejar de ser tú. Coexistir y dejar de ser absolutamente tú. Te invito a fundirte con esta estrella. Sí, agáchate, como si la fueras a recoger. Introdúcete en ella. No es difícil. Es raro, de hecho, sentir cómo un pedazo de estrella caliente, tus orejas, tus pies y tus rodillas toman el mismo lugar. No te espantes, es normal y te diré cómo salgas de ahí. Bien, ahora eres una enorme estrella.
Ahora esparce tus ojos. Sí, con el fuego. Ahora puedes ver hacia todos lados. Sentir todas las fuerzas, todos los planetas, la gravedad de tu ser y la de los serres que en torno a tí habitan. Hace tiempo vine a comprobar que había dos planetas parecidos a la Tierra. Con vida y demás parafernalia, quizá vida inteligente. ¿Interesante, no? Sentir tantas mentes que, al igual que las nuestras, buscan un sentido para sus existencias. Éste es un lenguaje universal, aunque se comuniquen de formas tan diversas y distintas a las nuestras. Sus deseos de conquistar la eternidad tan sólo para tener más tiempo de conocerse a sí mismos y a todo lo demás. No pienso alterar eso en tí, ni en mí ni en nadie. Creo que estar en esta posición privilegiada no debería romper con los mandatos de la naturaleza... claro, con ciertas excepciones. Siente al resto de las estrellas circundantes. Verdad que son más débiles que tú? Eso es porque ahora eres la estrella más grande, y por consiguiente, la más fuerte.
Te traeré después si gustas, a mostrarte más cosas que he descubierto, o si lo prefieres, te mostraré el arte de detener el tiempo y unificar el espacio, para que puedas hacerlo en soledad. Recuerda que esto requiere bastante habilidad, pues puede que quieras ser inmortal y lo único que consigas sea vivir tanto como la mitad de un suspiro, la mitad de un parpadeo.
Bien, creo que es tiempo de volver. Ya hemos pasado trescientos mil millones de años aqui, a juzgar por la cantidad de estrellas que han muerto en el centro del universo. Es una manera triste de medir el tiempo, pero efectiva. Si te ha gustado la experiencia, regresemos a donde pertenecemos, tomemos una cerveza y volveremos al instante. Sal de la estrella, dame la mano, te ayudaré. Bien. Ahora súbete a mi espalda. Sentirás vértigo, pues daré media vuelta para retomar el camino a casa. Aqui vamos. Uno. Dos. Tresssssss y cuatro. Mira, la marea en el acantilado. Hemos calculado perfecto.
Aquí viene la parte más importante: como hemos viajado a una velocidad espeluznante, en la perspectiva de nuestra realidad, vamos a hacer una gigantesca ola sobre la marea, y caeremos como un metro hasta llegar al fondo. He elegido el acantilado por no ser muy profundo, y podremos sortear las rocas justo antes que el agua que desplazamos regrese a su lugar. Nadaremos sólo un poco y luego escalamos de nuevo para volver al pueblo.
...
Debo confesarte algo.
Te he pedido que te fusionaras con la estrella por una razón muy particular.
Eres, sin duda, la persona más valiosa con la que mi mortalidad se haya encontrado jamás. Y aunque no soy bueno con las palabras y quiza ni con las acciones, debía demostrartelo de la única manera que nunca, nunca perecerá. Si deseas deshacer lo que he hecho, sólo bastará que lo pidas. Después de todo, soy un andante sobre las líneas del tiempo, y puedo prevenir a mi yo anterior de que lo haga, aunque eso implique consecuencias de las que no vale la pena hablar.
La razón por la cual te he pedido esto es porque, como es natural a la mayoría de los seres humanos, deseo que aquello que amo no muera jamás. Sé, de buena fuente, sin embargo, que la inmortalidad es imposible. Así que hace unos instantes, o dentro de trescientos veinte mil años, depende de la perspectiva, te he concedido el don de la longevidad. Una longevidad, además, no etérea, sino ubicua.
Jamás estarás en soledad, pues tu visión del tiempo y del espacio tiene límites que dudo que descubras. Y jamás estarás en extravío, pues todos, sobre todo las almas melancólicas, e incluyéndome, podremos verte en el firmamento.
Tan sólo con saber hacia dónde observar.
Y tu hermoso rostro, entonces, mirará de vuelta, con esa mirada tan decidida, pero tan intrigante, de la cual me enamoré.
Y aunque algo malo te pase en vida, la atemporalidad de tu delicioso ser seguirá alimentándome, como el efecto mariposa, de formas insospechadas y aún incomprensibles para mí.
http://science.time.com/2012/09/21/starry-nights-were-never-like-this/
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